Vida Sana
Lo primero que hice al terminar de leer las 544 páginas de La Templanza fue ir a mi computadora y hacer una búsqueda: vinos Montalvo & Larrea. Tristemente, no existen. Todavía. No dudo que pronto, como todo lo que toca la escritora María Dueñas, la fantasía se convierta en realidad.
El vino, la pasión, y la aventura son los temas de la más reciente novela de Dueñas, que desde que publicó El tiempo entre costuras en Estados Unidos hace apenas seis años, no ha dejado de sorprender y deleitar con sus intrincadas novelas históricas.
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Esta transcurre en la segunda mitad del siglo XIX y en tres ciudades claves del mundo hispano: México, La Habana, y Jerez, en Andalucía. La trama gira alrededor de Mauro Larrea, un minero español-mexicano que siempre se las arregla para tener la camisa desabrochada, los brazos fuertes y curtidos del sol al descubierto y la melena alborotada.
Respiren.
En fin, Larrea pierde su fortuna y parte para La Habana con la intención de recuperarla, así como su buen nombre y legado para sus hijos adultos. Viudo a sus 47 años, parece estar de vuelta de todo, incluso del amor. Pero la suerte le cambia cuando se juega lo que no tiene en una partida de billar —brillantemente descrita— y termina como dueño y señor de una casa, un viñedo y una bodega en Jerez, en el país al que jamás pensó regresar.
Allí se encuentra a Soledad Montalvo, que debiera ser la heredera de la fortuna que Mauro ganó en la partida. De más está decir que Soledad, casada y con cuatro hijas, le cambia la vida.
Como siempre, lo importante en las historias de Dueñas no es saber su trama, sino dejarse llevar por ellas. Sus descripciones son cinemáticas; su dominio de los dialectos y los diálogos tan total que el libro se lee como si alguien nos lo estuviera susurrando en el oído.
Dueñas escribe con los cinco sentidos. Las páginas de sus libros tienen olor, sabor, sonido, y hasta textura. Al principio de La Templanza hay incluso una larga descripción en la que cada párrafo comienza con un sentido diferente. La vista, nos cuenta, le permitió ver los estantes de la locería, pero el olfato le dijo que “aquello apestaba a contrabando”. El oído lo llevó a donde estaban las voces, mientras que el tacto le sugirió “que más le valdría retirar los dedos de la culata de su revolver”. El gusto “le ordenó por último que se tragara de inmediato aquella bola de cautela con sabor a suspicacia que llevaba todo el día masticando”. Así describe uno de los encuentros de Mauro Larrea con los elementos más oscuros de una Habana todavía sumergida en los horrores de la esclavitud.
Larrea, el primer personaje protagonista masculino en la obra de Dueñas, tiene un magnetismo animal y poderoso tan real que al terminar el libro uno queda buscándolo en las sombras y deseando encontrarse con él, si no en la vida en la pantalla. Y pronto.
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