Vida Sana
En una tarde en noviembre del 2022, Scott Chatham y Tucker, un golden retriever travieso, salieron a dar un paseo por su vecindario de Carolina del Norte. A solo unos pocos metros de la casa, Tucker sacudió la correa para ir tras algo. A medida que Chatham, de 73 años, se apresuraba por recuperar el control, tropezó con el perro, y se cayó de cabeza en el asfalto.
El nieto adolescente de Chatham fue testigo de la escena desde la casa y corrió afuera para ayudar. Pudieron recuperar a Tucker rápidamente y Chatham, que disfruta de caminatas de cinco a siete millas un par de veces por semana, pensaba que estaba bien a pesar de tener un ojo negro y un corte en la ceja, ambos en el lado derecho. “Ni siquiera tuve dolor de cabeza”, dice el ginecólogo jubilado. La caminata con Tucker continuó sin incidentes.
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Cinco días después, Chatham se subió a su bicicleta estática y empezó a pedalear. No recuerda haber terminado de ejercitarse o bajarse de la bicicleta. “Lo siguiente que recuerdo es estar en la cocina, y mi esposa me preguntaba ‘¿Sabes en qué habitación estás? ¿Dónde estamos?’”. Chatham no pudo responderle. Estaba alerta pero “desorientado y confundido”.
Después de sentarse en una silla cómoda en la sala, la hija de Chatham comenzó a preocuparse por él cuando no podía recordar las fechas de cumpleaños de sus cuatro nietos. Ella lo llevó a la sala de emergencias, donde un EEG, un estudio que mide la actividad eléctrica en el cerebro, mostró anormalidades en el lóbulo temporal izquierdo que estaban causando convulsiones y conducían a la confusión ocasional de Chatham. El médico recetó el medicamento anticonvulsivo Keppra.
Hoy, casi un año después, Chatham todavía toma el medicamento. Ha tenido dos EEG adicionales que demuestran que las convulsiones persisten, aunque se están volviendo menos frecuentes. Algunos de esos episodios periódicos lo hacen sentir como si estuviera mirando el mundo a través de “una lente de ojo de pez donde las cosas no están muy enfocadas”. Es como si, dice, “todo lo que sucede estuviese ocurriendo en cámara lenta y nada se conecta”. Pero sus síntomas están mejorando gradualmente, y permanece activo, caminando dos veces a la semana, haciendo kayak dos veces al mes y usando su bicicleta interior cuando las condiciones meteorológicas no son las mejores.
¿Qué es una lesión cerebral traumática?
Chatham experimentó una lesión cerebral traumática (LCT) no penetrante. Una LCT puede ocurrir con un golpe o una sacudida en la cabeza o un golpe en el cuerpo que puede hacer que la cabeza se mueva rápidamente y el cerebro se sacuda dentro del cráneo. Este movimiento puede causar estiramiento o desgarre de las células cerebrales y los vasos sanguíneos en el cerebro, lo que puede provocar hematomas, sangrado, inflamación e hinchazón cerebral. Estos cambios en el cerebro pueden afectar la manera en que una persona piensa, aprende, se siente, actúa o duerme. Las LCT pueden ser de leves a graves. Una LCT leve a veces se llama conmoción cerebral.
En algunos casos, las señales de la lesión en el exterior pueden ocultar la historia completa de lo que está pasando en el interior. Cuando Chatham se cayó, el impacto en el lado derecho de su cabeza hizo que su cerebro se moviera a la dirección opuesta, lo que causó daños a su lóbulo temporal izquierdo. Para algunas lesiones, el daño es inmediato. Pero en otros casos, y especialmente en los adultos mayores, los efectos de una LCT pueden ocurrir gradualmente —horas o incluso días después—.
Los adultos mayores y la LCT
La lesión cerebral traumática solía considerarse “en gran medida una lesión de los hombres jóvenes y tontos”, dice el Dr. Geoff Manley, profesor de Neurocirugía en la Universidad de California en San Francisco. Era algo que principalmente les sucedía a los chicos que hacían las “cosas tontas que todos hacíamos cuando éramos jóvenes”. Pero hoy en día, Manley dice que más de la mitad de los pacientes que ve en el centro de trauma de la Universidad de California en San Francisco tienen más de 65 años.
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