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El extraordinario mundo de la música

Puede recordarte los mejores días de tu vida. Puede reconfortarte. Hasta puede devolver el canto a quienes apenas recuerdan.


spinner image Ilustración que muestra elementos alusivos a la música, cantantes y una persona disfrutando de la música

Parte I “Hey Jude”

En el 2007, un joven llamado Colin Huggins comenzó a tocar música en las calles de Nueva York con un piano vertical destartalado que había comprado en Craigslist.

Había sido pianista acompañante del American Ballet Theatre, pero tocar y cantar canciones pop al aire libre lo había convencido del poder casi místico que la música tenía para aliviar, deleitar y curar a sus vecinos neoyorquinos. Comenzó a llevar el piano por todo el centro de la ciudad, e incluso consiguió subirlo a un andén del metro de la calle 14.

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Allí, en diciembre del 2008 mientras tocaba “Hey Jude” de los Beatles, lo filmaron con un celular y luego publicaron el video borroso en YouTube. En el transcurso de dos minutos, transformó en un lugar de alegría, camaradería y conexión el inframundo del metro de Nueva York, que puede resultar peligroso y es la definición misma de la alienación existencial donde se evita sistemáticamente el contacto visual.

Al principio, cuatro o cinco chicos de edad universitaria empezaron a cantar (“take a sad song and make it better”), y para cuando Huggins llegó al crescendo (“better, better, BETTER”), un grupo de empresarios de mediana edad con largos abrigos negros que estaban en la plataforma opuesta también se sumaron a la canción. Con la irresistible coda (“nah, nah, nah, nah, nah, nah”), todos los pasajeros que estaban en ambas plataformas —hombres y mujeres, negros y blancos, jóvenes y mayores— cantaban, aplaudían y se sonreían mutuamente. La transformación fue milagrosa.

spinner image El pianista Colin Huggins en el metro de Nueva York en el 2009
El pianista Colin Huggins en el metro de Nueva York en el 2009.
DON EMMERT/AFP VIA GETTY IMAGES

Ese video demuestra hasta qué punto las melodías y las letras se esconden en el cerebro, listas para brotar al son de unas pocas notas: nos levantan el ánimo, nos conectan con nuestros semejantes y evocan recuerdos profundamente enterrados que tienen la misma fuerza que cualquier otra vivencia humana.

Durante más de 50 años, la especialidad médica conocida como musicoterapia ha aprovechado este extraordinario aspecto de la música para tratar enfermedades que abarcan desde la depresión hasta el dolor crónico, los trastornos del movimiento, el autismo o la enfermedad de Alzheimer. Sin embargo, no fue sino hasta hace pocos años que la comunidad científica comenzó a dilucidar el misterio acerca del modo en que algo tan efímero como una señal acústica —las simples vibraciones del aire— puede tener efectos tan profundos en organismos y cerebros dañados.

En el proceso, los expertos están adquiriendo un conocimiento más profundo sobre la importancia de la música en la vida cotidiana de cada persona y de sus asombrosos efectos en el cerebro saludable y normal. Que la música ha formado parte de las culturas humanas desde tiempos inmemoriales es un hecho constatado por las primeras reliquias musicales creadas por el hombre, que incluyen varios instrumentos de percusión y una flauta de 60,000 años de antigüedad creada con el fémur de un oso europeo ya extinto. Tampoco podemos olvidar el instrumento musical original, la voz humana, cuyas extraordinarias propiedades sonoras le han otorgado un lugar central en casi todas las formas de culto religioso, desde los cantos de los chamanes de las tribus indígenas hasta la inquietante llamada a oración del Islam, e incluso el extraordinario canto de armónicos perfeccionado por los monjes budistas del Tíbet o los himnos y salmos del judaísmo y el cristianismo. Según la historiadora de temas religiosos Karen Armstrong, “las Escrituras solían cantarse, recitarse o declamarse de una forma que las diferenciaba del habla mundana, de modo que las palabras —producto del hemisferio izquierdo del cerebro— se fundían con las emociones más indefinibles del hemisferio derecho”.

Varios estudios científicos recientes demuestran que el poder de la música sobre el ser humano no es puramente psicológico, sino que se basa en cambios fisiológicos cuantificables. Cantar en grupo una canción favorita (como “Hey Jude”) estimula la secreción cerebral de oxitocina, una hormona natural que produce las sensaciones agradables de vinculación, unidad y seguridad que nos hacen sentir ternura hacia nuestros hijos y otras personas queridas, nos infunde sentimientos de sobrecogimiento espiritual y puede aliviar el dolor crónico, las sensaciones debilitantes de la ansiedad o el aislamiento propio del autismo. Un campo de la medicina en el que el poder de la música ha sido especialmente notable es el tratamiento de las demencias, incluida la enfermedad de Alzheimer, cuyos terribles y persistentes síntomas han resistido la mayoría de los tratamientos.

spinner image Xiyu Zhang, una musicoterapeuta, toca la guitarra en un banco en el parque
La música de Zhang despierta recuerdos en los pacientes con demencia.
MATTHEW SALACUSE

Parte II "Fly Me to the Moon"

En una tarde reciente, visité la 80th Street Residence, una comunidad de vida asistida para pacientes con demencia en el Upper East Side de Manhattan. Se reunieron 17 pacientes en una sala comunitaria, y los miembros del personal los ayudaron a sentarse en sillas que miraban al frente de la sala, donde Xiyu Zhang, una musicoterapeuta de 37 años, se presentó ante el grupo. El público le devolvió la mirada, inexpresivo. (“No todos me recuerdan”, me dijo más tarde. “Me ven cada dos semanas, pero muchos no saben por qué estoy aquí”).

Comenzó a rasguear una guitarra acústica y a cantar: “Fly me to the moon / Let me play among the stars / Let me see what spring is like ...” El efecto fue inmediato. Los espectadores levantaron la cabeza y abrieron los ojos. En algunos rostros se dibujaron sonrisas. Una mujer empezó a cantar algunas frases: “on Jupiter and Mars ... in other words ... hold my hand”.

Durante los 45 minutos siguientes, Zhang avivó la tenue chispa de la atención del grupo con una serie de temas clásicos (“Blue Moon”, “Catch a Falling Star”, “You Are My Sunshine”) y logró que casi todos cantaran con ella. Entre las estrofas, hacía preguntas: “¿Quién cantaba ‘Singin’ in the Rain’?”. Una mujer de cabello blanco respondió: “¡Gene Kelly!”. “¿Cómo se llama la muchacha de ‘Wizard of Oz’?”. Una mujer de la segunda fila respondió: “Dorothy”. “¿Y su perro?”. “¡Toto!”. “¡Es increíble!”, exclamó Zhang.

También fue asombroso para personas que, antes de que comenzara la música, no habrían sido capaces de recordar los nombres de sus familiares o la carrera que habían ejercido durante 40 años, ni de poder romper el silencio replegado que la enfermedad les había impuesto.

En efecto, el aislamiento es uno de los síntomas más aterradores e inquietantes de la pérdida de memoria, tan vinculada con la enfermedad de Alzheimer y otros tipos de demencia: una pérdida de memoria que separa a la persona de sí misma. Pues, ¿qué somos en última instancia sino la suma de nuestros propios recuerdos?

Al finalizar la sesión de Zhang, mientras conducían a los pacientes de regreso a los ascensores, el ambiente se asemejaba un poco al final de una divertida fiesta. Al recuperar por el momento el sentido de sí mismos gracias a la activación de las redes neuronales mejor conservadas, los pacientes intercambiaron palabras y risas con los cuidadores y entre ellos, una transformación tan milagrosa como la de aquellas personas en el andén del metro de Nueva York. De hecho, más milagrosa.

Las raíces de la musicoterapia se remontan a las dos guerras mundiales, cuando se descubrió por casualidad que al escuchar música, los militares que sufrían traumatismos cerebrales y “fatiga de combate” (ahora llamada “trastorno por estrés postraumático”) mejoraban su estado de ánimo y sus funciones. Los hospitales de veteranos comenzaron a contratar músicos para que tocaran para los pacientes, y los médicos pronto comprobaron que la eficacia del tratamiento mejoraría si los músicos aprendieran los principios básicos de psicología, neurología y fisiología a fin de poder adaptar su interpretación a lo que el paciente necesitaba específicamente. La Universidad Estatal de Míchigan puso en marcha el primer programa de grado de musicoterapia en 1944.

Parte III “Let Me Call You Sweetheart”

Concetta Tomaino tenía 24 años en 1979 cuando obtuvo una maestría en Musicoterapia en la Universidad de Nueva York. Se convirtió en pionera en el uso de la música para tratar la demencia, y hoy, a los 69 años, es una leyenda en este campo, dedicataria del libro Musicophilia (2007) del neurólogo Oliver Sacks, expresidenta de la American Association for Music Therapy y directora ejecutiva y cofundadora del Instituto de Música y Actividad Neurológica de Wartburg, un centro para adultos mayores en Mount Vernon, Nueva York, donde la visité recientemente. Tomaino nació en el Bronx, y es una persona alegre y de voz suave, cara redonda y cabello castaño rizado, y según ella, desde niña fue una “gran fanática de las ciencias”. Sin embargo, también tocaba el acordeón y la trompeta. En la universidad, combinó su amor por la música y la ciencia cuando decidió cambiar la carrera de medicina por la de musicoterapia.

En 1978, Tomaino aún era una estudiante pasante que realizaba las 1,200 horas de trabajo clínico necesarias para su maestría cuando, en un hogar de ancianos de Brooklyn conoció a sus primeros pacientes con demencia, una población que por aquel entonces no se consideraba candidata a la musicoterapia.

Como era habitual en aquella época, los pacientes con demencia estaban muy descuidados: recibían una fuerte dosis de fármacos, tenían las manos cubiertas con manoplas para evitar que se arañaran a sí mismos, se les colocaban sondas nasogástricas para alimentarlos y se los dejaba gritar y gemir llenos de confusión y ansiedad en una planta superior del centro. “Nadie iba ahí arriba”, recuerda Tomaino. “Era un lugar realmente terrible. ¡Qué cacofonía!”. Una enfermera le dijo: “Eres muy amable por venir, pero ellos ya no tienen cerebro, así que no esperes demasiado”.

Tomaino se negó a creerlo. Levantó su acordeón y empezó a tocar los primeros acordes de “Let Me Call You Sweetheart”, una exitosa melodía publicada en 1910 que se hizo aún más popular cuando Bing Crosby la grabó dos veces, durante la Depresión y la Segunda Guerra Mundial.

Empezó a cantar: “Let me call you sweetheart / I'm in love with you ...” “El ruido cesó”, recuerda. “La gente abrió los ojos. La mitad comenzaron a cantar con ella: ‘Let me hear you whisper / That you love me too’.

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spinner image Concetta Tomaino toca el acordeón para un paciente con demencia
El acordeón de Tomaino deleita a un paciente.
BRYAN DERBALLA

“La enfermera miró a Tomaino asombrada. “Me preguntó: ‘¿Qué acaba de ocurrir?’”.

Dos años más tarde, Tomaino fue contratada como musicoterapeuta en el Beth Abraham Hospital del Bronx, donde Oliver Sacks era neurólogo. Sacks ya era famoso por su libro de 1973 Awakenings, en el que relataba el uso del fármaco experimental L-dopa para despertar a pacientes que llevaban décadas “congelados” en un estado similar al coma por un virus llamado encefalitis letárgica. Tomaino observó un paralelismo claro con los pacientes que padecían demencia. “Así que le dije a Oliver: ‘¿Has visto esto alguna vez?’. Me contestó: ‘¡No, muéstrame!’”. Sacks se quedó boquiabierto. Dijo: “‘Tenemos que analizar esto y averiguar qué demonios está pasando’”.

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Con la ayuda de Sacks, Tomaino estudió los efectos positivos de la música en el estado de ánimo y la memoria de los pacientes con demencia del Beth Abraham durante los años 80. El trabajo atrajo cada vez más atención después del estreno en 1990 de la adaptación cinematográfica de Awakenings, y los periodistas acudieron al Beth Abraham en busca de nuevos milagros médicos. En una entrevista conjunta con The New York Times en 1991, Sacks afirmó que la música era una “necesidad neurológica”, y Tomaino señaló que la música podía “localizar las personalidades perdidas” de los pacientes con demencia. Ella demostró este fenómeno ese mismo año en un segmento del programa de televisión 48 Hours, cuando tocó una melodía de swing con su acordeón para un paciente con demencia casi catatónico que saltó de su silla de ruedas y se puso a bailar (había participado en un número de baile con su hermano en su juventud). “El personal se emocionó mucho”, relata Tomaino, “así que el asistente médico le cantaba y el camillero le cantaba mientras caminaban. Al final regresó a casa con su hija”.

Dos años después, Tomaino convocó la primera conferencia sobre aplicaciones clínicas de la música en la rehabilitación neurológica. “La comunidad científica y médica seguía dudando sobre la música y el cerebro”, recuerda. “Teníamos la esperanza de motivar un diálogo. Asistieron más de 125 personas, algunas del extranjero, y algunas no pudieron entrar. Esto le dio a Tomaino el impulso (y el financiamiento) para ayudar a lanzar el Instituto de Música y Actividad Neurológica del Beth Abraham en 1995. Desde entonces, se ha despertado un enorme interés en el campo de la música y la memoria.

Aún existen misterios sobre el modo en que se crean, almacenan y recuperan los recuerdos en el cerebro y sobre el mecanismo de la música para reactivarlos en los pacientes con demencia, pero han empezado a surgir respuestas gracias a la avanzada tecnología de imágenes cerebrales que no existía cuando Tomaino y Sacks llevaban a cabo sus primeras investigaciones, en concreto, la resonancia magnética funcional (fMRI). Esta tecnología utiliza un potente campo magnético y ondas de radio para rastrear la circulación sanguínea por todo el cerebro y detectar las zonas que se activan al realizar actividades físicas, como mover los dedos (lo que “ilumina” zonas de la corteza motriz en un estudio de fMRI), o actividades cognitivas, como la toma de decisiones y la memoria.

spinner image Un escáner cerebral que muestra áreas estimuladas por música nueva escuchada recientemente (azul) y por melodías conocidas desde hace mucho tiempo (rojo)
Un escáner cerebral que muestra áreas estimuladas por música nueva escuchada recientemente (azul) y por melodías conocidas desde hace mucho tiempo (rojo).
Ilustración por CHRIS O’RILEY (MUSIC AND HEALTH SCIENCE RESEARCH COLLABORATIVE [MAHRC], UNIVERSITY OF TORONTO; KEENAN RESEARCH CENTRE FOR BIOMEDICAL SCIENCE, ST. MICHAEL’S HOSPITAL)

Por muy vívidos e imborrables que nos parezcan, todos los recuerdos son señales eléctricas y químicas en el cerebro que recorren una red neuronal. Hace décadas, se creía que existía un módulo de memoria específico en el cerebro donde se almacenaba el pasado. La fMRI reveló que en la memoria intervienen muchas zonas del cerebro, desde el tronco encefálico (sede de tareas automáticas como la respiración y el parpadeo) y los centros emocionales (incluida la amígdala, con sus reflejos de lucha o huida) hasta los centros de la visión y la audición; desde las regiones ejecutivas del cerebro (donde se producen el pensamiento y la toma de decisiones) hasta la zona donde se procesan los recuerdos perdurables.

Nada de esto debería sorprendernos demasiado si tenemos en cuenta la riqueza de la memoria: imágenes, sonidos, olores, sentimientos y conversaciones distantes que puede evocar algo tan efímero como un aroma que flota en la brisa.

Los recuerdos comienzan con nuestros cinco sentidos a partir de nuestra experiencia del mundo. El recuerdo que te permite reconocer a tu madre se codificó por primera vez cuando eras un bebé, a raíz de verla, oírla y olerla —es decir, estímulos sensoriales que dieron lugar al inicio de la actividad de las neuronas que crearon el recuerdo “mamá”—.

El contacto reiterado con tu madre hizo que esa memoria se volviera cada vez más duradera debido a cambios físicos reales en el cerebro. Cuando se activan repetidamente ciertos grupos de neuronas, se refuerzan las conexiones sinápticas entre ellas. (“Las neuronas que se activan juntas se conectan”, se dice en la neurociencia). Así es como un recuerdo vital para tu existencia —¡Esa es mi mamá!— se codifica profundamente y permite un acceso eficaz.

Sin embargo, incluso el recuerdo de tu madre puede perderse si algo interrumpe las señales electroquímicas que circulan por esas neuronas. Esto es lo que se piensa que ocurre con la enfermedad de Alzheimer. Según la teoría, ciertos productos de desecho del cerebro —los llamados ovillos de tau y las placas amiloides—, así como otros factores, pueden alterar y destruir las neuronas y sus conexiones, especialmente en las zonas cerebrales vinculadas a la memoria, e incluso un recuerdo tan fuerte como el de una madre.

La enfermedad de Alzheimer es progresiva. Cuando mueren más células cerebrales, más recuerdos del pasado desaparecen. De todos los intentos de conservar los recuerdos frente a esta pérdida —mediante fármacos, dieta y ejercicio—, la música ha demostrado ser uno de los más eficaces.

Una vez más, la fMRI ofrece una posible explicación. La fMRI revela que escuchar música es (como la memoria misma) un ejercicio cerebral completo: se activa un amplio abanico de estructuras cerebrales que incluyen las siguientes:

  • Tronco encefálico. La música clásica enérgica eleva el pulso y la presión arterial; las canciones de cuna calmantes los disminuyen
  • Centros motores. Son la fuente del impulso incontenible de dar golpecitos con la punta del pie o mover la cabeza al ritmo de la música
  • Centros del lenguaje. Se activan al escuchar una canción cuya letra recordamos
  • Corteza auditiva. Aquí se procesan las frecuencias y los tonos de la música
  • Centros de la emoción. Aquí, los cambios en el tempo, el tono y el volumen de la música provocan sentimientos de anhelo, alegría, júbilo, tristeza, miedo o pérdida; en los centros ejecutivos se activan los pensamientos y recuerdos relacionados con la música
  • Sistemas visuales. Piensa en la forma en que un fragmento oscuro y tormentoso de la Sinfonía n.º 9 de Beethoven puede evocar imágenes de cielos negros y turbulentos. Disney lo hizo con “Night on Bald Mountain” en Fantasia

Este ejercicio cerebral completo permite entender el motivo por el cual las melodías y las letras —sobre todo las de las canciones que tienen un significado personal para nosotros— se quedan grabadas en la memoria de una forma tan peculiar. Los estudios de resonancia magnética funcional revelan que esa música “con significado personal” se graba en muchas zonas del cerebro —por ejemplo, en el centro del movimiento— que la enfermedad de Alzheimer no afecta hasta las últimas etapas de la enfermedad. Al estimular estas zonas conservadas de la red de la memoria, la música parece llegar a esas áreas de la neocorteza —la capa externa y rugosa del cerebro— para encontrar las neuronas que aún no se han apagado y así activar recuerdos que se creían perdidos para siempre.

Parte IV “Rocket Man”

Todos los cuidadores y médicos afirman que los beneficios de la música para mejorar la memoria y el estado de ánimo son temporales y duran solo mientras se escucha la música y hasta 15 minutos después.

Sin embargo, los experimentos que Tomaino llevó a cabo en la década de 1990 sugerían algo distinto. En un estudio de 1993 que se financió con una subvención de $250,000 del Departamento de Salud del estado de Nueva York, Tomaino logró contratar a suficientes musicoterapeutas para impartir una gran cantidad de musicoterapia a pequeños grupos de cinco a seis pacientes en sesiones de media hora, tres veces por semana durante diez meses. Una batería de pruebas cognitivas que se realizaron antes y después de la terapia reveló mejoras significativas en la función cerebral y el comportamiento. Según Tomaino, los pacientes que antes permanecían en silencio empezaron a llamar al personal por su nombre y a participar más adecuadamente en las conversaciones que quienes participaron en los grupos de memoria verbal, “lo que implica”, escribió, “que existe la posibilidad de mejora en los pacientes con demencia”. En un estudio complementario que se realizó en 1996, 121 pacientes con demencia también demostraron “cambios significativos en el comportamiento y el afecto”.

Tomaino no tenía acceso a un equipo de fMRI, por lo que su investigación no produjo datos concluyentes sobre los cambios cerebrales fisiológicos y sus conclusiones no tuvieron mucho eco. Sin embargo, han surgido nuevas investigaciones que corroboran las observaciones de Tomaino, incluidos estudios de fMRI que se publicaron en el 2021 de un proyecto dirigido por Michael Thaut, profesor de Música y de Neurociencia en Toronto.

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spinner image Michael Thaut, profesor de música y neurociencia en Toronto
Thaut estudió cómo reacciona el cerebro ante canciones muy queridas.
JENNIFER ROBERTS

Thaut siempre había sentido fascinación por el poder de la música. Antes de convertirse en neurocientífico, había sido violinista profesional en Europa. A principios de la década del 2000, mientras trabajaba como neurocientífico en la Universidad de Colorado, llevó a cabo una investigación pionera con personas que padecían la enfermedad de Parkinson y que se recuperaban de un derrame cerebral. Allí demostró que cuando estos pacientes escuchaban música con un ritmo marcado, sincronizaban su marcha con la música y se movían más rápido y con mejor control articular. La terapia se denomina “estimulación auditiva rítmica”. “Los pacientes con derrame cerebral caminan de forma mucho más simétrica y veloz”, me dijo Thaut hace poco por Zoom. “El paciente que padece Parkinson no arrastra los pies ni tiene esa tendencia a caerse”.

Durante años, Thaut había recibido informes anecdóticos sobre el poder de la música para ayudar a los pacientes con demencia y estaba ansioso por estudiar el fenómeno. Tuvo la oportunidad en el 2016, cuando aceptó una cátedra en la Universidad de Toronto y ayudó a crear una asociación con el Centro de Investigación Keenan de Ciencias Biomédicas y Psiquiatría Geriátrica del St. Michael's Hospital, uno de los hospitales más grandes de la ciudad. En sus primeros experimentos sobre la música y la memoria con el uso de fMRI que realizó en el 2018, comparó los efectos de la música “con significado personal destacado” que los pacientes de Alzheimer habían admirado y escuchado durante al menos 25 años con los efectos de otra música totalmente nueva creada por Thaut y su equipo.

Los pacientes escucharon por primera vez la nueva música una hora antes de entrar en el equipo de resonancia magnética. Cuando volvieron a oírla durante el estudio, no se produjo una codificación profunda en el cerebro, sino que solo se activó el área auditiva. “Básicamente, una memoria sensorial”, lo llama Thaut. Sin embargo, cuando los pacientes escucharon la música que les resultaba tan querida y familiar en el equipo de resonancia magnética, se activó una red cerebral más amplia que incluía los lóbulos frontales donde se procesan el razonamiento y la memoria de orden superior, lo cual es una señal clara y objetiva de un “estimulante de la memoria” musical para las personas que padecen demencia.

“Lo reconocieron en el sentido de ‘esa es la música que conozco’“, dice Thaut. “'¡Sé cuál es esa canción! Es la música que bailaba cuando conocí a mi esposa’. Esta activación se extiende por toda la corteza y toda la red cobra vida”.

Thaut destaca que oír música con significado personal no hace retroceder a los pacientes a un momento anterior de su vida, sino todo lo contrario. “En realidad produce un impulso cognitivo que los orienta en la realidad inmediata. Se podría decir: ‘Oh, recuerdan la música de cuando tenían 15 años y se sienten como si tuvieran 15 años otra vez’. No. No actúan de pronto como si tuvieran 15 años. La música les da un sentido de orientación en el aquí y el ahora y una identidad: ‘Esto forma parte de mi vida. Sé quién soy’”.

En otro experimento, Thaut también observó un aumento de la función cognitiva, un resultado similar al que Tomaino había observado en los años 90. Los pacientes con Alzheimer que escuchaban a diario listas de reproducción personales de su música favorita y hablaban con su cónyuge o su cuidador una hora al día durante cuatro semanas sobre lo que podían recordar demostraron una mejora significativa en los estudios de memoria, explica Thaut.

“Eso es sumamente inusual. Por lo general, estos pacientes no mejoran nada; si tienes suerte, puedes retardar el deterioro”. Se apresura a agregar que él y sus colegas no han encontrado una “cura” para la enfermedad de Alzheimer ni para la demencia. “No podemos decir que estemos revirtiendo la enfermedad, porque tiene un proceso biológico determinado. Por ejemplo, no estamos utilizando la música para destruir las placas amiloides o los ovillos de tau que se consideran la causa de la pérdida de memoria. Sin embargo, la activación de las redes conservadas en ciertas zonas cerebrales les da a las personas al menos un impulso cognitivo que les permite operar de un modo más funcional”.

Lo más sorprendente de los resultados de Thaut es que, después de escuchar diariamente su música favorita durante cuatro semanas, el cerebro de los pacientes tenía una mayor densidad de materia blanca. “Si aumenta la densidad o el volumen de materia blanca en una zona determinada del cerebro”, explica Thaut, “eso significa que hay más circuitos activos entre las neuronas. Hay más actividad”. Una neurona muerta no puede volver a la vida, pero la música parece reforzar las conexiones entre las neuronas que se conservan.

“Por eso estamos construyendo todo lo que podemos alrededor de lo que está destruido”, indica Thaut. “Es un poco como una ciudad bombardeada. Han desaparecido muchas casas, pero podemos realzar lo que queda en pie. Podemos averiguar el modo de llevar una calle de aquí a allá. Podemos reconstruir para que esa ciudad sustente la mayor cantidad de vida posible”.

Para aquellos de nosotros que no padecemos demencia, todo esto sugiere la pregunta de si deberíamos cargar nuestras listas de reproducción de Spotify “Rocking '70s” con las canciones que nos enamoraron por primera vez en la adolescencia hasta los 25, ese período de la vida en el que la mayoría de la gente forma sus gustos musicales, según Daniel Levitin, músico, neurocientífico y autor de This Is Your Brain on Music (2006).

Dice Thaut: “Podemos suponer que la estimulación activa y positiva es buena para la salud cerebral. Sumergirse en la música que a uno le gusta y le divierte es, sin duda, una gran parte de ello. ¿Puede reducir el riesgo de padecer demencia desde el punto de vista médico, como la aspirina contra el derrame cerebral? No. Hay muchos factores —genética, lesiones, etc.— que influyen en la enfermedad. No obstante, puede aportar estímulos para mantener la salud cerebral durante más tiempo”.

Tampoco debe importarte que tus amigos o tu cónyuge se burlen de ti por sentir una nostalgia indefinida cuando escuchas “Rocket Man” (Elton John, 1972) por vigésima vez ese mes. Según Thaut, lo que puede hacer que esas canciones tan queridas sean tan terapéuticas es precisamente la familiaridad de esa música, los recuerdos que despierta, el placer que te hace estremecer con su estribillo y la descarga de dopamina que pueden liberar los centros de placer y recompensa del cerebro cuando llega ese crescendo: “I'm a rocket MANNNNN... And I think it's gonna be a long, long time!”. “Es tu ejercicio cerebral diario”, sugiere. “Como principio general: si hay algo que te hace bien, hazlo tantas veces como puedas.

Escuchar música nueva tiene sus recompensas, por supuesto: ¿qué mejor manera de vincularse con un preadolescente que con Taylor Swift? Pero para estimular los centros cerebrales de la memoria, la ciencia parece sugerir que las canciones conocidas son las que producen mejores resultados.

Parte V “She loves you”

Conocí de primera mano el milagroso poder de la música para los pacientes con demencia en noviembre del 2020, cuando hice una investigación para AARP The Magazine sobre la enfermedad de Alzheimer de Tony Bennett, que no se había dado a conocer.

Cuando lo visité en su apartamento de Central Park South, en Manhattan, vi a un hombre incapaz de conversar, que apenas registraba mi presencia y que, según me dijo su esposa, Susan, había olvidado el uso de objetos comunes, como el tenedor o las llaves. Sin embargo, cuando su pianista de toda la vida empezaba a tocar, al escuchar las primeras notas Bennett cobraba vida, se dirigía al piano y procedía a interpretar a la perfección una hora de música de su repertorio y recordaba cada letra, cada crescendo, cada melodía y cada gesto físico. Resultaba imposible creer que estuviera en las últimas etapas de una enfermedad devastadora que dos años más tarde acabaría con su vida.

Ahora que vuelvo a escribir sobre música y memoria para la revista, estoy encantado de descubrir que, como en el caso de Bennett, mi propia memoria se desbloquea con estímulos musicales. Desde hace un par de años estoy escribiendo mis memorias y, a los 65 años, me parece que estoy llegando a ellas justo a tiempo, antes de que ciertos aspectos importantes de mi pasado se desvanezcan para siempre de mis sinapsis.

spinner image John Colapinto, el autor de este artículo junto a su mamá Carol, alrededor de 1963
El autor con su mamá Carol, alrededor de 1963.
CORTESÍA DE JOHN COLAPINTO

Hace poco estaba corrigiendo un capítulo sobre el primer recuerdo que tengo de mi difunta madre: un recuerdo de cuando tenía 4 años, en mi Toronto natal, cuando estábamos dibujando en hojas de papel marrón de embalar mientras en la radio sonaba una canción que acababa de irrumpir en los medios de difusión canadienses y había causado sensación. Se llamaba “She Loves You” y era de un nuevo grupo llamado The Beatles.

La fecha era septiembre de 1963, lo que puedo afirmar con exactitud porque fue cuando la canción debutó en Norteamérica. Si bien fue un éxito rotundo en Canadá, la canción fracasó en Estados Unidos: los Beatles tendrían que esperar más de cuatro meses para conseguir un éxito en este país con el lanzamiento de “I Want to Hold Your Hand” y su memorable actuación en The Ed Sullivan Show.

En todo caso, en mi borrador original de esta escena, los detalles eran sumamente confusos. Sabía que mi madre estaba fomentando mis nuevas aptitudes de dibujante, pero todo era tenue e indefinido y carecía de los detalles específicos que dan vida a la escritura. Pero gracias a mi experiencia con Tony Bennet y a mis encuentros más recientes con Connie Tomaino, Xiyu Zhang y Michael Thaut, decidí escuchar “She Loves You” para estimular mi memoria.

Les aseguro que podría haber descubierto que alguien nos había filmado y grabado en secreto a mi madre y a mí aquella tarde remota. Ahora, con el estímulo de la música en mi memoria, podía “ver” que aquel día, seis décadas atrás, yo estaba dibujando la cara de los Beatles en aquel papel de embalar, y que mi madre, para ayudarme, había dejado abierta en el suelo una hoja de periódico en la que aparecían las fotos de ellos cuatro.

Al señalar cada rostro sucesivamente y decir su nombre (“Paul... John... George... Ringo”), mi madre volvió a la vida, rejuvenecida a los juveniles 31 años, y pude ver su melena de rizos castaños, sus grandes ojos verdes, su enorme sonrisa —¡Esa es mi mamá!— mientras ella aplaudía mi intento (fallido, según me asegura mi memoria revivida) de reproducir la cara de cada uno de los Beatles. Fue un apasionante viaje en el tiempo, una resurrección que, francamente, me hizo sonreír y llorar.

Al menos mientras sonaba la música.

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