‘Yo no me llamo Rubén Blades’: Siete décadas de vida
Un documental plasma el legado artístico del cantautor panameño.
Pese a ser una leyenda viviente del cancionero latinoamericano, Rubén Blades mantiene a los 70 años una actitud de curiosidad hacia el mundo que lo rodea. Este espíritu hace que Yo no me llamo Rubén Blades —el flamante documental sobre la vida y obra del cantautor panameño— sea una grata experiencia de principio a fin.
Teñido de nostalgia, optimismo y melancolía, el documental es dirigido con aplomo por Abner Benaim, compatriota de Blades. Su objetivo principal y punto de partida es la edad del creador de “Pedro Navaja”, habiendo alcanzado una etapa que lo confronta con su propia mortalidad y lo motiva a repasar su vida para la posteridad.
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Blades está a punto de iniciar un nuevo capítulo explorando nuevos géneros musicales. “Quiero hacer algo completamente nuevo. Estilos diferentes en los que la gente nunca me ha escuchado”, explica. Es por esto que el documental se titula Yo no me llamo Rubén Blades, dado que su intención inicial era cambiar su nombre para presentar la música que grabará en el futuro.
Y la música es el protagonista del largometraje, sazonado con clips de Blades interpretando éxitos como “Plástico,” junto a la orquesta de Willie Colón, incluyendo también momentos de su gira de despedida a la salsa a través de Latinoamérica. La banda sonora dejará satisfechos a los conocedores de su discografía, dado que incluye extractos de toda su carrera.
Conocemos así la trayectoria del joven que empezó trabajando en la sala de correos de la disquera Fania para transformarse en uno de los cantantes fundamentales de la salsa. Entrevistas con colegas de la música inglesa como Sting y Paul Simon subrayan la universalidad de su obra, mientras que la opinión de sus contemporáneos —incluyendo a Ismael Miranda— muestra el aprecio que sienten por su cancionero.
Blades, que encaró este proyecto interesado en contar su propia historia como parte de su legado artístico, es un protagonista comprometido con la verdad. “Mi abuela me dijo, ‘Tú vas a hacer cosas grandes aquí’”, recuerda en un momento, admitiendo que, en algún lugar de su alma, siempre se sintió mejor consiguiendo la aprobación de los demás.
La cúspide de Blades como creador de himnos latinoamericanos llegó a fines de los años 70, cuando decidió combinar el escapismo de la música tropical que tanto admiraba con una visión atrevida —para la época— de crítica social y compromiso político. Un interlocutor intelectual y capaz de observarse a sí mismo con honestidad, Blades recuerda con agudeza el momento preciso en el que cambió para siempre a la música afrocaribeña.
Quizás el único detalle cuestionable de la producción sea la secuencia en la que tanto Blades como su esposa, la cantante Luba Mason, hablan sobre la reciente aparición de un hijo adulto, concebido mucho antes de su matrimonio, del cual el cantante no conocía la existencia hasta hace un par de años. “Es la vergüenza más grande de mi vida”, admite, y la cámara nos lleva tras bambalinas en un concierto de Puerto Rico, donde Blades aprovecha la oportunidad para presentar a su hijo delante del público. La fragilidad y honestidad de estas confesiones es quizás excesiva dentro de una película que se concentra mayormente en los logros musicales del cantante.
La bella dirección de fotografía y el ágil manejo del ritmo a través de la edición enfatizan la elegancia de un documental que, lejos de transformarse en un festival de elogios, nos presenta a Blades como un ser humano complejo. La impresión final es de un creador que ha pasado gran parte de su vida en una búsqueda interminable por renovarse como artista.