David Waters no ve la hora en que se complete la remodelación de $37.5 millones de su hogar de ancianos, ubicado en el condado de Cobb, en Georgia. El proyecto agregará un nuevo jardín terapéutico al campus, donde él podrá cultivar sus amadas plantas de jade. “Va a ser bellísimo”, dijo Waters, de 67 años, en una reciente llamada por Zoom, luciendo una colorida camiseta teñida y una mascarilla quirúrgica para protegerse de la COVID-19.

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Carolyn Gibson —otra residente del hogar, de 83 años, quien también participó en la llamada— dijo que había escuchado que las nuevas áreas comunes han sido diseñadas por un arquitecto residencial y se asemejarán a salas de estar. “Eso suena maravilloso”, dijo, asintiendo con la cabeza y haciendo balancear sus grandes aretes de oro.
Pero un cambio que se realizará en el establecimiento A.G. Rhodes de cuidado de adultos mayores en las afueras de Atlanta, con 130 camas, ilumina los ojos de los residentes más que cualquier otro: las habitaciones privadas. Cuando se complete la construcción más adelante este año, los dormitorios compartidos serán reemplazados por 58 habitaciones privadas. Y un edificio totalmente nuevo contará con otras 72 habitaciones privadas para pacientes con trastornos de la memoria.
Las habitaciones compartidas serán una reliquia del pasado.
“Privacidad... ¡eso me encantaría!”, dice Gibson, quien actualmente tiene una compañera de cuarto. “Voy a poder poner el televisor tan fuerte como quiera, colgar cosas en las paredes… Podré convertir la habitación en mi pequeño nido propio”.
“¿Una persona por habitación?”, pregunta Waters, quien también comparte la suya. “¡Yo me apunto!”.

Muchos de los 1.2 millones de residentes de hogares de ancianos del país —y sus seres queridos— comparten ese sentimiento, en particular después de la pandemia de COVID-19. El virus les ha costado la vida a más de 163,000 residentes de hogares de ancianos, según datos publicados por el Gobierno, los que probablemente no incluyan todos los casos. Las habitaciones compartidas contribuyeron a promover la transmisión descontrolada de la COVID en los establecimientos.
Como resultado, el amplio plan del presidente Joe Biden para mejorar los 15,000 hogares de ancianos que existen en el país, anunciado a principios de este año, incluye habitaciones privadas para los residentes. Cada vez hay más pruebas de que las habitaciones privadas no solo ayudan a prevenir la transmisión de infecciones, sino que también promueven mejor salud y mayor satisfacción general entre los residentes. El plan de Biden da instrucciones al Gobierno federal de explorar “formas de acelerar la eliminación gradual de habitaciones con tres o más residentes y promover habitaciones ocupadas por una sola persona”.
Pero materializar esa visión podría llevar décadas, si es que realmente ocurre. La mayoría de los residentes de hogares de ancianos en Estados Unidos actualmente viven en habitaciones compartidas en las que entre dos y cuatro personas comparten un baño. De modo que, si bien algunos hogares de ancianos —como el A.G. Rhodes, sin fines de lucro— están trabajando para lograr el objetivo fijado por Biden, muchos en la industria dicen que la adopción generalizada de habitaciones privadas requeriría cambios gigantescos en la forma en que los hogares están configurados, financiados y regulados, y en la forma en que operan. Los operadores de hogares de ancianos, los defensores de los residentes y los expertos de la industria dicen que el Gobierno federal necesitaría hacer mucho más para impulsar una revolución en la forma en que se hospeda a los residentes.
“Nuestro modelo de hogares de ancianos actualmente no admite en absoluto las habitaciones privadas”, dice Sheryl Zimmerman, codirectora del Programa sobre Envejecimiento, Discapacidad y Cuidados a Largo Plazo de la Universidad de Carolina del Norte, Chapel Hill. “Van a tener que ocurrir cambios radicales si deseamos ver más”.
Edificios viejos, atención anticuada
Después de la Segunda Guerra Mundial, una ley conocida como Ley Hill-Burton (Hill Burton Act) transformó el sistema de hogares de ancianos del país, los que, de pequeños centros operados en forma privada, pasaron a ser establecimientos altamente medicalizados que se asemejaban a hospitales. Los nuevos hogares de ancianos estaban regulados y eran financiados en gran parte por el Gobierno. Y su orientación principal, según la opinión de muchos expertos de la industria, pasó de procurar el bienestar a proveer atención para la salud.
A medida que la demanda de servicios de atención de adultos mayores se disparó en las décadas siguientes, surgieron miles de grandes hogares de ancianos, operados por cadenas empresariales, con capacidad para cientos de camas. Eran edificios de varios pisos, largos corredores, mucho equipamiento médico, carritos de medicamentos, cafeterías comerciales... y habitaciones compartidas. Esas instalaciones continúan siendo la norma hoy en día: más de la mitad de los hogares de ancianos que existen actualmente en el país se construyeron antes de 1980.
Pero en la década de 1980 surgieron nuevas ideas sobre el cuidado personalizado y una atención más hogareña, a medida que los defensores de los residentes en esos centros presionaban para lograr un mayor equilibrio entre la atención clínica y la calidad de vida. Nacieron nuevos modelos de cuidados a largo plazo que promovían la atención centrada en la persona y entornos similares a los de un hogar familiar.
La organización The Green House Project, por ejemplo, se fundó a principios de la década del 2000 con el fin de crear “entornos para el cuidado de los adultos mayores radicalmente distintos a los centros institucionales”. Desde entonces, la organización sin fines de lucro ha construido más de 350 hogares en todo el país.
Cada “casa” de Green House aloja a un máximo de 12 residentes, y todos tienen una habitación individual con baño privado. Los espacios comunes acentúan la sensación hogareña: una cocina de estilo residencial, un área de comedor abierta con una gran mesa, una sala central con chimenea y espacios accesibles al aire libre, como porches y patios. Y se aceptan mascotas.

The Green House Project promueve la autonomía y la autosuficiencia de sus residentes, conocidos como “mayores”. Encontrar esas cualidades en un hogar de ancianos tradicional puede ser difícil. Los mayores tienen acceso a la alacena de la casa y a los armarios de artículos domésticos sin necesidad de pedir permiso. En los hogares de ancianos tradicionales, ese acceso por lo general está limitado al personal. Los residentes de un hogar Green House también pueden colaborar con el personal en la planificación, la preparación o la cocción de las comidas. En la mayoría de los hogares de ancianos, los residentes no pueden ingresar a las grandes cocinas comerciales porque no son seguras.
Las configuraciones con entornos más similares a los de una residencia familiar tienden a dar mejores resultados que los hogares de ancianos tradicionales. Los residentes de hogares Green House —el modelo de hogares más pequeños que ha sido más estudiado— tienen índices de hospitalización más bajos, son un 45% menos propensos a necesitar catéteres y un 16% menos propensos a estar postrados en cama. Otros estudios indican que tienen mejor calidad de vida, los costos médicos son más bajos y hay menos rotación de personal.