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Dr. Jaime Salas Rushford

Un galeno puertorriqueño se ofrece de voluntario en un hospital de Brooklyn, Nueva York, en plena crisis por el coronavirus.

Dr. Jaime Salas Rushford en Times Square

Foto cortesía del Dr. Jaime Salas Rushford

Dr. Jaime Salas Rushford

Hacía apenas una semana que había estado en Nueva York cuando me avisan que necesitaban médicos. No dudé un momento en alistarme a los cuerpos de reserva médica y partir de mi querido Puerto Rico a Nueva York, la ciudad donde estudié parte de mi carrera de medicina y a la que le debo tanto a nivel personal. Era mi momento de hacer algo por esta ciudad que enfrentaba la amenaza de la pandemia de la COVID-19.

Pero tengo que ser bien franco. Una cosa es volar a Nueva York con la decisión de prestar tus servicios y otra muy distinta es enfrentarte a la realidad.  

Llevo ya más de un mes ofreciendo mis servicios de manera voluntaria en el Coney Island Hospital de Brooklyn. Antes de entrar a la sala de emergencia por primera vez, enfundado en mi traje blanco, guantes y mascarillas, me pregunté: ¿Qué hago aquí? Era abrumador ver a tantos enfermos tosiendo y nosotros tratando de entender los síntomas de una enfermedad que no conocemos bien.


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La presión no daba tregua. Tuve muchos colegas que terminaron enfermos y entubados a causa de las complicaciones respiratorias del virus. Los turnos de 12 horas se convirtieron en 14, en 18 horas. Sí nos dieron equipo de protección, pero no era que tuviéramos una mascarilla todos los días. El primer día nos dieron una y nos tenía que durar una semana. Psicológicamente tenías una preocupación más: que no se te podía dañar la mascarilla. 

Los rostros de la crisis

El hospital no daba abasto con los casos. La carpa gigante que se instaló afuera funcionaba igual a una operación militar. En uno de los edificios teníamos los ventiladores y los cuidados intensivos y en la carpa teníamos a aquellos pacientes que necesitaban ser observados o estaban bajos cuidados intermedios. Entre ellos, muchos adultos mayores residentes de hogares de ancianos y centros de cuidado en Nueva York. Muchos habían dado positivo al virus, pero no estaban tan enfermos como para ser hospitalizados y tuvimos que enfrentar la realidad de que los hogares y centros no los querían recibir. Escuché cuánta excusa era posible para no recibirlos. Otros entraban solos al hospital, permanecían allí solos y morían solos. Esa soledad influyó mucho.

Vi también que más del 70% de los pacientes contagiados con la COVID-19 pertenecían a poblaciones de minorías. Latinoamericanos, asiáticos, rusos, checoslovacos, de la India. Son personas que tienen que trabajar para poder sobrevivir, que no tienen los recursos para buscar ayuda médica temprano y tienen que seguir trabajando porque sus familias dependen de ellos. Para mí, estas personas son los héroes y heroínas que mantuvieron a la ciudad de Nueva York prendida, haciendo entregas, cuidando los edificios, manteniéndonos seguros. 

Una noche llegó una mamá de Costa Rica con su nene de 10 años, una señora muy decente, elocuente, humilde; que trabajaba empacando productos en un mercadito y había perdido su trabajo hacía unas cuatro semanas. Y me dijo, ‘no quiero que usted piense mal de mí, pero mi hijo y yo tenemos hambre’. Imagínense llegar a un hospital infectado completamente de COVID, con su pequeño, y sin haber bebido ni comido nada. Ella solo quería que su hijo comiera. Esa es la otra cara de esta enfermedad. 

Todos hemos vivido y vamos a vivir los estragos de este virus. Estamos hablando tanto de la enfermedad, la fiebre, los ventiladores, que nos olvidamos de esa otra parte.  

Hay que perder el miedo sin perder el respeto a la enfermedad.

Medicina y humanidad

Yo estudié medicina y cada vez que pueda ayudar en alguna crisis de salud, ahí estaré. Estuve en Haití cuando el terremoto del 2010, y en Puerto Rico, con mi pueblo, cuando los huracanes del 2017. Yo aprendí lo que es pasar hambre, lo que es estar varios días sin comer esperando por comida. Sé identificar las necesidades. Soy muy afortunado de estar aquí y hacer lo que estoy haciendo. 

Esta pandemia nos revela el miedo colectivo. Se generó un pánico y se empezaron a tomar decisiones con miedo y sin respeto a la seriedad de la condición. Hemos cometido errores involuntarios en una situación de crisis abrumadora. Pero hay que perder el miedo sin perder el respeto a la enfermedad. Lo importante es aprender.

Vinimos muchos voluntarios y aprendimos cómo ofrecer servicios médicos y humanidad a estos pacientes. Cuando regrese a Puerto Rico quiero educar a mis colegas, compartir ese conocimiento de cómo manejar el mayor volumen posible de pacientes y cómo organizar el sistema médico.

Vamos a entrar en una fase en que veremos qué va a pasar con esos pacientes que se recuperaron de una enfermedad severa de la COVID-19 pero que quedaron con daños permanentes y crónicos, ya sea fibrosis pulmonar, daño renal, o en el corazón. Esos son otros frentes de batalla que tendremos que extender. La pesadilla no termina.

 

—Según relatado a Hirania Luzardo

El Dr. Jaime Salas Rushford es médico especialista en medicina interna, con licencia para ejercer en Puerto Rico, Florida y Nueva York. A finales de marzo se trasladó a Nueva York cuando esa ciudad se encontraba en el pico de contagio de la epidemia de la COVID-19.  Esta es su experiencia, en sus propias palabras.

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Nota del editor: Este ensayo forma parte de una serie sobre cómo vivimos los latinos en Estados Unidos el brote de coronavirus. A continuación, la lista de perfiles que forman parte de esta serie: