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Durante casi toda su vida, Jeanette Yates, de 50 años, pensó que ser una buena hija y, más tarde, una buena cuidadora, significaba ser perfecta. Aprendió a una edad temprana que molestar a su madre, que tenía una enfermedad crónica, podía empeorar su condición. Su madre, Mary Jane Blanchard, tenía un trastorno autoinmunitario crónico llamado miastenia grave, que interrumpe la comunicación entre los nervios y los músculos, debilitando los músculos que controlan el movimiento voluntario.
Con el fin de reducir el estrés y proteger el bienestar de su madre, Yates se esforzó por ser la hija perfecta, obteniendo buenas calificaciones, evitando problemas y ayudando en la casa. "Me solían decir, 'No molestes a mamá, quieres que se mantenga sana, ¿verdad?'", recuerda Yates. Ese sentido de responsabilidad se transformó en perfeccionismo, y cuando Yates se convirtió en la cuidadora principal de su madre al hacerse adulta, no solo se hizo cargo del trabajo, sino que ese trabajo se convirtió en su identidad, a pesar de ser una esposa y madre de dos hijos. Durante años, ella se encargó de concertar citas y lidiar con emergencias y contratiempos, rara vez pidiendo ayuda y casi nunca reconociendo el precio que estaba pagando.

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"Realmente creía que, si no lo hacía todo yo misma, no era una buena cuidadora", dice Yates. "Me encantaba que me dijeran que era una gran cuidadora. No había término medio. Si no era perfecta, la estaba defraudando".
A pesar de sus esfuerzos diligentes, la salud de su madre empeoró. A medida que Yates comenzó a enfrentar sus propios problemas de salud, desarrollando trastornos alimentarios y tensión en sus relaciones, descubrió una verdad dolorosa: no importa cuánto te esfuerces, tu ser querido morirá eventualmente. Su madre falleció de cáncer de mama en junio del 2025. Yates reflexionó sobre su vida como cuidadora en su libro de memorias, From Guilt to Good Enough, (en inglés) en el que comparte su sabiduría adquirida con gran esfuerzo con los cuidadores que luchan por dar la talla al desempeñar una labor que a menudo exige que den todo de sí mismos.
A través de la terapia, Yates se dio cuenta de que su autoestima estaba directamente relacionada con su identidad como la cuidadora perfecta. "Poco a poco comencé a replantearme cómo ser feliz sin tener que aspirar a la perfección".

El mito de la perfección
La necesidad de alcanzar la perfección en el cuidado a menudo proviene de una mentalidad más amplia, profundamente arraigada, no solo vinculada al cuidado, sino entrelazada con la manera en que las personas abordan muchos roles en sus vidas, dice la psicóloga Merle Griff, autora de Solace in the Storm (en inglés).
"Algunas personas son muy críticas consigo mismas y aspiran a la perfección en todos los aspectos de su vida, ya sea en el trabajo, como padres, amigos o cuidadores".
Se cree que la famosa cita del pintor Salvador Dalí, "No le temas a la perfección; nunca la alcanzarás", liberó a los artistas de la presión de crear arte sin imperfecciones. Sin embargo, sus palabras son igual de poderosas cuando las aplicamos al cuidado familiar, donde esforzarse por lograr la perfección a menudo interfiere con la compasión y la dedicación del cuidador.
"En lugar de intentar hacer todo de manera impecable, los cuidadores deben evaluar lo que su ser querido realmente necesita y cómo satisfacer esas necesidades", agrega Griff, directora ejecutiva y fundadora de los centros de cuidado diurno para personas mayores SarahCare en Canton, Ohio. "Debemos concentrarnos en lo que es realmente necesario y averiguar cómo lograrlo con apoyo".
Alcanzar la perfección en cualquier ámbito es un mito, y ser cuidador no es la excepción. Cuidar de alguien por primera vez es como empezar un nuevo trabajo sin mucha preparación. Los cuidadores a menudo "aprenden sobre la marcha", lo que naturalmente hace que la perfección sea una meta poco realista e imposible, dice Elizabeth Miller, una consultora certificada en el cuidado de personas y fundadora del blog y pódcast Happy, Healthy Caregiver. Miller revela que su propio empeño por brindar un cuidado "perfecto" a su madre surgió en parte de un sentimiento de culpa. Su madre, que tenía EPOC (enfermedad pulmonar obstructiva crónica) y movilidad limitada, dejó el hogar de sus sueños en Florida tras la muerte de su esposo. Miller sintió una gran presión por conseguir que la transición fuera lo más fácil y feliz posible cuando trasladó a su madre a Georgia para que viviera más cerca de ella.
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