Vida Sana
Para algunas personas, el tiempo se detuvo el 11 de septiembre del 2001. Para otras, ese día sigue siendo borroso. Sin embargo, la mayoría tienen una historia de dónde estaban, qué estaban haciendo y qué sucedió cuando se enteraron de los ataques terroristas en Nueva York, en el Pentágono y en un avión que se estrelló en Pensilvania.
Los sucesos del 11 de Septiembre se han convertido en parte de nuestra historia nacional: una piedra angular que suscita recuerdos, tal como el asesinato del presidente John F. Kennedy en 1963 o la explosión del transbordador espacial Challenger en 1986 para quienes tienen edad suficiente para recordarlos. Ya sea que el 11 de Septiembre las personas estuvieran en la ciudad de Nueva York, en el otro extremo del país o en el interior rural, ese día fue una experiencia colectiva para todos en Estados Unidos.
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En algunos casos, los sucesos que vieron y vivieron las personas el 11 de Septiembre las incitaron a tomar decisiones importantes o a apartarse de los planes previstos. En este vigésimo aniversario, les pedimos a siete personas que se enteraron de los ataques desde lejos que compartieran sus recuerdos de esa fatídica mañana de martes y el impacto que tuvo en su vida.
Un cambio definitivo
Victor LaGroon, 51 años, Washington D.C.
Esos días no se olvidan. En ese momento trabajaba para un centro de tratamiento residencial en Rochester, Nueva York. Uno de mis empleados dijo: “Oye, hubo un accidente aéreo en la ciudad de Nueva York”. Encendí el noticiero y me dije: “Es muy raro que un avión se pueda estrellar contra el World Trade Center”. Los aviones no vuelan por ahí.
Estaba viendo las noticias en vivo cuando vi que el segundo avión se estrellaba contra la otra torre. En ese momento, pensé: “las cosas están a punto de cambiar para siempre”. Sabía que sucedía algo grave.
Para mí, el 11 de Septiembre fue uno de esos momentos cruciales de la vida. En el 2003 me alisté en el Ejército. No fue porque quisiera convertirme en un héroe, sino porque sentí que era mi turno de hacerlo. Mi abuelo prestó servicio en la Segunda Guerra Mundial, mi padre prestó servicio en los años 60, mi primo más joven fue un veterano de la Guerra del Golfo. Probablemente soy la séptima u octava persona de mi familia en prestar servicio en el Ejército. Firmé mi contrato el día antes de cumplir 35 años.
Entré en el Ejército como analista de inteligencia. Presté servicio en la 10.ª División de Montaña del Ejército de Estados Unidos. Una parte de nuestra división se dirigió a Irak. Mi brigada se dirigió a Afganistán. Tuvimos muy buenas misiones, trabajamos con fuerzas internacionales, apoyamos operaciones especiales y de combate. Mi carrera se vio interrumpida porque sufrí varias lesiones. Mis opciones eran conseguir otro trabajo en otra unidad o jubilarme por razones de salud. Me decidí por la segunda opción.
Como muchos otros que han llevado uniforme, estoy sumamente orgulloso de la oportunidad de haber prestado servicio con quienes lo hice. Pienso que es lo mejor que he hecho en mi vida. Tuvo su costo, pero tengo otra perspectiva de mi país gracias a la oportunidad de prestar servicio.
El mundo se detuvo
Linda Strader, 65 años, Green Valley, Arizona
En junio del 2001, perdí el trabajo que tenía desde 1998. Envié mi currículo a todos los posibles empleadores de mi sector en Tucson, Arizona. Tenía tres entrevistas programadas para el 11 de Septiembre. Esa semana mi esposo estaba de viaje por trabajo, como era habitual. Me levanté temprano, fui a nadar por la mañana y entré a vestirme. Apenas me había secado cuando sonó el teléfono.
“Deberías encender el televisor”, me dijo mi padre. Lo hice, y vi las imágenes dramáticas de las torres gemelas en llamas. Después de 10 minutos, miré el reloj. Tenía mi primera entrevista en una hora y media. ¿Debía ir? Decidí que tenía que hacerlo. No se vería bien no presentarse.
Cuando llegué a la carretera interestatal, no pude evitar notar que era la única persona en el camino. Algo parecía estar realmente mal. Mi primera parada fue en el centro de Tucson. La entrevista se centró más en los trágicos sucesos que acontecieron ese día que en mis conocimientos.
La siguiente entrevista fue durante un almuerzo. Una vez más, la conversación tuvo poco que ver con el trabajo. Mi eventual empleador me puso al tanto de los sucesos transcurridos desde que había salido de casa. Después de la última entrevista a las 2 de la tarde, me dirigí a casa con la sensación de que el mundo se había detenido y nunca volvería a comenzar.
Estaba asustada, intranquila y temerosa de estar sola. Llamé a mi esposo tan pronto como entré a casa y le pedí que regresara antes. Durante semanas, incluso meses, me pregunté si la vida volvería a ser la misma, si el país volvería a ser un lugar seguro.
No conseguí ninguno de esos puestos, pero en noviembre finalmente encontré un trabajo.
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