Vida Sana
Algo le ha pasado a mi hija. Estoy aterrorizada. Estoy sola. Estoy agotada. Es mi responsabilidad que ella esté segura y feliz, y estoy fallando como madre. Ya hace semanas que mi niña, que era vibrante y hermosa, con su largo cabello color jengibre, sus ojos azules, y siempre orgullosa de su aspecto, está recluida en la cama. Tiene el cabello enredado y pesado porque hace días que no se lo lava. El aire de su habitación está estancado. Con las cortinas cerradas, la oscuridad es total. No come. Duerme todo el tiempo. No se ve con amigos y no va a la escuela. Cada vez que trato de interactuar con ella, se pone agresiva o me mira fijo con una mirada inexpresiva. Extraño su risa. Extraño el sonido de su voz. Esta no es mi niña. Mi niña, que escuchaba música a todo volumen, cantaba a los gritos, se pasaba el día en FaceTime con amigos y encontraba un motivo para vivir con alegría, apenas está viviendo.
Estas son las palabras de Tanya Trevett, una exmaestra de educación especial residente en Boston y madre soltera de tres hijas adolescentes. Su hija mayor, Emma, de 17 años, sufre de ansiedad, depresión y trastorno bipolar. En su diario, Trevett recorrió el “viaje” de Emma desde ser una niña extrovertida cuya libreta de calificaciones era una seguidilla de “Aes” y que se pasaba las tardes jugando al fútbol, hasta convertirse en una adolescente que apenas podía funcionar, una niña que ella apenas reconocía.
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Algunos jóvenes tienen más riesgo que otros. Una encuesta del Gobierno de casi 8,000 estudiantes de la escuela secundaria realizada en los primeros seis meses del 2021 halló que el índice de episodios depresivos importantes era más alto entre las niñas adolescentes (25.2%) que entre los niños (9.2%). Entre 1991 y el 2017, los intentos de suicidio entre adolescentes negros aumentaron un impresionante 73%, en comparación con la reducción del 7.5% que se observó entre los adolescentes blancos. Pero el aumento de la depresión y el suicidio se observa en todos los grupos demográficos. No hay ningún grupo étnico, clase social, raza ni identidad de género que haya sido inmune.
¿Qué hay detrás de la crisis?
La tecnología
Los expertos dicen que no cabe duda de que la pandemia de COVID-19 ha exacerbado la crisis: alteró experiencias esenciales del desarrollo, tales como el último año de la escuela secundaria, la graduación y la transición a la universidad. “El componente social ha sido particularmente brutal”, dice Lucas Zullo, psicólogo clínico en el UCLA Youth Stress and Mood Program. Las personas corren menos riesgo de sufrir de depresión si “pueden conectarse con amigos y familiares, tener esas interacciones sólidas y de apoyo”, observa. “Todo eso desapareció mientras estuvimos totalmente confinados”.
Pero los CDC hallaron que los índices de depresión, ansiedad y suicidio entre los adolescentes y los jóvenes estaban en aumento antes de que surgiera la COVID-19. Zullo y otros profesionales de salud mental creen que la pandemia meramente los aceleró y acentuó.
Y también señalan otras influencias poderosas en el bienestar mental de los jóvenes, como la tecnología. Por un lado, las redes sociales son una muy buena forma de mantenerse conectado, dice Laurence Steinberg, profesor de Psicología en Temple University y experto en adolescencia. “Pero también sabemos [que] en algunos adolescentes, las redes sociales tienen un efecto negativo sobre la salud mental. Son una minoría, pero son los jóvenes más vulnerables. Cuando alguien popular se conecta a las redes, ve muchas cosas buenas sobre él. Recibe muchos elogios de sus amigos. Tiene muchos “me gusta” y gran comunicación sobre intereses compartidos. Cuando un adolescente que no es popular se conecta, se siente excluido; siente que no gusta. En ciertas formas, el rico se hace más rico y el pobre se hace más pobre”.
Sin embargo, el impacto de las redes sociales en la salud mental de los jóvenes tal vez no se base totalmente en la experiencia que tienen al utilizarlas, sino en las cosas que esa actividad está desplazando. “Sabemos que la depresión se correlaciona con la falta de sueño y la falta de ejercicio”, dice Steinberg. “Si las redes sociales impiden que los jóvenes realicen actividades que son buenas para ellos, están contribuyendo a la mala salud mental”.
Un incesante alud de malas noticias
Y luego están las noticias: un fuerte cóctel de división política, ataques armados en las escuelas, una economía incierta, el cambio climático y la guerra en Ucrania. Los golpes parecen no detenerse. “Tenemos acceso a esta información, pero no somos buenos para desconectarnos de ella”, dice Shannon Bennett, directora clínica local del New York-Presbyterian Youth Anxiety Center. “Eso nos mantiene constantemente atados a las cosas que más temor nos causan”.
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