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‘Last Days in the Desert’: En el nombre del padre

Rodrigo García nos presenta un Jesús renuente a aceptar su destino.

DIRECTOR: Rodrigo García
GUION: Rodrigo García
ELENCO: Ewan McGregor (Jesús), Ciarán Hinds (Padre), Susan Gray (mujer-demonio), Tye Sheridan (Hijo) y Ayelet Zurer (Madre)
FOTOGRAFÍA: Emmanuel Lubezki
DURACIÓN
: 99 minutos

“Padre, ¿dónde estás?” pregunta un Jesús hambriento y desesperado luego de casi cuarenta días de ayuno y aislamiento según el evangelio de San Mateo. No hay respuesta. Un desierto infinito e insondable lo rodea: el silencio de Dios. Solo grandes directores se han atrevido a explorar las implicaciones metafísicas de ese silencio (Ingmar Bergman, Martin Scorsese, Pier Paolo Passolini), y ahora el director Rodrigo García logra también alcanzar esas dimensiones filosóficas. En unos cuantos brochazos, pinta un retrato profundo de los dilemas más esenciales —y ancestrales— del hombre. Bajo la mirada magistral del fotógrafo Emmanuel Lubezki, el desierto se convierte en un paisaje interior, desolado y solitario. De hecho, se podría decir que es el personaje principal de la película; una metáfora perfecta de la irremediable orfandad de los hombres. El desierto que es hermoso, intenso, inescapable e insondable, como la vida misma. El desierto que tiene además dos caras; detrás de su belleza es también implacable.

Jesús se ha adentrado en el desierto buscando respuestas que lo ayuden a entender y realizar mejor su misión. Hambriento y sediento, Jesús (Ewan McGregor) es tentado por el diablo en forma de una espantosa anciana mendigante. La aparición es la última prueba que debe pasar el Cristo antes de entrar a Jerusalén y comenzar su ministerio. García le apuesta a otra versión del relato e imagina a un Jesús aún renuente a asumir su carga como el hijo de Dios. El aislamiento en el desierto no ha logrado convencer del todo a este Jesús de carne y hueso de que debe aceptar su destino. García imagina los últimos tres días añadiendo el elemento humano que no está explícito en la historia. Su Jesús se topa con una familia que está tratando de construir una casa al borde del acantilado.

Ewan McGregor como Jesús en la película 'Last Days in the Desert' - Los últimos días en el desierto

Cortesía de Gilles Mingasson/Broad Green Pictures

Ewan McGregor en una escena de la película 'Last Days in the Desert' del director Rodrigo García.

Ninguno de los miembros de la familia tiene nombre. Son solamente Madre, Padre e Hijo y representan a todos los padres e hijos. Somos todos en esa primera ecuación de conflicto con el “otro.” ¿Los hijos se deben alejar de los padres necesariamente? No solo física, sino también emocionalmente, o quedarán por siempre atrapados en dinámicas familiares que impiden el crecimiento personal. Jesús observa que el Hijo está entrando en conflicto con el Padre porque este le pide que se quede con él en el desierto y el muchacho ansía probar sus alas e irse a la ciudad. El dilema es más fuerte porque la Madre está enferma de muerte y el Padre espera que esté con ella en sus últimos días y después con él.

Pero, lo más importante de la historia es el desasosiego que le causa la situación a Jesús. Él sabe que el papel para el que ha sido elegido es predicar la palabra de Dios; utilizar parábolas como enseñanzas. Y sin embargo se cuestiona si eso es en verdad lo que los seres humanos necesitan. Todo le dice que debe seguir su camino a Jerusalén, pero no puede evitar el impulso de ayudar a estos seres humanos de carne y hueso que tiene enfrente. Jesús decide quedarse y mostrarse solidario con la familia, sin tratar de influir en sus decisiones. El problema es que el diablo no ha terminado con él y trata de impulsarlo a que intervenga negativamente en los acontecimientos. El diablo tiene la misma forma que Jesús: es su réplica exacta. Una de las interesantes decisiones artísticas de García que “anclan” al mal como intrínseco a todo ser humano y no como una fuerza externa y ajena a su condición.

Las connotaciones filosóficas y éticas de Last Days in the Desert son tan inabarcables como el desierto mismo. Finalmente, el sentido que le demos, es el único que tiene. Su respuesta es nuestro propio eco. García, sin embargo, le apostó a una edificante respuesta: la salvación solo se puede dar en compañía.

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