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Vivir en la casa de tus padres cuando eres su cuidador puede complicar las cosas

El miedo a perder la independencia puede hacer que algunos adultos mayores se vuelvan agresivos.


spinner image Una mujer alimentando a su madre en una mesa de comedor.
SHESTOCK/GETTY IMAGES

La madre de Shannon, Bridget, sufre de la enfermedad de Parkinson. Cuando Shannon, de 55 años, se mudó a casa de su madre para ayudar con su cuidado, sabía que era huésped en casa ajena y que debía respetar el derecho de su madre a tomar todas las decisiones relacionadas con la situación. Pero a medida que pasó el tiempo y Bridget tuvo más problemas para caminar y para pensar con claridad, Shannon comenzó a cuestionar su buen juicio e incluso su derecho a tomar decisiones.

¿No deberían instalar una silla elevadora en la escalera y barras de agarre para que Bridget pudiera subir y bajar con seguridad y entrar y salir de la ducha?, preguntó Shannon. Bridget se negó, indicando que no quería alterar el aspecto de su hermoso hogar. ¿Podía Shannon contratar a alguien para instalar una rampa en la puerta principal? Bridget dijo nuevamente que no, porque los vecinos podrían murmurar sobre su dificultad creciente para subir los escalones de la entrada. Era como si su madre, a medida que perdía el control del movimiento de su cuerpo, insistía en tener control total de su casa. Shannon sabía que esto era un intento de guardar las apariencias, pero también se preguntaba cuánto tiempo más podían vivir juntas antes de que la casa se considerara de ambas, no solo de Bridget, y ella recibiera autorización para hacer los cambios necesarios para afrontar con prudencia la enfermedad de Parkinson.

Los hijos adultos que desarraigan sus vidas para mudarse con una madre o un padre enfermo y ser cuidadores, a menudo ayudan a evitar que ese padre deba ingresar a un centro de cuidados a largo plazo. Pero algunos padres pueden ver las acciones de los hijos como intentos de “usurpación” y experimentar la ayuda que reciben como una pérdida de independencia. Tal vez anhelen estar solos y se sientan invadidos por la presencia constante de los hijos en el sofá de la sala y en la mesa de la cocina. Les pueden molestar las discusiones diarias con los hijos sobre qué deberían comer, o si están haciendo los ejercicios de fisioterapia. Y los hijos pueden creer —con razón— que se merecen la gratitud de sus padres por los sacrificios que hacen, pero en su lugar encuentran un resentimiento injusto. Eso hace que la tarea de cuidador les resulte mucho más difícil, incluso amargante.

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Entonces, ¿cómo puede un cuidador familiar, al mudarse a la casa de sus padres, mantener el respeto por las decisiones que toman los padres, pero también ganarse el debido respeto por el cuidado esencial que brinda? Aquí ofrezco algunas sugerencias.

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Ten una conversación antes de la mudanza

Antes de que se produzca la mudanza, el hijo adulto y el padre deberían tener una conversación franca sobre el porqué, el qué y el cómo. El porqué implica dejar en claro que los une un propósito común: ayudar a que el padre pueda vivir en la comodidad de su propio hogar de la mejor manera posible a medida que su salud física, y tal vez sus habilidades cognitivas, se deterioran, sin tener que recurrir a un centro de vida asistida o a un establecimiento de enfermería especializada. El hijo debería señalar que no está buscando poder ni gloria al cuidar al padre, sino que, por el contrario, su motivación se basa en la practicidad y el amor. El qué consiste en enfrentar la situación difícil que les toca vivir; en el caso de Bridget, una enfermedad neurológica progresiva que afectará su habilidad para caminar. El cómo son las formas en que colaborarán en equipo, hablando y respetando los puntos de vista de cada uno, para lograr el objetivo de que el padre viva en casa tanto tiempo como sea posible.

No conviertas el hogar en un campo de batalla

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Los padres pueden sentir gran frustración y desesperanza cuando se enfrentan a una enfermedad devastadora que les cambia la vida. A veces, esas frustraciones se dirigen en forma subconsciente y equivocada a las cosas que todavía pueden controlar, y entonces se resisten a los cambios en su hogar o rechazan los consejos razonables de sus hijos adultos que los cuidan. A nadie le gusta sentirse desairado personalmente, o incluso atacado. Los cuidadores pueden sentir tanta frustración como los padres, y entonces tratan de imponer sus consejos con más firmeza. Lo que comenzó como una lucha conjunta contra la enfermedad de pronto se transforma en una pelea entre padres e hijos por si se agregan o no barras de agarre. Evita esta batalla trágica y desacertada. Ten presente en todo momento que los padres están sufriendo por lo que les ocurre, no porque un hijo bienintencionado quiere instalar una rampa.

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Es fácil que el cuidador y la persona que recibe los cuidados se acostumbren a las rutinas diarias, sin reflexionar sobre cómo están yendo las cosas en general. Para reforzar el espíritu de unidad y asegurar que el padre sienta que es escuchado y respetado, el hijo adulto debería iniciar sesiones de evaluación de la situación al menos una vez cada tres meses. Si el padre se queja de que el hijo está tomando el mando, el hijo debería mostrar empatía por los sentimientos del padre y tratar de actuar en forma más colaborativa. Si el hijo debe rechazar las elecciones del padre con respecto al hogar por motivos de seguridad o costo, debe hacerlo con amplias explicaciones, sensibilidad y un pesar genuino por actuar unilateralmente. Cada vez que pueda, el hijo debería recordarle a su padre: “Vivimos bajo el mismo techo, estamos en esto juntos para enfrentar la enfermedad, no para luchar entre nosotros”.

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