Vida Sana
Era un viernes por la tarde, y Debbie Dillinger esperaba pasar un fin de semana sin dolor. Los accidentes de automóvil habían dejado a esta mujer de 47 años, madre de tres hijos, con dolor crónico de cuello y de cabeza, y para aliviarlo acudía a Dolson Avenue Medical, una clínica de Middletown, Nueva York.
Alrededor de las 5 de la tarde, Dillinger cruzó la puerta de vidrio del consultorio. Se registró en el mostrador curvo de recepción en la amplia y espaciosa zona de tratamiento de la clínica, donde había pacientes tendidos en camillas de masaje y otros haciendo ejercicio con diversos equipos. Detrás del mostrador, un mural que cubría toda la pared mostraba una cascada, árboles y un águila volando, lo que confería serenidad al ambiente.
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La dirección de la clínica estaba a cargo de dos hermanos, James “Jay” y Jeffrey “Jeff” Spina. Llevaban más de 30 años trabajando en Middletown como quiroprácticos, es decir, proveedores médicos que tratan trastornos musculoesqueléticos, generalmente por medio de la manipulación de la columna vertebral del paciente.
Ese día de marzo del 2017, el tratamiento de Dillinger incluía algo más. La condujeron a una de las salas privadas, donde Charles Bagley, médico y neurólogo, le aplicaría una inyección en la articulación facetaria. Una articulación facetaria, uno de los lugares donde las vértebras adyacentes se conectan en la columna vertebral, se puede inflamar debido a un traumatismo como el que sufrió Dillinger. Inyectar lidocaína en la articulación puede aliviar el dolor. Sin embargo, la inserción de una aguja en la columna vertebral conlleva riesgos, y muchos expertos afirman que las inyecciones deben aplicarse solo como último recurso, y aún así, con moderación y nunca más de ocho veces por año.
Esta era la tercera inyección facetaria de Dillinger ese mes.
Se recostó boca abajo en la camilla y apoyó la cara en una almohada en forma de rosquilla. Bagley introdujo una larga aguja en una articulación facetaria del cuello y le inyectó la medicación. El cuerpo de Dillinger se puso flácido. Bagley le tomó el pulso, pero no lo encontró.
Si fueras al consultorio de un quiropráctico por un dolor de cuello, lo último que esperarías es correr la misma suerte que Dillinger: se la llevaron en ambulancia y murió al cabo de una semana.
Una estafa al descubierto
Dolson Avenue Medical gozaba de una buena reputación entre sus numerosos clientes de años. ¿Cómo pudo ocurrir algo tan terrible ante la vigilancia de los hermanos Spina, cuyas actividades extracurriculares sugerían que protegían los intereses de la comunidad? Jay solía dar charlas en las escuelas sobre la importancia de evitar las drogas. Jeff distribuía alimentos a los desamparados, entrenaba a jóvenes jugadores de fútbol y baloncesto y era voluntario del Ejército de Salvación.
Sin embargo, cinco meses después de la muerte de Dillinger, el FBI acudió a Dolson Avenue Medical. Los agentes federales examinaron los archivos de la clínica, y llenaron una camioneta blanca con montones de cajas de cartón que contenían expedientes médicos, notas manuscritas y otros materiales que confiscaron.
La redada consternó a los pacientes más antiguos, como Jacqueline Padilla, una agente de la Policía jubilada de Nueva York que había recibido tratamiento en Dolson Avenue Medical durante más de una década. El lugar tenía un espíritu cálido y familiar, me dijo. Estaba encantada de que la clínica ofreciera varios servicios, como quiropráctica y fisioterapia. Además, nunca tuvo que esperar una cita, ya que podía acudir en cualquier momento y recibir el tratamiento que necesitaba para el dolor de espalda. “Nada parecía fuera de lo normal”, comentó Padilla.
Sin embargo, las cosas distaban mucho de ser normales en la clínica. Un año después de la redada, el Gobierno anunció que Bagley se había declarado culpable de conspiración para cometer fraude en la atención médica. Con la intervención del deshonrado médico como testigo, el Gobierno acusó a Jay y Jeff Spina, a su hermana Kimberly Spina —que administraba el consultorio— y a la gerente comercial Andrea Grossman de robar $80 millones a las compañías de seguros. Ante la enorme cantidad de pruebas, los tres miembros de la familia Spina y Grossman se declararon culpables de cargos penales en relación con la estafa en el 2019; más adelante se les ordenó pagar un total de más de $28 millones en concepto de restitución.
El consultorio de los Spina parecía bien administrado y respetable. Sin embargo, una investigación interinstitucional a cargo del FBI, el Departamento de Salud y Servicios Humanos de EE.UU. (HHS) y la Oficina del Contralor del estado de Nueva York reveló el alcance de una conspiración financiera a gran escala que duró siete años. Se trataba de una operación ilícita que amasó millones de dólares de Medicare y de compañías de seguros privadas como Allstate, Nationwide y Travelers. Además, fue una estafa que puso en peligro la salud de los pacientes. “Algunos de ellos perdían el conocimiento” mientras recibían los tratamientos, dijo Susan Frisco, agente especial del HHS. “Uno murió”.
Una enorme carga para los contribuyentes
La triste realidad es que los delitos que se cometieron en Dolson Avenue Medical —como la doble facturación, los tratamientos innecesarios y la negligencia médica letal— no son nada inusuales en nuestro complejo y manipulable sistema de atención médica. El caso Spina no es atípico; es simplemente un ejemplo de un hecho cotidiano. El costo del fraude en el seguro médico para la economía nacional se calcula en unos $36,300 millones anuales, según la Coalition Against Insurance Fraud, un grupo de defensa de derechos integrado por organismos gubernamentales, organizaciones de seguros, fiscales de distrito y consumidores, entre otros.
Algunos expertos sospechan que las pérdidas podrían ser mucho mayores. “Es una pérdida descomunal de dinero y una enorme carga para los contribuyentes”, señaló Malcolm Sparrow, experto en control del fraude de la Universidad de Harvard y autor del libro License to Steal: How Fraud Bleeds America’s Health Care System. “Los costos de Medicare aumentan, lo que produce el aumento de los impuestos y los copagos. Las pérdidas continúan, año tras año”.
Cuando leí por primera vez un comunicado de prensa sobre la operación ilícita de los Spina y la muerte de Dillinger, me quedé atónito. ¿Cómo pudo ocurrir algo así? ¿Cómo pudo continuar durante años antes de que las autoridades le pusieran fin? En mi investigación, examiné miles de páginas de documentos legales; asistí a numerosas audiencias judiciales; entrevisté a testigos y expertos en salud, derecho y orden público; y mantuve correspondencia con el recluso Jay Spina, a quien el Gobierno consideró el cerebro de la operación. A raíz de ello, descubrí no solo lo fácil que es engañar a Medicare y a otras compañías de seguro médico, sino también lo que algunas personas hacen para enriquecerse de este modo, con frecuencia a costa de poner en grave peligro a los demás.
Más allá de la estafa: una dinastía quiropráctica
Para los Spina, la quiropráctica ha sido un negocio familiar que se remonta a más de cinco décadas. El padre de Jay y Jeff, James Spina Sr., abrió una clínica quiropráctica en 1968 en Liberty, Nueva York, un pueblo de la época de la Guerra de la Revolución situado a unas 100 millas al noroeste de Manhattan. Los cuatro hijos de James —Jay, Mark, Jeff y David— siguieron la misma trayectoria profesional. En un artículo de un periódico local se enumeraban ocho quiroprácticos entre sus parientes, con un total de 225 años de experiencia. “Spina” significa columna vertebral en latín.
“Mi padre ejercía a la antigua”, me escribió Jay en una carta. “La gente pagaba lo que podía o lo que le parecía justo”. Dijo que su padre solía decirle: “Tu mano derecha es la del servicio, y la izquierda es la del dinero. Debes dirigir siempre con la derecha. Cuando diriges con la izquierda, pierdes el rumbo”.
En 1986, la familia amplió la empresa con la inauguración del consultorio de Middletown, a unas 65 millas de la ciudad de Nueva York. Jay dirigía las operaciones del negocio, y Jeff se convirtió en su socio.
Jay tenía una idea del negocio que iba mucho más allá de la quiropráctica. “Los pacientes volvían al consultorio y decían: ‘Lo hacen tan bien. ... Deberían ofrecer aquí servicios de fisioterapia y rehabilitación’“, me dijo. Sin embargo, la ley del estado de Nueva York dispone que los quiroprácticos tienen licencia solo para tratar desalineaciones de la columna vertebral y no pueden recurrir a otros tipos de proveedores de atención médica ni recibir beneficios económicos por las derivaciones.