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Los refrigeradores comunitarios ayudan a alimentar a las personas necesitadas

Una iniciativa para proporcionar alimentos gratuitos a vecinos menos favorecidos.


spinner image Un refrigerador comunitario
Cortesía de Joy MacVane

En el exterior de una iglesia de Nueva York, un refrigerador de color azul brillante está en la acera, zumbando mientras su puerta se abre y se cierra durante todo el día.

Hay una actividad constante alrededor del refrigerador, con un flujo diverso de personas que llenan bolsos con todo tipo de productos, desde frutas y yogur hasta paquetes de pollo precocinado y verduras de hoja verde.

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Otras van a poner artículos en las estanterías, como mantequilla de maní, huevos y brócoli.

Cómo funcionan los refrigeradores comunitarios

La idea básica del refrigerador comunitario es sencilla. Se coloca un refrigerador estándar en un espacio público accesible, enchufarlo y mantenerlo abastecido —algo particularmente necesario en las áreas consideradas desiertos de alimentos que carecen de mercados con alimentos frescos—.

La mayoría de los refrigeradores comunitarios publican normas de entrega que destacan los envases sin abrir y la comprobación de las fechas de caducidad, y tienen sugerencias para mantener las cosas limpias y ordenadas. Se trata de un lugar para ofrecer alimentos y también para llevárselos, y hacerlo siempre que tenga sentido para los miembros de la comunidad. Piensa en una pequeña biblioteca gratuita que contenga frutas, verduras, proteínas y lácteos en lugar de libros, y te haces una idea.

spinner image Alimentos en un refrigerador
Cortesía de Joy MacVane

Joy MacVane, de 69 años, es la pastora de la iglesia Clinton Avenue Church en Kingston, Nueva York, y la anfitriona del refrigerador comunitario, un lugar donde los miembros de la comunidad pueden recoger y dejar alimentos perecederos.

"Me encanta", dice MacVane mientras disfruta del bullicio de los vecinos de su iglesia, reunidos en el cálido aire primaveral en torno a alimentos saludables. "Los refrigeradores exteriores son una novedad en el panorama de la lucha contra el hambre".

The Blue Fridge (en inglés) es uno de los cientos de refrigeradores comunitarios que han surgido en los vecindarios de todo el mundo. Hay más de 160 en Estados Unidos, según la base de datos Freedge (en inglés). Muchos se han creado como respuesta a las emergencias alimentarias provocadas por la pandemia del coronavirus.

El movimiento de los refrigeradores comunitarios es una iniciativa de vecindarios en la que personas como MacVane tratan de compartir alimentos con los vecinos en una época de estrés sin precedentes. Cada comunidad lo hace de forma diferente: algunos refrigeradores están en las escuelas, otros en las iglesias, y muchos están en la acera para facilitar el acceso a los mismos. A diferencia de los bancos de alimentos, las personas donan y se llevan productos sin tener que registrarse o hacer fila, y los alimentos suelen estar disponibles las 24 horas del día.

Para Michael Paul, de 58 años, que vive en East Village de Nueva York desde hace 30 años, su refrigerador comunitario local es un lugar para dar y recibir. Necesitaba ayuda tras haber dejado, hacía una década, su empleo en el comercio minorista para cuidar de sus padres mayores, y el refrigerador comunitario ha sido una manera de complementar su presupuesto de alimentación. Paul también ha traído productos enlatados para compartir.

"Me ha ayudado muchísimo", dice. "Vivo con unos ingresos fijos, y cuando se detuvo el reparto de comidas calientes en la iglesia, lo pasé mal. Durante dos meses, tuve que pedir dinero prestado solo para comer".

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Esperanza en tiempos difíciles

The Blue Fridge de MacVane se creó para acoger tanto a las personas que pasan hambre como a las que acuden para ayudar, y los visitantes pueden ser ambas cosas. El refrigerador, pintado en un alegre azul violáceo con un minimural de manos que ofrecen y agarran manzanas, bananas y cerezas, se encuentra dentro de una caseta hecha a medida con una pizarra para que los vecinos anoten lo que les gustaría que trajeran. Con unos alegres ojos en forma de emoji pintados también en su puerta y algunas palabras —"Solo dando puedes recibir más"—, el refrigerador parece más un personaje local que un electrodoméstico.

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Pero la razón de su necesidad no es alegre. Los efectos de la pandemia —pérdida de empleo, interrupciones en la cadena de suministro, despidos en los restaurantes y en la industria de servicios— empeoraron el estado de inseguridad alimentaria en Estados Unidos, según la organización de ayuda contra el hambre Feeding America. Antes de la pandemia, más de 35 millones de personas sufrían inseguridad alimentaria. La organización estima que esa cifra aumentó a 45 millones de personas en el 2020 y es probable que se mantenga cerca de los 42 millones en el 2021, según este grupo.

MacVane acababa de poner en marcha un programa de comidas gratuitas los domingos cuando golpeó la pandemia. "Cuando el estado cerró, tuvimos que cancelar nuestros planes de celebrar comidas comunitarias", dice. Al mismo tiempo, vio una publicación en Facebook sobre un refrigerador comunitario que había aparecido en Brooklyn. "Encontramos un refrigerador en el sótano de la iglesia, lo subimos y lo pintamos".

Un grupo de jóvenes se ofreció a seguir decorándolo, y Radio Kingston, una emisora de radio local con vocación comunitaria, se ofreció a cubrir el costo de la electricidad adicional necesaria para hacer funcionar el refrigerador. The Blue Fridge se abrió rápidamente a todas las personas.

spinner image Joy McVane
Cortesía de Joy MacVane

A medida que los refrigeradores comunitarios se ponen en marcha, algunos anfitriones publican sus propias directrices y sugerencias en línea para ayudar a otras personas a comenzar. Pero cada modelo es distinto.

El refrigerador decorado con margaritas East Village Neighbors Fridge (en inglés) de Nueva York, por ejemplo, refleja una asociación entre una organización de justicia alimentaria sin fines de lucro, un restaurante y los vecinos. Otros programas de refrigeradores están conectados con programas locales de alimentación para deshacerse de parte de sus productos almacenados o con los mercados locales. Algunos dependen sobre todo de la amabilidad de los vecinos, que compran comida extra y la dejan allí.

A la hora de abastecerse, algunos refrigeradores comunitarios se centran casi exclusivamente en productos perecederos, mientras que otros incluyen estantes o mesas que actúan más como una despensa (a menudo con pan y arroz). También pueden incluirse allí artículos necesarios, como alimentos para mascotas y artículos de higiene personal. Los voluntarios ayudan a controlar los suministros y a mantener limpio el refrigerador. (MacVane ha detectado que una vecina que suele pasar a recoger comida limpia las manchas cuando lo visita). Pero hay una cosa que parece recorrer este movimiento como la electricidad que fluye a través de todos esos cables de extensión al aire libre: un énfasis en la dignidad.

"No lleves al refrigerador comunitario algo que no pondrías en tu propio refrigerador", aconseja una serie de pautas.

Refrigeradores comunitarios y ayuda mutua

"En algún momento, todos tenemos algo que necesitamos y en otro tenemos algo que ofrecer", dice MacVane, que anima a las personas que dejan alimentos a buscar algo que llevarse a casa. Este modelo, dice MacVane, es de ayuda mutua y funciona sobre el reconocimiento de la abundancia, no de la escasez.

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"Hay comida de sobra para alimentar a todos... pero no está en los lugares adecuados para tantas personas".

Para MacVane y otros "anfitriones", como suelen llamarse los organizadores de estas iniciativas, el modelo de refrigerador comunitario elimina las jerarquías e incluso las limitaciones logísticas de los programas de alimentos tradicionales. Se acabaron las filas, los registros, las identificaciones y la sensación de recibir una limosna.

Al igual que The Blue Fridge en Kingston, el Detroit Community Fridge (en inglés) se convirtió rápidamente en un centro para los habitantes de la zona, que entregaban o recogían alimentos frescos. Al igual que muchos refrigeradores comunitarios, una cuenta de Instagram permitió a los anfitriones hacer correr la voz rápidamente, estimulando las donaciones y la actividad.

"Nuestro refrigerador se basa en el amor radical, la sostenibilidad y la ayuda mutua", afirma Alyssa Rogers, que se asoció con su compañera clase de Wayne University Emily Eicher durante la pandemia para colocar el refrigerador comunitario (uno que no se utilizaba y que estaba en el garaje de Eicher) en una zona del suroeste de Detroit en la que viven familias multigeneracionales latinas y afroamericanas.

Esas emociones no se limitan al esfuerzo del refrigerador de Detroit. Sarita Ekya, una de las organizadoras fundadoras del East Village Neighbors Fridge, lo explica de forma sencilla. "Aparte de cubrir las necesidades básicas, supone un estímulo emocional saber que otras personas se preocupan por ti", afirma, y calcula que su refrigerador recibe más de 2,000 visitas semanales, y algunas personas van más de una vez.

"Es un modelo horizontal. Es un modelo de solidaridad", dice MacVane, que se apresura a acercarse a la acera para saludar a Harlan Matthews, un hombre con anteojos, de 75 años, que hace una visita semanal a su supermercado local para descargar los productos perecederos cuya fecha de caducidad se acerca.

Grandes fardos de pan y bolsas de productos llenan la parte trasera de su Chevy Suburban salpicado de barro, y las personas colaboran para ayudarlo a descargar. Pronto, las mesas adyacentes y el refrigerador bullen de personas que hablan y evalúan las cosas que tienen buen aspecto. Es imposible saber quién va a recoger y quién es un voluntario. De eso se trata exactamente, dice MacVane. "Todos somos bienvenidos a la mesa", dice. "Todos nos sentamos al mismo nivel".

Pamela K. Johnson contribuyó a este artículo.

Tracey Minkin es colaboradora y redactora, y cubre temas relacionados con viajes, comida y salud. Es la editora de viajes de la revista Coastal Living y colabora regularmente con Travel + Leisure, Southern Living Veranda.

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