Vida Sana
Siempre estaré agradecida por el día que conocí a Peggy. Los tres meses anteriores me había dedicado al cuidado de mi madre prácticamente las 24 horas del día. Mi madre, Cookie, había sido sometida a quimioterapia, radioterapia y cirugía, y estaba perdiendo la capacidad de caminar y hablar. Se encontraba absolutamente agotada, y yo también.
Peggy había cuidado a su madre y a otros miembros de su familia. Estaba sin trabajo, necesitaba ingresos y yo necesitaba ayuda. Después de una reunión con mamá y conmigo, contratamos a Peggy para que fuera mi mano derecha y se encargara de llevar a Cookie a las citas, se quedara por la noche de vez en cuando y se ocupara de la limpieza ligera y la preparación de la comida.
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A medida que mamá necesitaba más atención médica, también contraté una empresa de cuidados profesionales con profesionales de enfermería y auxiliares certificados para que me ayudaran. Si bien valoraba sus servicios, no podían hacer lo que hacía Peggy. Los años que había dedicado al cuidado le habían dado la experiencia necesaria. Organizaba nuestro registro diario de síntomas, medicamentos y episodios. Reconocía cuando Cookie tenía problemas y debíamos consultar con los profesionales de la salud, e incluso encontró a un especialista que podía hacerle una intervención para devolverle la voz después de que los tumores le invadieran por completo las cuerdas vocales. Peggy evaluaba los hogares de enfermería especializada y recorría muchos de ellos en su tiempo libre cuando mamá decidió que quería una terapia más intensiva para aprender a caminar de nuevo. Más que nada, Peggy era una presencia tranquila y estabilizadora para mi madre. Se sentaba con Cookie y le tejía gorros para mantener caliente la cabeza calva, conversaba sobre los buenos tiempos de los años 60 y la consolaba de formas que solo podía hacer una compañera. Una noche, Peggy se presentó en la sala de emergencia a las 3 de la madrugada con su bolso de tejido en la mano para quedarse con mi madre y que yo pudiera irme a casa a dormir un poco. Peggy fue una verdadera salvación, y yo no podría haberme ocupado del cuidado de mi madre durante tanto tiempo sin ella. Mamá ya falleció y Peggy sigue formando parte de mi vida. No es solo una amiga; es parte de la familia.
Esa es mi experiencia sobre lo bien que puede salir contratar a un cuidador privado. Una década después, y ahora que soy abogada especializada en cuestiones legales y financieras relacionadas con el cuidado de seres queridos, ya sé lo que hice mal: Peggy y yo no teníamos ningún contrato para sus servicios. Ella simplemente llevaba la cuenta del tiempo que dedicaba a hacer tareas para mamá, y yo le pagaba con un cheque cada semana. Cuando hacía más de lo que debía, le pagaba más, pero no teníamos ningún acuerdo al respecto. En realidad, Peggy no tenía obligación de hacer la mayoría de las tareas que realizaba. Podría haberse lesionado al levantar a Cookie y demandarnos. Todo salió bien gracias a su espíritu generoso y a mi confianza ciega en una persona desconocida.
Cualquier cuidador familiar te dirá que llega un momento en que siente que no puede seguir brindando cuidados sin ayuda. Sacrificamos nuestro tiempo, nuestra salud y nuestro bienestar económico para ofrecer cuidados no remunerados a nuestros seres queridos. Si no hay suficientes familiares y amigos que colaboren, la única opción es contratar ayuda externa.
Los cuidadores privados cubren la escasez de cuidadores profesionales
Cualquiera que haya intentado contratar a un cuidador profesional te dirá que puede ser difícil encontrar ayuda de confianza. Hay una escasez nacional de auxiliares de cuidados en el hogar. En muchas zonas hay largas listas de espera y falta de personal. Además, a medida que la población envejece, la necesidad de auxiliares a domicilio no hará más que aumentar. Sin suficientes profesionales disponibles, cada vez más personas que reciben cuidados y sus familias exploran la opción de contratar personal privado para cubrir esa carencia.
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