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4 razones por las que podrías estar en riesgo de enfermedad hepática

Beber alcohol, tomar antibióticos e incluso tener la presión arterial alta puede afectar el hígado de manera peligrosa.

Vaso con whiskey

GETTY IMAGES

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Los expertos advierten que el aumento en el consumo de alcohol durante la pandemia de COVID-19, además de una tendencia en el aumento de peso, están ayudando a impulsar una epidemia de enfermedades hepáticas. Con el tiempo, estas acciones pueden provocar fibrosis o cirrosis.

De hecho, un estudio reciente dirigido por Harvard (en inglés) estimó que el aumento en el consumo de alcohol durante un año en el transcurso de la pandemia de COVID-19 tendrá como resultado 8,000 muertes adicionales por enfermedad hepática relacionada con el alcohol, 18,700 casos de insuficiencia hepática y 1,000 casos de cáncer de hígado para el 2040.

El problema es que esta epidemia es silenciosa. Es posible que el hígado pierda la capacidad de cumplir su función de filtrar sustancias nocivas de la sangre antes de que se manifiesten los síntomas.


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La mayoría de las veces no sabes que el hígado ha sufrido daño hasta que tienes síntomas avanzados de cirrosis. “Esa es la parte difícil del tratamiento”, dice el Dr. Anurag Maheshwari, gastroenterólogo del Institute for Digestive Health and Liver Disease del centro médico Mercy Medical Center en Baltimore. “Convencer a los pacientes de que necesitan actuar de inmediato para evitar complicaciones en el futuro a veces representa un desafío, porque no sienten ninguna diferencia en la actualidad”.

A veces, las personas con enfermedad hepática en su etapa temprana experimentan fatiga, dolor abdominal del lado derecho, aumento de moretones o picazón, síntomas que por lo general pasan inadvertidos porque podrían ser causados por otras dolencias.

“Por ejemplo, si tienes molestias en un costado, podría ser un millón cosas distintas”, dice la Dra. Jamile Wakim-Fleming, directora del programa Fatty Liver Disease Medical Home Program en Cleveland Clinic.

Las señales de enfermedad avanzada son más claras. Cualquiera de los síntomas a continuación requiere atención médica inmediata.

  • Ictericia o coloración amarillenta de la piel y los ojos.
  • Dolor y distensión abdominal debido a la liberación de líquido del hígado.
  • Hinchazón en la parte inferior de las piernas debido a la retención de líquidos.
  • Confusión u olvidos. Cuando el hígado no funciona correctamente, las toxinas se acumulan en la sangre y pueden viajar al cerebro, lo que afecta la función cerebral.
  • Orina de color oscuro.
  • Heces de color pálido.
  • Fatiga crónica.
  • Náuseas o vómitos.

Es preferible prevenir la enfermedad hepática que tratarla. A continuación, algunos riesgos comunes —y no tan comunes— y cómo puedes prevenir o detener el daño.

Riesgo N.º 1: el alcohol 

Todos sabemos que el alcohol puede tener consecuencias adversas para el hígado. Pero ¿cuánto es demasiado?

Maheshwari señala que el límite prudente de alcohol quizás parezca sorprendentemente bajo: no más de una bebida alcohólica al día (o 7 copas semanales) para las mujeres y dos o menos bebidas alcohólicas para los hombres (o 14 copas por semana).

“Cuando los pacientes beben alcohol en exceso, más allá de la capacidad del hígado para metabolizarlo, el exceso de alcohol se convierte en grasa y se almacena”, explica Maheshwari. “Esta grasa, llamada esteatosis, afecta la función hepática y causa muerte celular”.

¿La buena noticia? Ponerle freno al consumo de alcohol puede detener la progresión de la fibrosis, y la función hepática puede mejorar. “No obstante, depende de cuándo se identificó el problema”, dice Wakim-Fleming. “Muchas personas que tienen enfermedad hepática alcohólica acaban por necesitar trasplantes de hígado porque no dejan de beber hasta que es [demasiado] tarde”.

Si sospechas que tienes un problema, habla con el médico, que puede remitirte a un especialista para evaluación y pruebas.

Riesgo N.º 2: la enfermedad del hígado graso  

A medida que la población de Estados Unidos aumenta de peso hay, además de un aumento alarmante de diabetes y otros problemas metabólicos, una incidencia cada vez mayor de la enfermedad del hígado graso no alcohólico, en la que se almacena demasiada grasa en el hígado.

“La obesidad, la diabetes, la presión arterial alta y el colesterol alto —características comunes del síndrome metabólico— son importantes factores de riesgo de la enfermedad del hígado graso”, explica el Dr. Craig Lammert, profesor auxiliar de Medicina de la Facultad de Medicina de Indiana University, y gastroenterólogo y hepatólogo en Indiana University Health. Al igual que el daño hepático relacionado con el alcohol, estos trastornos hacen que la grasa se deposite en el hígado.

“Lo inquietante de esto es que es posible que entre el 15 y el 50% de la población del país tenga demasiada grasa en el hígado”, dice Lammert. De ese porcentaje, indica, alrededor del 5% están en riesgo de inflamación que puede perjudicar el hígado. “Pero no siempre sabemos a quién le va a pasar”.

La inflamación afecta el hígado a través de una enfermedad conocida como esteatohepatitis no alcohólica, que daña y mata las células hepáticas. “Se habla mucho sobre esto porque, durante los próximos años, es probable que la enfermedad del hígado graso sea una de las principales causas, si no la principal, del trasplante de hígado en este país”, señala Lammert.

Si tienes exceso de peso o si luchas contra la diabetes, el colesterol alto o la presión arterial alta, el riesgo de insuficiencia hepática solo añade otra buena razón para bajar un poco de peso y controlar el nivel de azúcar en la sangre, el colesterol y la presión arterial.


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Riesgo N.º 3: los medicamentos y los suplementos

Ciertos medicamentos y suplementos también son nocivos para el hígado, dependiendo de la dosis y otros factores. Tomar demasiado acetaminofén (Tylenol) presenta el riesgo más común entre los medicamentos de venta libre. “Las personas que toman dosis excesivas de Tylenol abruman el sistema de metabolización y causan toxicidad al hígado”, explica Lammert.

Por otro lado, los pacientes tendrán escasos problemas si toman el analgésico según las indicaciones, que incluyen no consumir más de 4,000 miligramos al día. Es posible que se aconseje a las personas que tienen enfermedad del hígado que tomen menos de 2,000 miligramos. No obstante, una advertencia: si tomas acetaminofén a esos niveles, debes asegurarte de evitar el alcohol, que contribuirá a la carga cumulativa del hígado, aconseja Lammert. Otros analgésicos, incluidos los medicamentos antiinflamatorios no esteroides, como el ibuprofeno (Motrin) y el naproxeno (Aleve), presentan igual peligro en las mismas circunstancias.

Si la cantidad que tomas se aproxima a la dosis máxima de acetaminofén, ten en cuenta que el medicamento se encuentra a menudo en otros productos, como las formulaciones para aliviar múltiples síntomas del resfriado y la gripe, por lo que es fácil doblar la cantidad que te tomas sin darte cuenta. Así que asegúrate de revisar las etiquetas de los productos para determinar el contenido de acetaminofén.

Es sorprendente, pero “los antibióticos son quizás la causa primordial de lesiones hepáticas que vemos”, dice Lammert. Esto es cierto sobre todo en el caso de Augmentin (una combinación de amoxicilina y clavulanato), que se utiliza para tratar los problemas bacterianos comunes como las infecciones en los senos nasales y en las vías urinarias. Se estima que las complicaciones hepáticas afectan anualmente a 30,000 personas que toman este compuesto en Estados Unidos. Y aunque la mayoría del daño es temporal, en algunas ocasiones es tan grave que es necesario un trasplante de hígado.

También hay informes de daño hepático debido a ciertos suplementos, como los suplementos para el fisiculturismo y la pérdida de peso que contienen extracto de té verde, ácido linoleico y esteroides anabólicos androgénicos. Incluso dos nutrientes esenciales, la vitamina A y la niacina, pueden dañar el hígado si se toman por encima de las dosis recomendadas. 

“Todos estos compuestos, ya sean los suplementos o los medicamentos recetados, se metabolizan en el hígado”, dice Lammert. “Y no sabemos qué es lo que causa la lesión, si el medicamento causa toxicidad de manera directa o si los medicamentos se combinan con ciertas proteínas en las células hepáticas y provocan algo similar a una reacción autoinmune”. En cualquier caso, es importante decirle al médico todo lo que tomas y preguntarle qué debes hacer.

Riesgo N.º 4: las infecciones virales

La hepatitis B y la C son infecciones virales del hígado que causan daño hepático e incluso cáncer. (La gran mayoría de las personas con hepatitis A se recuperan sin daño permanente). Al igual que con otras enfermedades hepáticas, las personas con hepatitis a menudo no tienen síntomas y es posible que no sepan que están infectadas, señala Wakim-Fleming.

La hepatitis B se contrae a través de la sangre, el semen y otros líquidos corporales, y al compartir artículos personales (agujas, navajas de afeitar) con alguien que tiene la infección. La hepatitis C se contrae mediante el contacto con la sangre de alguien que tiene la infección, a menudo a través del intercambio de parafernalia para uso de drogas, o a través de una transfusión de sangre contaminada o un trasplante de órganos antes de 1992, cuando comenzó a inspeccionarse la sangre para detectar el virus. Más de la mitad de las personas con hepatitis C padecen una infección crónica, y hasta el 25% presentan cirrosis durante los próximos 10 a 20 años, según los CDC.

Hay vacunas para la hepatitis C, y todas las personas entre 18 y 79 años deben hacerse una prueba diagnóstica de la enfermedad al menos una vez, en particular las nacidas entre 1945 y 1965. “Desde hace alrededor de 10 años, los criterios establecen que todos los baby boomers deben hacerse la prueba para detectar la hepatitis C”, indica Lammert. A pesar de esta recomendación, muy pocas personas que reúnen los requisitos se hacen la prueba. “La buena noticia es que ahora tenemos buenos tratamientos para erradicar la enfermedad”.

Nota del editor: Este artículo, que originalmente se publicó el 9 de noviembre del 2021, se editó para incluir información actualizada.

Beth Howard es una escritora sobre temas de salud y estilo de vida con sede en Carolina del Norte. Ha escrito para decenas de publicaciones, entre ellas U.S. News & World Report, The Wall Street Journal, Prevention, Better Homes & Gardens y Reader’s Digest.