Vida Sana
Todos nos hemos sentido tristes en algún momento de la vida. Sin embargo, cuando ese sentimiento persiste durante varias semanas, puede ser un signo de depresión clínica. Más que una simple tristeza, la depresión es un trastorno del estado de ánimo que puede restarle alegría a la vida y hacerte sentir demasiado abrumado como para ocuparte de las actividades cotidianas habituales o para sentir un gran placer con las personas o las cosas que solías disfrutar. Este trastorno puede empeorar debido a circunstancias estresantes de la vida, como la epidemia de COVID-19, que se considera un factor determinante del aumento de problemas de salud mental en todo el mundo.
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Sin embargo, la depresión no siempre se manifiesta como melancolía: algunas personas que padecen este trastorno (sobre todo los hombres) pueden expresar ira en vez de tristeza, según la Dra. Maria Oquendo, profesora y directora de Psiquiatría de la Facultad de Medicina Perelman de University of Pennsylvania. “En los hombres, la depresión suele pasar desapercibida porque se manifiesta más como irritabilidad que como tristeza”, advierte. “La mayoría de la gente no la cataloga como depresión. Piensan: ‘Bueno, solo es un tipo malhumorado’. Pero en realidad no se trata solo de eso”.
Además, los Institutos Nacionales de la Salud indican que en los adultos mayores la depresión puede asemejarse mucho a la demencia, con síntomas como disminución de energía o fatiga, lentitud en los movimientos o en el habla y mayor dificultad para concentrarse, recordar o tomar decisiones.
Otros síntomas físicos habituales de la depresión (en todas las edades) incluyen dolor de cabeza, dolor en las articulaciones, fatiga, inapetencia, dificultad para dormir y problemas gastrointestinales.
En el peor de los casos, la depresión puede producir un sentimiento de absoluta desesperanza y pensamientos suicidas (lee la barra lateral).
Afortunadamente, la depresión se puede tratar con facilidad. “Existen diversos tratamientos muy eficaces”, señala Amanda M. Spray, psicóloga clínica de NYU Langone Health, quien destaca la medicación —por lo general, los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina (ISRS, como Prozac y Lexapro)— y técnicas como la terapia cognitivo conductual (TCC), “que ayuda a comprender el vínculo entre los pensamientos, los sentimientos y los comportamientos”.
Cuando sufres, es importante que pidas ayuda. Como afirma Oquendo, “desear que la depresión desaparezca no da resultado”.
Dado que cada persona puede sentir la depresión de forma diferente, AARP invitó a cinco adultos que la han padecido a describir lo que sienten y a compartir lo que les ayuda a sobrellevarla.
Nita Sweeney, 60 años, Columbus, Ohio
“Es como caminar sobre barro”.
De pequeña, Nita Sweeney siempre había sido un tanto melancólica, más sensible que otros niños. Sin embargo, no fue sino hasta que llegó a la universidad que empezó a percibir realmente el sentimiento de depresión. “Me esforzaba mucho y tenía buenas calificaciones, pero cuando la vida me deparaba algo, como por ejemplo el fin de una relación, lo sentía como algo inmenso y desmedido”, comenta. “Me sentía devastada y me costaba funcionar”.
Años después, cuando Sweeney ejercía abogacía, era una de las mejores abogadas de su firma, pero tenía que trabajar el doble que sus colegas. “No solo tenía que hacer el trabajo, sino que debía superar un obstáculo tremendo —esa inercia y parálisis iniciales— antes de poder hacer nada”, explica. “Me sentía pesada, como si tuviera plomo en los huesos y pesas en los brazos y los hombros. Me producía un gran dolor corporal. Es como caminar sobre barro”.
Pero aún más grave era la sensación de vacío que Sweeney, autora de Make Every Move a Meditation, todavía siente a veces durante los episodios de depresión profunda. “Todo parece gris”, dice. “La vida pierde su vivacidad”.
A los 33 años estuvo a punto de suicidarse. Con una gran depresión y convencida de que era una carga para su familia, se recostó en la alfombra de la sala de estar y elaboró un plan. “Me iba a meter en la camioneta que estaba en la cochera, encender el motor y sentarme allí hasta que me durmiera […]. Tenía bien claro que eso era lo que debía hacer. Era la mejor solución para todos”.
Felizmente, el destino se interpuso con una llamada telefónica. Era del consultorio del terapeuta de Sweeney para preguntarle dónde estaba. (Había faltado a la sesión porque se había quedado dormida). “Esa llamada me salvó la vida”, recuerda. Se fue directamente al consultorio de su terapeuta y pocas horas después ingresó a un hospital local. Permaneció allí cinco días, el tiempo suficiente para estabilizarse.
Desde ese momento ha probado diferentes medicamentos, y actualmente está tomando Prozac. También acude a psicoterapia una vez por mes, y además recibe neurorretroalimentación, un tratamiento que mide la retroalimentación de la actividad cerebral en tiempo real (por ejemplo, mientras miras una película) y le enseña al cerebro a adoptar modelos más saludables.
Cómo lo afronta: Sweeney recurre a la escritura, una forma de terapia que ella compara con la meditación con bolígrafo. “Es parecido a llevar un diario, salvo que lo haces en un lapso determinado, manteniendo la mano en movimiento y sin detenerte a pensar. Captas detalles sensoriales, observas a tu alrededor y escribes lo que ves. Te sitúa en la realidad, en vez de estar metido en la cabeza”.
No obstante, el mayor estímulo emocional para Sweeney ha sido correr. No se trata solo de las sustancias químicas cerebrales que produce la actividad física y que mejoran el estado de ánimo, explica. “Existe un espíritu de comunidad, porque a veces corro con un grupo. También participo en carreras que tienen un plan de entrenamiento, por lo que hay una estructura. Y además surge una sensación de logro al alcanzar tus objetivos: dije que iba a correr cinco kilómetros, y lo hice”. Sweeney insiste en que el ejercicio realmente da resultado: “La depresión detesta un objetivo en movimiento”.
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