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Clarence Anderson, de mecánico de aeronaves a condecorado de la Segunda Guerra Mundial

Uno de los mejores pilotos de combate nos cuenta su experiencia tras los ataques de Pearl Harbor.


spinner image Piloto de la Segunda Guerra Mundial Clarence Bud Anderson
Clarence “Bud” Anderson fotografiado en su hogar en California; recuadro: Anderson sentado en el ala de “Old Crow”, su P-51D Mustang.
Cassisy Araiza

 

Se podría decir que es el mejor piloto de combate estadounidense, que sobrevivió a la Segunda Guerra Mundial y, sin duda, es el as de la aviación con el mejor récord en el país. El 7 de diciembre de 1941, Bud Anderson, ahora de 99 años, estaba trabajando en el Sacramento Air Depot como mecánico asistente de aeronaves. “Era un muchacho”, dice. “Había trabajado allí por unos seis meses. Casi siempre trabajaba el turno de noche, 24 horas al día, 7 días a la semana. El encargado llegó un día por la tarde y dijo: “tú, tú, tú y Bud Anderson váyanse a casa ahora mismo y vuelvan a la medianoche. Los japoneses nos acaban de atacar en Pearl Harbor”.

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“Iba a inscribirme en el programa de cadetes de aviación del Cuerpo Aéreo del Ejército y ya había completado dos años en la universidad, pero todavía no tenía 20 años. Al mes siguiente, en enero, los cumplí. Quería volar, pero no podía tomar esto a la ligera. Sabía que iba a ir a la guerra”.

Anderson, uno de los famosos “Yoxford Boys”, que tenía la base militar en Inglaterra, realizó dos períodos de servicios con el escuadrón de combate 363 del grupo de combate 357. Voló en 116 misiones y se convirtió en comandante a los 22 años. “Derribé 16 y un cuarto aviones enemigos en combate aéreo”, dice.

Se siente “muy afortunado” de haber sobrevivido tanto tiempo, volando el P-51, “el avión ideal para que el teatro de operaciones europeo derrotara a la Luftwaffe. Lo que teníamos que hacer era ir a donde los B-17 querían ir a bombardear. Teníamos suficiente resistencia para hacerlo. Ningún otro piloto de combate podía hacer eso. El P-51 era muy rápido en altitudes altas y bajas. Era el avión perfecto”.

Ser un gran piloto significaba que tenías que estar “motivado, primero que nada. Tenías que querer hacerlo. Debías tener buenos ojos porque no teníamos radar ni nada que nos ayudara a encontrar al enemigo. Tus ojos eran tu mejor arma. Tenías que saber en un instante qué hacer en una situación. Se debe tener ese instinto”.

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Entre sus compañeros ases se encontraba uno que se hizo famoso más tarde. “Chuck Yeager estaba en nuestro escuadrón, y él y yo nos hicimos muy buenos amigos”. Yeager, quien murió el 7 de diciembre del 2020 —una gran coincidencia—, se convertiría en el primer piloto que rompiera la barrera del sonido en 1947.

Anderson también recuerda a otros miembros de su escuadrón: “tuve dos buenos amigos en mi escuadrón. Jim Browning y Eddie Simpson fueron dos grandes hombres. Ambos murieron en combate. Les tenía tanto aprecio que le puse a mi hijo [el nombre de] James Edward Anderson por ellos”. La pérdida de tantos otros todavía lo atormenta. Anderson veía derribar a otros B-17 y “contaba los paracaídas que caían del cielo”.

Cuando terminó la guerra, Anderson estaba en Texas, donde festejó con su esposa. Se dedicó a una carrera de piloto de pruebas. Voló más de 100 aviones diferentes durante su carrera y sirvió a su país por más de 30 años, incluso durante la guerra de Vietnam.

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La lección de Pearl Harbor, dice Anderson, es que “Estados Unidos no estaba muy preparado para la Segunda Guerra Mundial. Nunca debemos bajar la guardia. Siempre debemos tener un ejército fuerte y estar preparados para cualquier cosa”.

Después de ese ataque, dice Anderson, Estados Unidos era un país muy diferente, totalmente unido. “Los jóvenes se apresuraban a alistarse en las estaciones de reclutamiento.

Alex Kershaw es un exitoso escritor, autor de varios libros sobre la Segunda Guerra Mundial, entre ellos The Liberator, que se convirtió en miniserie de Netflix en el 2020.

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