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Cuando las despedidas y los funerales se convierten en una parte regular de la vida

Un autor acepta su recurrente asistencia a funerales.


spinner image Ilustración de un grupo de personas que asiste a un funeral
JON KRAUSE

Pocas personas fueron al funeral de mi compañera de trabajo Margaret, pero sí me topé con mi amigo Dennis Gallagher. Dennis y yo la pasamos muy bien intercambiando historias nostálgicas sobre nuestra difunta amiga.

Unas semanas después, fui al funeral de un colega de una junta de beneficencia y, nuevamente, me encontré con Dennis Gallagher. Quizás dos semanas después, fui a otro funeral. Dennis también estaba allí.

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Mientras nos saludábamos, hice una mala broma: “Dennis”, le dije riéndome, “no podemos seguir encontrándonos de esta manera”.

Su respuesta fue inmediata y correcta. “Oh, seguiremos encontrándonos de esta manera”, insistió. “A nuestra edad, los funerales de nuestros amigos se están convirtiendo en una parte regular de la vida”. 

Tenía razón. Al igual que otras personas de 70 años, he descubierto que los funerales de amigos, compañeros de clase y conocidos profesionales se han convertido en eventos regulares del calendario.

Y para mi sorpresa, he descubierto que los disfruto. La mayoría de los amigos que están siendo enterrados tuvieron una vida larga y fructífera, por lo que estos eventos no son particularmente sombríos. Y a menudo, en la tranquila iglesia o sinagoga, me encuentro conversando en mi mente con amigos y familiares que han fallecido: mi mamá y papá; mi hermana, Dede; mi esposa, Peggy; incluso mi comandante de la Marina, un hombre que tuvo una gran influencia en mi vida.

En algunos casos, estas ceremonias implican solamente la típica liturgia de un funeral. Pero los mejores servicios ofrecen una mirada retrospectiva a la vida; a veces hay presentaciones de diapositivas para recordarnos lo que el difunto logró en toda una vida. La mejor historia de vida que he escuchado fue en el funeral de mi amigo Bob Sakata. En 1942, cuando Bob estaba en su penúltimo año de la escuela secundaria, la familia Sakata fue trasladada de su granja en California y encerrada en un campo de reclusión porque los padres de Bob eran inmigrantes de Japón. Bob, nacido y criado en Estados Unidos —ni siquiera había visitado Japón— estaba furioso por este trato. Para salir, logró conseguir un trabajo como peón de campo en Brighton, Colorado. El granjero asignó a Bob a trabajar 40 acres a lo largo del río South Platte. Para el momento de su muerte, 80 años después, Bob tenía 4,000 acres a lo largo de ese río, y Sakata Farms era una de las granjas con mayor producción de maíz dulce, repollo y cebollas en la región occidental de las Montañas Rocosas. Cuando salimos de la iglesia en Brighton después del funeral de Bob, sus nietos repartieron paquetes de semillas de maíz.

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Ocasiones como estas me hacen pensar en mi propio funeral, que probablemente sucederá en el futuro próximo. Supongo que mi familia podría mostrar videos de mis documentales de PBS (excepto que podrían aburrir mucho a las personas). Muchos de mis libros fueron un fracaso total de ventas, y tengo cajas de copias no vendidas en el sótano. ¿Deberían mis hijos regalarlas en mi funeral? 

Algunos de los funerales a los que he asistido últimamente han incluido un guardia de color, con un clarín uniformado tocando Taps, la pieza musical interpretada tradicionalmente en los funerales de las personas que prestaron servicio a las Fuerzas Armadas de Estados Unidos. Como veterano de la Marina, ¡quiero eso! El Departamento de Asuntos de Veteranos (VA) dice que puedo hacer los arreglos en va.gov/burials-memorials (en inglés).

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Dado que ya no asisto a muchos bailes o banquetes, los funerales se han convertido en un elemento de mi vida social. Cuando un amigo o colega muere, la ceremonia conmemorativa es una oportunidad para conversar con personas que ya no veo con frecuencia.

De hecho, una ocasión social importante no hace mucho fue el funeral de mi amigo Dennis Gallagher, quien murió a los 82 años. Dennis había sido un político local popular; había servido como legislador estatal y auditor municipal de Denver. Su funeral atrajo a cientos de personas, entre ellas alcaldes y gobernadores (pasados y presentes). Mientras caminaba por el pasillo de la iglesia para recibir la comunión, puse mi mano en su ataúd y me despedí.

“Sí, Dennis, tenías razón”, susurré. “Seguiremos encontrándonos de esta manera”. 

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