Vida Sana
Antes de darse a conocer por sus suculentos platillos, Doña Rome, cuyo nombre verdadero es Celia Recinos, triunfó como comediante, locutora y actriz en su país, Guatemala. Su devoción por la gastronomía la desarrolló en la niñez y, aprovechando su fama como comediante, inventó un personaje que le permitía presentar sus recetas “sazonadas” con humor; lo nombró “Doña Rome”.
“Doña Rome” conduce su programa de televisión, Corazón contento, en Guatemala, dándole la plataforma para presentar un libro de cocina con el mismo nombre. Pero no esperes un libro tradicional de recetas; en él, ella comparte sus consejos con esa chispa humorística y coloquial que la caracteriza.
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Su fama ha llegado a Estados Unidos, y este año el programa Despierta América la ha invitado varias veces a presentar un segmento de cocina. De la mano con sus visitas a programas de la televisión local, vino el lanzamiento de sus productos de cocina, Doña Rome y la apertura de su restaurante, El Green, en Guatemala.
Con modestia nos dice que, aunque no cursó estudios para convertirse en chef y su carrera es empírica, en la cocina de su restaurante y entre los asesores de su programa de televisión le toca dirigir a aquellos que sí lo hicieron. Juntos conforman lo que ella llama un equipo “perfecto” de cocina, uno en el que no pueden faltar las risas pues, como bien dice, “Si no hay razones para reírnos las inventamos porque lo importante, para cocinar bien, es estar contentos”.
¿Cómo aprendiste el arte de cocinar y quién es tu mentor?
Desde niña me llamaba mucho la atención ayudar en la cocina. Mi madre era una gran cocinera, intuitiva y generosa. Ella me heredó lo que aprendió de mi abuela. Por el lado paterno, mamá Meches, hermana de mi abuela, era la celosa guardiana de los mejores secretos de la cocina quetzalteca —región de Guatemala— y yo, la nena consentida, que le ayudaba a pelar montañas de zanahorias y desgranar maíz hasta ampollar mis manitas. No había esfuerzo muy grande con tal de estar cerca de la magia de los leños que ardían dentro de aquella estufa antigua a la que llamábamos “poyo”. Lo que yo quería era aprender.
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