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Perder a un nieto es trágico en cualquier circunstancia. Pero cuando esta pérdida nace de un hecho tan indescriptible como la masacre en la escuela primaria de Sandy Hook el 14 de diciembre pasado, apenas se puede comprender la agonía. ¿Cómo enfrentan los abuelos esta situación cuando su nieto les ha sido arrebatado de forma tan brutal y pública? ¿Cómo pueden consolar a un hijo o hija que se ahoga en la pena cuando ellos están pasando por lo mismo? En el primer aniversario de esta atrocidad que conmovió al país entero, AARP The Magazine visitó a los abuelos de cuatro de los niños asesinados en su escuela de Newtown, Connecticut. Con un sentimiento de honor y generosidad, ocho abuelos nos contaron cómo han sobrellevado estos últimos meses tan irregulares —con cumpleaños, fiestas, homenajes y conmemoraciones constantes, cambios políticos, las invasiones de los medios de comunicación y un sinnúmero de momentos cotidianos que les recuerdan el sangriento día que cambió sus vidas para siempre—.
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He sido cuidadora durante toda mi vida adulta. Primero ayudé a cuidar a mis abuelos. Más adelante tuve que ayudar a mi madre, cuando sufrió un derrame cerebral a los 63 años, lo que me obligó a hacer frecuentes viajes entre Washington D.C. y Arizona. Sin embargo, cuando mi padre comenzó a manifestar los primeros síntomas del mal de Alzheimer en el 2008, todo esto resultó insuficiente. En consecuencia, modifiqué mi actividad laboral, optando por empleos que me permitieran trabajar a distancia, y comencé a trabajar desde Arizona una o dos semanas al mes. Con el tiempo, eso tampoco fue suficiente y me mudé a la casa de mis padres.
Laurine y Alfred Volkmann
Melbourne, Florida
Abuelos de Jack Pinto, de 6 años
"Al y yo nos enteramos del tiroteo cuando dieron un avance de última hora por televisión", recuerda Laurine de 72 años. "Estábamos terminando de desayunar y nos entreteníamos con una segunda taza de café. Cuando anunciaron que era la escuela de nuestros nietos, simplemente no podíamos creerlo. Contactamos a nuestra hija Tricia inmediatamente y luego nos subimos al automóvil. En esa época vivíamos en Long Island, aproximadamente a dos horas y media de Newtown. Cuando íbamos camino hacia Connecticut, oíamos la radio y seguían dando informes sobre las víctimas. Estábamos en contacto constante con Tricia. Ella estaba en la estación de bomberos local, esperando junto con los otros padres para poder reunirse con sus hijos. A medida que empezó a disminuir el número de padres, Tricia intuyó —creo que todos lo hicimos— que los niños que no habían sido llevados allí probablemente eran a los que habían asesinado.
"Cuando llegamos a su casa como a las 3 de la tarde, Tricia estaba acurrucada en un rincón, temblando. Nunca había visto a nadie pasar por tanto dolor. Solo quería estar sola con mi hija y abrazarla. Pero no pude. La casa era una locura. El teléfono sonaba constantemente y los medios de comunicación se habían instalado en el jardín delantero. En un momento dado, un reportero trató de meterse por el garaje. Afortunadamente, se asignó a un patrullero estatal a cada familia para que ayudara a mantener el control".
"Tricia por lo general es muy lista y organizada, alguien que encuentra soluciones a todo", dice Al, de 73 años. "Cuando Jack nació, lloraba todo el tiempo —no se callaba—. Tricia compró un DVD de ruido blanco, de olas y lluvia. Lo calmó inmediatamente. Pero esta vez no sabía qué hacer. Era una agonía terrible, una tortura".
"Después de tener noticias de Jack, Tricia y su esposo, Dean, tuvieron que buscar a su hijo mayor, Ben, y contarle lo que había pasado", dice Laurine. "Un reportero de un periódico tomó una foto de ellos tres saliendo de la escuela, llorando. Nunca olvidaré esa imagen. Cuando Ben llegó a casa, se metió en la cama bajo las mantas. Nos sentamos a hablar con él más tarde. Nos dijo que se sentía mal porque a veces era malo con su hermano, pero que realmente lo quería. Nos pusimos a llorar. Le dijimos que llorar no era nada de lo que avergonzarse. Que más bien ayuda".
"En las semanas siguientes nuestra familia recibió cientos de tarjetas y cartas. Tricia y Dean tienen una habitación llena con muestras de aprecio de todo el mundo. Aún siguen allí. Es como entrar en un museo dedicado a Jack. Es maravilloso, pero a la vez es un recordatorio constante de ese día tan horrible".
"Hemos tratado de superar nuestro dolor. Pero lo que duele más es ver a Tricia, Dean y Ben tratar de superar el de ellos. En el cumpleaños de Jack en mayo, Tricia y yo visitamos las tumbas de todos los niños, en cuatro cementerios. Fue difícil pero teníamos que hacerlo".
"Durante el último año, Tricia y Dean se han resentido con las personas que están tratando de convertir todo esto en algo político. Han habido personas que han utilizado el nombre de Jack para recaudar fondos sin autorización. A veces tienen buenas intenciones, pero había una mujer que decía estar recolectando dinero para su nieto, lo cual no era verdad. Recaudó mucho dinero y finalmente la arrestaron. Nos enteramos que este tipo de situaciones suelen ocurrir después una tragedia de esta magnitud".
"Han habido otras cosas, como teorías de conspiración", dice Al. "Solo hay que ignorar parte de esta locura. Si le prestas atención, interfiere con tu duelo. Tricia y Dean solo quieren estar solos para hacer duelo por Jack".
"Nos aferramos a nuestros recuerdos", dice Laurine. "Jack era un niño maravilloso. Era enérgico, ingenioso, siempre sonriente. Jugaba fútbol americano, béisbol y aprendió a esquiar con una sola clase. Ben era el más estudioso de los dos. Ahora Ben a menudo duerme en el cuarto de Jack, que está exactamente igual que el día en que murió".
"Conservo una tarjeta que los niños me enviaron el Día de las Madres pasado, una de esas que deja grabar tu voz. Jack grabó '¡Feliz Día de las Madres, abuela! ¡¡Te desea Jack!!' Espero que la batería nunca se gaste. Está sobre mi escritorio. Me gustaría escucharla siempre".
"Hasta la muerte de Jack, habíamos sido tan afortunados. Nuestra familia no había sufrido ninguna tragedia. Esto nos asombró: darse cuenta de que en un minuto tu vida puede cambiar tan drásticamente. Por un lado, me hace sentirme agradecida de tener la edad que tengo, no tengo que llevar este dolor los próximos 60 o 70 años. Pero nuestros hijos sí".
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