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Nunca somos demasiado viejos para jugar, dice Natalia Kasperovich, una investigadora de gerontología basada en Portland, Oregón. Ella estudió cómo los Lego, esos ladrillos de colores brillantes que se entrelazan, podrían ofrecer algo de alivio —incluso deleite— a los residentes de dos centros para el cuidado de la memoria. Los participantes —cinco hombres y 15 mujeres de 75 años o más— tenían demencia moderada a severa.
"Los uso como una herramienta, y creo que esa herramienta es absolutamente increíble", dice. "Este medio es realmente útil para involucrar a las personas mayores, y especialmente a las personas que viven con demencia, porque ofrece tantas cosas", agrega. "Responde al interés de ingeniería de alguien. También responde a la narración de cuentos. Puedes hacer tantas cosas con los Lego, con ladrillos".

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Kasperovich recuerda a una mujer que estaba "muy avanzada en [su] demencia". Sus cuidadores le dijeron a Kasperovich que ella no había participado en nada durante varios días. Cuando estaba sentada en la mesa con los demás, ella estaba físicamente allí pero "no presente", dice Kasperovich.
Así que Kasperovich abrió su maleta de bloques Duplo —la versión más grande y fácil de manejar de los Lego— y construyó una "estructura bastante torpe", y la colocó frente a ella.
"Ella la agarró y comenzó a girarla y a mirarla", recuerda Kasperovich. Incluso desconectó un par de piezas de plástico. "[Sus] cuidadores estaban realmente emocionados porque era la primera vez en muchas semanas que ella hacía algo para lo que estaba presente y respondiendo a las cosas del exterior", agrega Kasperovich. "Para esta persona en particular, fue un logro realmente grande".
Impulsar la participación con actividad
Kasperovich había estado trabajando con personas en centros para el cuidado de la memoria usando los ladrillos durante tres meses y decidió observar sistemáticamente formas de aumentar la participación. El estudio, que presentó en la Reunión científica anual de la Gerontological Society of America el pasado noviembre en Seattle, incluyó cuatro posibles mejoras. Ella cambió el ambiente, los objetos que usaba (los colores de los ladrillos y cómo se conectaban), las dinámicas sociales (incluir a los cuidadores y familiares que estaban presentes), y la secuencia y el tiempo de la actividad. La primera estrategia —cambiar el entorno— ayudó a cada participante a involucrarse más.
"La necesidad de poder ver, oír, estar cómodo y seguro son básicas y universales, y deberían ser atendidas primero", dice. Apagar la televisión, por ejemplo, permitió una mayor concentración. "Me aseguraría ... de que los participantes estén sentados cómodamente, tengan suficiente espacio en la mesa [y] la habitación esté bien iluminada", agrega Kasperovich.
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