Vida Sana
Cuando comenzó la pandemia, María L. De León, especialista en trastornos del movimiento en Nacogdoches, Texas, admite que se sentía nerviosa por contraer el coronavirus.
Al haber vivido con la enfermedad de Parkinson (EP) desde que tenía 38 años, De León dice: "A lo largo de los años, he sabido que somos más susceptibles a las infecciones y que tardamos más en recuperarnos".
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Cuando contrajo el virus en febrero del 2020, De León, de 51 años, dice que se sintió física y mentalmente debilitada durante tres meses.
Al principio se sintió somnolienta y fatigada y pensó que tenía una infección de sinusitis. Su médico le recetó antibióticos. Al cabo de una semana, De León empezó a sufrir de entumecimiento y hormigueo en los pies, las piernas y las manos, y una sensación de "debilidad en todo el cuerpo". Al final del mes, se sentía mareada e inestable al caminar. Además, empezó a padecer de constantes dolores de cabeza acompañados de náuseas y malestar estomacal. Los temblores provocados por la enfermedad de Parkinson, que normalmente estaban bien controlados y eran leves, "aparecieron con mayor intensidad", dijo ella.
A las cinco semanas de estar enferma, De León tenía tos y respiraba con dificultad. Unas semanas más tarde, empezó a sentir un fuerte dolor en el pecho y le faltaba el aire. Ella pensó en ir al hospital, pero dijo que sentía temor. "Tenía miedo de que pasara algo peor y también de ir y que me rechazaran. Me quedé despierta toda la noche vigilando cómo me encontraba, usé más el inhalador y tomé esteroides y antibióticos nuevos que había recibido ese día, y en pocas horas mi respiración mejoró", recuerda ella.
Según cuenta, el virus, así como la pandemia que le siguió, hizo que pasara de ser "normalmente alegre y sociable" a "desganada y apática".
Dice que "perdió toda la inspiración y la motivación" para sus actividades típicas y que ahora necesita una dosis más alta de medicación para controlar la enfermedad de Parkinson que antes de tener COVID-19.
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