Vida Sana
Es normal sentir ansiedad en respuesta a eventos estresantes de la vida, pero a veces esa preocupación o miedo se vuelve más intensa y persistente. En vez de una sensación temporal, puede convertirse en una sensación duradera de terror que interfiere con la vida cotidiana, lo que indica un posible trastorno de ansiedad (que es tratable).
Sin embargo, algunas personas ansiosas tendrán un ataque de pánico completo, una experiencia aterradora en sí que suele incluir síntomas alarmantes, como palpitaciones, sudor, temblores, dificultad para respirar, dolor de pecho y náuseas.
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Casi un 5% de los adultos experimentan un ataque de pánico en algún momento de su vida, según el Instituto Nacional de Salud Mental. Las mujeres son más propensas a informar sobre un ataque de pánico que los hombres.
Debido a que un ataque de pánico puede parecer y sentirse similar a un ataque cardíaco, asegúrate de que un proveedor médico te revise si no estás seguro de lo que estás experimentando, dice el Dr. Robert Rock presidente del Consejo de Psiquiatría Geriátrica de la Asociación Americana de Psiquiatría y psiquiatra de John Hopkins Medicine. "Tiende a ocurrir inesperadamente, por lo que a veces las personas tienen dificultad en interpretarlo como un síntoma de la ansiedad", agregó.
Ya que los ataques de pánico se manifiestan de manera distinta en cada persona, AARP les pidió a seis adultos que los padecen que describieran lo que sienten durante un ataque de pánico y que compartieran lo que los ayuda a superarlos.
"Es como si me apretara una abrazadera".
Anita Lesko, 61 años, Pensacola, Florida.
Anita Lesko siempre ha padecido de fobia a los gérmenes, por lo que su ansiedad empezó a afectarla cuando leyó por primera vez sobre el coronavirus a principios del 2020.
Lesko es enfermera anestesista acreditada y certificada (CRNA), por lo que sabía que corría un mayor riesgo de exposición debido a su trabajo de administrar anestesia a los pacientes antes de una operación. Cuando comenzó a escuchar de la escasez en todo el país de equipo de protección personal para los trabajadores de la salud, Lesko empezó a preocuparse mucho.
"La posibilidad de ir a trabajar, exponerme y acabar conectada a un respirador o muerta fue lo que me llevó hasta el límite", dice.
Una mañana de marzo, durante un intervalo entre pacientes en el hospital, Lesko sintió una fuerte sensación de catástrofe inminente. Empezó a hiperventilar, su corazón se puso a latir con fuerza y comenzó a sudar. Sintió una creciente presión en el pecho.
"Sentí que algo me oprimía el pecho y la garganta, como si me estuviera apretando una abrazadera", explicó. "Después, empecé a temblar hasta lo más profundo de mi ser".
Lesko pidió permiso para irse temprano y salió corriendo a su auto. Se desmoronó en el asiento del conductor y rompió a llorar.
"Permanecí sentada intentando tranquilizarme y respirar de manera normal", recuerda.
Tardó unos 30 minutos en calmarse lo suficiente para poder conducir. Cuando Lesko llegó a su casa, estaba exhausta y tuvo que dormir varias horas antes de poder hacer nada.
Lesko ha sufrido muchos más ataques desde aquel día y le han diagnosticado un trastorno por estrés postraumático (TEPT) y ansiedad extrema. No ha podido regresar al trabajo.
Qué hace para superarlo: Lesko todavía encuentra difícil controlar sus ataques de pánico. Es reacia a tomar medicamentos, pero ve a un terapeuta mediante el uso de la telemedicina.
Lesko dice que el mejor consejo que ha recibido es no intentar resistir los ataques porque eso hace que sean peores. "Cuando empieza uno, respiro profundamente y me concentro en dejar que suceda y que siga su curso", dice. "Y eso me ayuda".
"Sabía que algo terrible estaba ocurriendo".
J.T. Lewis, 58 años, Charlottesville, Virginia.
Una mañana, hace casi 20 años, J.T. Lewis paró un taxi porque llegaba tarde al trabajo. Al acomodarse en el asiento trasero, Lewis observó que el auto estaba inusualmente caliente, sucio y apretado. El asiento del conductor estaba echado tan hacia atrás que parecía como si la aplastara. Se sintió sudorosa y mareada.
"De repente, no podía respirar", recuerda Lewis. "Sentí un dolor opresivo en el pecho. Sabía que algo terrible estaba sucediendo. ¿Me estaba muriendo?".
Después de unos pocos minutos la intensidad del ataque disminuyó, pero Lewis estaba tan alterada que le pidió al conductor que la llevará al consultorio de su médico. Tras una serie de pruebas, su médico le dijo que no tenía ningún problema físico.
Unas semanas más tarde, Lewis, que frecuentemente viajaba por su trabajo como abogada, se acababa de abrochar el cinturón en la sección de primera clase de un avión cuando se repitió de nuevo el incidente. Sintió la presión en el pecho. La sensación de que no podía respirar. Sudorosa y pálida, le pidió agua al asistente de vuelo.
En lugar de ello, el asistente de vuelo la miró y le pidió al piloto que regresará el avión a la puerta de embarque para que Lewis pudiera bajarse del avión. "Estaba frustrada, confusa y humillada", dijo Lewis. "Empecé a evitar los viajes de negocios".
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