Vida Sana
La llegada del año nuevo es mi momento para reflexionar. Repaso lo que ha ocurrido en los últimos doce meses y formulo mis metas para el año que comienza. Este diciembre, mi reflexión se ha extendido mucho más atrás. Me di cuenta de que había pasado más de una década desde que me convertí en cuidadora de mi madre y mi vida cambió para siempre. Me cuesta mucho recordar la época en la que mis días no consistían en cuidar a un ser querido por una enfermedad o una lesión, en criar a un hijo o en administrar una empresa que presta servicios a otros cuidadores. Al hacer un balance de todas estas experiencias, esto es lo que desearía haber sabido cuando me convertí en cuidadora familiar y algunas de las lecciones, grandes y pequeñas, que aprendí sobre la marcha.
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Puedes convertirte en cuidador a cualquier edad
La prestación de cuidados no es un acontecimiento de la vida que sepamos que va a ocurrir en un momento determinado, como la aparición de las muelas del juicio o el parto. Imaginamos que podríamos cuidar de nuestros mayores o de nuestros padres en su vejez, quizás cuando estemos en la mediana edad y hayamos forjado una carrera o tenido hijos. Pero no siempre sucede así. A veces, un diagnóstico o una lesión inesperados puede cambiar la vida de toda una familia en el transcurso de un día. No comprendo por qué nuestra cultura no acepta esta realidad y se prepara para ella. Sería mucho más fácil asimilar la tarea del cuidado como consecuencia de un diagnóstico o una lesión si aceptáramos la idea de que podemos convertirnos en cuidadores a los 20, a los 50 o incluso a los 90 años. Si tienes amigos o familiares a quienes quieres, es posible que algún día —cualquier día— te toque cuidar de ellos, sin importar que tengas otros planes.
Espera lo inesperado
Justo cuando pienso que he adquirido cierta competencia en mis tareas de cuidado, ocurre algo imprevisto. Un cambio de medicamento que aumenta los síntomas adversos o crea otros nuevos. El personal remunerado no se presenta, o un auxiliar de confianza se va y encuentra otro trabajo. Una pandemia nos impide recibir ayuda en el hogar.
El cerebro está programado para preferir la rutina y la continuidad. Es completamente normal sentirse desanimado y desorientado cuando no sabemos si un ser querido va a pasar la semana en el hospital o en casa, o cuánto tiempo va a vivir con demencia o con un diagnóstico terminal. Una situación que cambia constantemente, a veces sin un objetivo final, puede ser muy desconcertante. Quienes brindan cuidados durante mucho tiempo aprenden a sobrellevar las dificultades. Las personas que veo más tranquilas en su función de cuidadoras entienden que no pueden controlar todo y que solo pueden hacer lo mejor posible en las circunstancias del momento.
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