Vida Sana
“Siento como que duermo al lado de mi hermano”.
La esposa de un soldado contestó mi pregunta “¿Cómo estás?” con una mezcla de pesar y vergüenza. Su esposo regresó de Afganistán con una lesión cerebral traumática y una extremidad amputada. En un momento espontáneo, lamentó la pérdida de la conexión emocional y física que una vez tuvieron. Su respuesta dolorosamente honesta fue un recordatorio de un aspecto de la guerra, las lesiones y la prestación de cuidados del que nadie quiere hablar: la intimidad emocional y física. O la falta de ella.
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Cuando los papeles cambian y una persona pasa a cuidar de la otra, el equilibrio de la relación puede variar de maneras sutiles pero esenciales que a menudo pasan desapercibidas en medio del agotamiento, los medicamentos, las nuevas rutinas y otros altibajos emocionales. En consecuencia, la conexión y la intimidad también cambian. Y estos cambios pueden afectar nuestro estado de ánimo y bienestar emocional.
Una hija que se encargaba de cuidar a sus padres de mayor edad habló sobre la pérdida gradual de la conexión con su novio cuando ella regresaba a su hogar agotada física y emocionalmente. “Era un sentimiento parecido al agotamiento de una nueva maternidad”, dijo, “ese sentido de no querer que nadie más me toque”.
El vergonzoso gran secreto sobre el cuidado de un familiar —de lo que la mayoría de nosotros no queremos hablar— es lo que sucede, o no, cuando se cierra la puerta del dormitorio. Esa parte de la relación entre una pareja es un tema privado y a menudo tabú en nuestra sociedad.
Encontrar una nueva normalidad
Cuando mi esposo Bob, periodista, fue herido gravemente en Irak en el 2006, demoré un año completo antes de exhalar el aliento. Me tironeaban en tantas direcciones como esposa, madre y con el trabajo, que dormir era lo único que siempre anhelaba. El concepto de intimidad física equivalía a escalar el Everest. En esos primeros días, casi temía tocarlo, horrorizada por las grapas metálicas que tenía en la cabeza y el trauma de la vida interrumpida por la proximidad de la muerte, pues estuvo en coma durante cinco semanas. Por meses después, quizás años, lo vi como más frágil y no pude olvidar todo lo que habíamos pasado. Cada malestar y dolor que tuvo me hizo temer de inmediato.
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