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Conoce a cuatro adultos mayores que han sobrevivido a la falta de techo

Después de haber vivido en refugios y en la calle, ahora tienen sus propias viviendas.

spinner image En el sentido de las agujas del reloj desde arriba a la izquierda: Gina Montimny, Terence Hill, Nicholas Thimmesch y Greg Spraul
En el sentido de las manecillas del reloj desde arriba a la izquierda: Gina Montimny y Terence Hill, fotografiados por Jared Soares; Nicholas Thimmesch fotografiado por Katherine Skiba; Greg Spraul fotografiado por Philip Cheung.

Tener un lugar donde vivir —cama, baño y cocina— es algo que la mayoría de las personas dan por sentado. Pero el número de adultos mayores que ya no tiene una residencia permanente ha ido aumentando, y a los expertos les preocupa las repercusiones para la salud de esos adultos, sus familias y la sociedad.

Las historias de quienes están en situación de desamparo son diferentes y complicadas. Estas cuatro personas perdieron su hogar permanente después de haber padecido reveses en la madurez de la vida. Sin embargo, gracias a la ayuda de defensores de los derechos de las personas sin hogar y de una combinación de programas locales, estatales y federales, ahora están viviendo en lugares seguros, han podido conseguir trabajos fijos (los que pueden trabajar) y están abordando sus problemas de salud.

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Sus historias ofrecen un vistazo a sus vidas anteriores y a sus nuevas situaciones de vida.

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Terrence Hill tenía un trabajo estable hasta que el abuso de sustancias lo llevó a las calles. Ahora está sobrio.
Jared Soares

De vivir en la calle a salvarse

Mientras luchaba con una adicción, Terence Hill se quedó sin hogar cuando tenía poco más de 50 años. Durante tres meses, vivió en su Honda Civic en una zona residencial de las afueras de Washington D.C., en Maryland, con sus pertenencias apiladas tan alto que no podía ver por el espejo retrovisor porque obstruían la ventana trasera.

spinner image Persona sostiene una casa hecha de cartón
Getty Images

Los adultos mayores sin hogar

Infórmate más sobre la crisis de las personas sin techo y cómo ayudar:

El envejecimiento de la población sin hogar: una tendencia alarmante. Los gastos de vivienda crecientes, el desempleo y los problemas de salud están dejando a un número cada vez mayor de adultos mayores de 50 años sin un lugar estable donde vivir. Los investigadores predicen que para el 2030, el número de personas de 65 años o más que estarán sin hogar aumentará casi el triple.

Recursos de vivienda y ayuda para quienes no tienen hogar: consulta recursos federales, estatales y locales para quienes carecen de vivienda y descubre qué puedes hacer tú en tu comunidad.

Hill, ahora de 59 años, llamaba a su automóvil “mi campamento base”. Hubo un momento en el que estuvo tan corto de dinero que usó una media de nailon como correa del ventilador.

Estacionaba en un McDonald’s para cargar su teléfono, usar el wifi e ir al baño, con la esperanza de que alguien le comprara un sándwich. De noche, se acurrucaba debajo de mantas y encendía periódicamente la calefacción del auto. Para un chef que fue nombrado empleado del año en el 2016 por el Fairmont Hotel de Washington, esta fue una caída en desgracia descomunal.

Pero se entregó al alcohol y a las drogas. Después de que Hill perdiera su apartamento, vivió temporalmente con una hermana.

A continuación, vivió en su automóvil y luego pasó años viviendo en refugios ubicados en las zonas suburbanas de Maryland. Fuera de esos establecimientos, seguía consumiendo alcohol y drogas. “Bebía de día, a mediodía, de noche, al atardecer”, recuerda. “Estar borracho me parecía como algo normal”.

Pero las sugerencias francas que le dio un consejero llevaron a Hill a recuperarse: báñate a diario. Lava tu ropa. Pule tu currículo. Busca trabajo. Asiste a las reuniones de Alcohólicos Anónimos. Invierte en ti mismo.

“No, no lo logré de la noche a la mañana”, cuenta Hill. “Me tomó más o menos un par de meses, pero ya estaba comprometido a rehacer mi vida”.

Recibió tratamiento para el alcoholismo, la depresión y el estrés postraumático causado por los años caóticos de su juventud, incluso un tiempo que pasó en la cárcel. No ha bebido desde febrero del 2021.

El apartamento de un dormitorio donde Hill vive ahora en Rockville, Maryland, tiene un balcón con vistas a un estanque con una fuente. La cocina está repleta de utensilios y aparatos de cocinero. Al principio, la vivienda estaba subsidiada; ahora Hill paga el alquiler con su salario como chef principal de un hospital. Además, forma parte del Consejo Interagencial para Personas sin Vivienda del Condado de Montgomery, que aconseja a los funcionarios electos sobre políticas y servicios.

Hill también está retribuyendo a la comunidad, como consejero de hombres que están luchando por librarse de los demonios que casi logran aniquilarlo a él. “Aunque caigas de bruces derrotado, date vuelta y mira hacia arriba”, les dice. “Trata de levantarte. Los tiempos difíciles no perduran, pero la gente fuerte sí”.

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Gina Montminy, quien ha padecido de epilepsia toda la vida, perdió su vivienda tras unas convulsiones de epilepsia mayor en el trabajo.
Jared Soares

Los problemas de salud la llevaron a quedarse sin techo

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El apartamento de Gina Montminy en Arlington, Virginia, tiene encimeras de granito negro, electrodomésticos de acero inoxidable y un moderno sofá seccional. En su edificio, los alquileres cuestan desde $1,499.

El albergue para personas sin hogar donde una vez vivió esta abuela de 67 años está ubicado a menos de una milla de distancia.

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Sus primeras décadas no presagiaron los tiempos difíciles que se avecinaban. Es hija de un coronel de la Fuerza Aérea. Llegó a tener 25 años de casada antes de que su esposo y ella decidieran divorciarse. Crio a tres hijos, todos ingenieros. Y trabajó durante décadas, a menudo como mesera.

En el 2013, Montminy, quien había tenido epilepsia toda la vida y ya se había divorciado, estaba trabajando en un 7-Eleven como cajera cuando tuvo unas convulsiones de epilepsia mayor. Según las leyes de Virginia, se debe suspender la licencia de conducir de una persona que ha tenido convulsiones. Además, debido a que según su médico, ella ya no podía trabajar, le resultó imposible seguir pagando su hipoteca.

“En un solo día, se me arruinó la vida”, dice Montminy. “Apenas recobré el conocimiento [...] sabía que había perdido mi casa y que perdería mi auto, mi licencia de conducir, que perdería lo que considero libertad, porque cualquier refugio es una institución”.

Vendió su hogar y vivió con sus familiares o en apartamentos alquilados, entre ellos uno cerca de una hermana en Minnesota. Cuenta que los alquileres, las facturas médicas y otros gastos consumieron los $25,000 en valor líquido que había obtenido de la venta de su vivienda.

En el 2016, empezó a vivir en un refugio de Arlington, donde estuvo durmiendo sobre un “pedazo delgado de goma espuma” durante seis semanas, hasta que quedó disponible una cama. De noche, dormía intranquila. “Nadie dormía bien”, dice. “Todos andaban de mal genio. [...] Nadie había llegado al refugio porque le iba bien en la vida”.

Dice que la acosaron y la amenazaron, y que una vez una de las residentes del refugio la golpeó en el rostro. Logró mantener el ánimo porque daba caminatas largas, cosía y escuchaba música.

Después de haber pasado nueve meses en el refugio, reunió los requisitos para recibir los beneficios del Programa de Vivienda de Apoyo Permanente —en inglés— (PSH, Permanent Supportive Housing) del Departamento de Vivienda y Desarrollo Urbano de EE.UU., que paga la mayor parte del alquiler del apartamento que ha sido su hogar durante seis años. “Me siento como una sobreviviente”, señala. “Todavía pienso que es una señal de valentía que yo haya podido resistir eso y superarlo”.

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El veterano Greg Spraul ahora tiene un apartaestudio después de haberse quedado sin hogar.
Philip Cheung

Un veterano intenta salir de una situación caótica

Durante casi 70 años, Greg Spraul, de California, vivió una buena vida. Trabajó en ventas, mercadeo directo y en la radio. Fue propietario de un negocio de limusinas. Como trabajo complementario, entregaba comida a domicilio.

Pero en el 2019, un incendio en el edificio en San Diego donde Spraul estaba viviendo con su segunda esposa fue un momento decisivo. El apartamento de la pareja se salvó del incendio, pero terminó siendo inhabitable debido al daño causado por el agua de los rociadores. Los dos se mudaron con un cuñado, pero luego se separaron.

De esta manera, la vida de Spraul empezó a deteriorarse hasta que se quedó sin techo. Después de marcharse del hogar de un cuñado, Spraul vivió en Escondido, California, en una habitación de Airbnb que costaba $950 al mes. El alquiler consumía gran parte de sus beneficios del Seguro Social; cuando ese alquiler aumentó todavía más, Spraul empezó a vivir en su camioneta Mazda de 1998.

Mientras estuvo durmiendo en su camioneta, solo podía dormir unas cuantas horas seguidas. A veces era difícil encontrar un baño. Le robaron una canasta con su ropa y también su bicicleta.

Spraul, de 72 años, reservista de la Fuerza Aérea durante la época de la guerra de Vietnam, a veces vivía en San Diego en habitaciones de moteles económicos subsidiadas para los veteranos. “Cuando me sentía triste y deprimido, me quedaba sentado en mi habitación pensando, ‘¿Qué demonios estoy haciendo?’”, recuerda. “No pensé en suicidarme, pero seguro que no estuve demasiado lejos de eso”.

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Tenía tan pocos recursos que disfrutaba de los sándwiches que Jack in the Box reparte entre el público los días después de que un jugador de los Padres de San Diego ha anotado un jonrón.

Su salud se ha deteriorado. En febrero, a Spraul lo ingresaron en una unidad de cuidados intensivos debido a la falta de aliento, la presión arterial alta y el síndrome del intestino irritable. Ya tenía problemas cardíacos, además de diabetes y neuropatía. Todas las mañanas, le toma tiempo hasta que logra levantarse y mantener el equilibrio; no puede permanecer de pie por mucho rato.

“No puedo surtir los estantes en un Target”, dice Spraul, quien reconoce que unas malas decisiones financieras que tomó cuando era más joven lo dejaron sin recursos.

Después de que salió del hospital, su suerte cambió gracias a una organización sin fines de lucro, Brilliant Corners, (en inglés), que ayuda a los californianos de bajos ingresos a encontrar lugares donde vivir y brinda servicios de apoyo para que permanezcan en un hogar. El personal de la organización encontró para Spraul una antigua habitación de motel convertida en apartamento tipo estudio en Oceanside y lo está ayudando para que sea su hogar a largo plazo. Spraul además recibe ayuda de un programa del Departamento de Asuntos de Veteranos, Servicios de Apoyo para Familias de Veteranos (Supportive Services for Veteran Families).

Su pequeño apartamento tiene piso nuevo, un refrigerador de tamaño estándar y un microondas. El océano Pacífico queda a 10 minutos de distancia.

Spraul, con el rostro enmarcado por una barba blanca y cabello hasta los hombros, todavía siente los temores de los caóticos años del pasado. Se preocupa por su salud y por tener una vivienda asequible. Se preocupa de cuándo volverá a ver a sus dos nietas, que tienen 16 y 13 años y viven en la costa este. “Me da mucho miedo pensar en mi futuro”, dice. “A cada rato me pregunto si debería comprar un boleto de Powerball”.

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Nicholas Thimmesch llegó a vivir en una unidad médica en un refugio para personas sin hogar, pero ahora tiene un apartamento.
Katherine Skiba

Un antiguo ayudante de la Casa Blanca se quedó sin hogar

En la década de 1980, Nicholas Thimmesch fue un funcionario auxiliar de la Casa Blanca durante la Administración de Ronald Reagan, una credencial que lo ayudó a conseguir empleos en campañas políticas y en el Capitolio. Por un tiempo, tuvo una empresa de asesoramiento en la zona de Washington D.C. y un salario de seis cifras.

Thimmesch se casó y se divorció dos veces, y tuvo una hija con su tercera esposa cuando él tenía 49 años. En esa época, él se concentró en cuidar a su hija mientras su cónyuge trabajaba. Después de que ese matrimonio se derrumbó, la competencia para conseguir empleo estaba feroz; cuenta que las personas ya no le devolvían las llamadas. El mercado laboral se había hundido por la Gran Recesión.

Thimmesch se mantuvo a la deriva durante más de una década: se quedaba en los sofás de sus conocidos, cuidaba casas o dormía en su Honda Accord. Con frecuencia se duchaba en las piscinas públicas.

A veces, usaba puntos de programas de lealtad para alojarse en hoteles económicos. Por un tiempo, fue voluntario de una organización sin fines de lucro y pasaba la noche en la oficina, aunque el aire acondicionado permanecía apagado fuera del horario de trabajo. Peores fueron los meses en los que fue de albergue en albergue en zonas suburbanas.

“La primera vez que te quedas en uno, estás acostado ahí y te preguntas: ‘Dios mío, ¿qué pasó?’. Yo solía ser quien acogía a otros en mi sofá”, dice. “Fue un gran revés. En ese entonces me desconecté de mis amigos y familiares. Me sentí humillado”.

Thimmesch, un fumador por muchos años, padeció un derrame cerebral en el 2018 y el primero de varios ataques cardíacos un año más tarde. Pasó semanas en hospitales y luego lo trasladaron a la unidad médica de un refugio para personas sin hogar. Por fin, se mudó a un apartamento de un dormitorio en Arlington. A través de un programa gubernamental que ofrece viviendas permanentes y servicios de apoyo, paga unos $250 mensuales de alquiler.

Thimmesch, de 69 años, quien una vez fuera detractor de los gastos de los programas de protección social, abandonó ese punto de vista: “Esta experiencia me enseñó humildad y me hizo darme cuenta de que sí le debemos a la humanidad por lo menos satisfacer las necesidades básicas —comida y refugio— de todo aquel que lo necesite”.

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