Vida Sana
La noche del 12 de mayo del 2015, Geralyn Ritter, de 54 años, estaba ansiosa por llegar a casa y ver a su marido, Jonathan, de 56, y a sus tres hijos en Nueva Jersey después de una reunión en Washington D.C. A Geralyn, ejecutiva de Merck & Co., le encantaba viajar por el mundo como parte de su trabajo en el área del cuidado humanitario de la salud.
Cuando el tren 188 de Amtrak se aproximaba a Frankford Junction, la curva ferroviaria más cerrada en el corredor del noreste, en Filadelfia, comenzó a acelerar en vez de reducir la velocidad. Para cuando el maquinista aplicó el freno de emergencia, ya era demasiado tarde. El tren se salió de las vías a 106 millas por hora en una curva diseñada para una velocidad máxima de 50. Geralyn salió disparada del primer vagón con tanta fuerza que sus órganos se desplazaron violentamente dentro del pecho, lo que le ocasionó la ruptura del diafragma y de la vejiga, el colapso de los pulmones, la destrucción del bazo y la laceración de los intestinos. Su pelvis estaba partida por la mitad, las costillas estaban fracturadas y tenía quebradas varias vértebras del cuello y la espalda.
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El cirujano ortopédico dijo más tarde que si alguien le hubiera contado de un paciente con las lesiones de Geralyn, él habría preguntado: “¿Cuándo murió?”. Un breve momento de distracción por parte del maquinista tuvo como consecuencia uno de los peores desastres ferroviarios en Estados Unidos (en inglés), que dejó ocho pasajeros muertos y más de 150 heridos.
El trauma de un cónyuge
Jonathan Ritter estaba mirando CNN cuando dieron la alerta de la noticia. De inmediato se puso en acción. Llamó al teléfono de Geralyn y no obtuvo respuesta. Un amigo lo llevó en auto hasta el sitio del accidente y, al llegar, se horrorizó ante el desastre.
“Recuerdo tener la esperanza de que ‘solo’ estuviera herida, porque la alternativa era inimaginable”, dice Jonathan. Se dirigió al hospital, todavía sin saber si su esposa estaba viva.
Cuando vio por primera vez a Geralyn en la cama del hospital, estaba tan irreconocible que estuvo seguro de que no era ella, hasta que le mostraron una bolsa de plástico con un reloj que él le había regalado.
“Los médicos me describieron a toda velocidad sus lesiones, la operación y el peligro al que se enfrentaba”, recuerda Jonathan. “Yo estaba demasiado conmocionado para absorber todo, y pensaba en todos los que no sabían lo que estaba pasando y las llamadas que tenía que hacer”.
El aislamiento de la sanación
En las semanas que siguieron, Geralyn permaneció en cuidados intensivos, respirando con ayuda mecánica y superando varias operaciones maratónicas a medida que su prognosis mejoraba gradualmente. Pero la realidad de su situación no se hizo claramente visible hasta que dejó el hospital y fue a casa, donde comenzó a enfrentar sus nuevas limitaciones y el hecho de que no podría volver a trabajar en un futuro próximo. Su “trabajo” sería el largo camino de la recuperación, y ese pensamiento comenzó a hundirla en la depresión.
“El trauma es una experiencia de todo el cuerpo”, dice Geralyn. “No importa cuáles sean los huesos fracturados. Nada de lo que había leído me preparó para lo que se siente cuando te despiertas cada mañana paralizada por el dolor o cuando el farmacéutico te mira en forma sospechosa cuando vas a buscar la receta de fentanilo”. Más tarde aprendería que la sensación de alienación con respecto a otras personas y a su propio cuerpo es uno de los efectos que definen el trauma.