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Esto es lo que se siente cuando sufres un ataque al corazón

Desde una "indigestión" hasta la sensación de un "tirón muscular", los sobrevivientes comparten experiencias muy diferentes.


spinner image Estetoscopio sobre un corazón dibujado con una tiza
GETTY IMAGES

| Según la American Heart Association (en inglés), este año en Estados Unidos más de un millón de personas tendrán un ataque al corazón que causará la muerte de cerca de 150,000 de ellas. En realidad, más de la mitad de las personas que tienen un ataque al corazón no reconocen sus síntomas. Según la cardióloga clínica Malissa Wood, profesora adjunta de medicina en la Facultad de Medicina de Harvard, “Las personas tienen la idea de que el ataque al corazón es como una escena de Hollywood, en la que un hombre se aprieta el pecho con una sensación de que un globo está por estallar. Por eso, cuando no tienen ese síntoma clásico que han visto o escuchado, creen que se trata de otra cosa”.

Wood admite que la información médica que describe los síntomas indicativos del ataque cardíaco puede ser contradictoria, y que la combinación de información errónea y la negación rotunda complica las cosas. Señala que "Básicamente, si sientes algo que no has sentido antes en la espalda, el pecho, la mandíbula o los dientes, deberías hacerte examinar. La manera de saberlo es reconocer si lo que sientes ahora es algo que no has sentido antes". Este consejo también se dirige a las personas que ya han tenido problemas cardíacos. “La única constante en la descripción que dan los pacientes es que el síntoma que tuvieron [la segunda o tercera vez] fue muy diferente al que habían sentido antes. Además, no siempre se trata de dolor. A veces es solo una leve molestia o un malestar”.

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Según Wood, la conclusión más simple es pensar en los síntomas de esta manera: “Si tienes que buscar ‘dolor de pecho’ o ‘molestia en el pecho’ en Google, es probable que primero debas llamar al 911”.

A continuación, cinco sobrevivientes de ataques cardíacos comparten sus diversas experiencias y lo que desearían haber reconocido antes.

spinner image Bill Schaeffer, sobreviviente de un ataque al corazón
Cortesía de Bill Schaeffer

Bill Schaffer, 60 años, Mantua, Nueva Jersey

Bill Schaffer acepta que tendría que haberse dado cuenta. El dolor punzante en el centro de la espalda cada vez que subía o bajaba las escaleras. El malestar abdominal. La sensación de que dos dedos le exprimían el corazón con cada latido. Después de todo, es un técnico en emergencias médicas (EMT) jubilado. Veía personas que sufrían ataques cardíacos casi todos los días. Conocía los síntomas, cómo se veían y cómo los describían sus pacientes. Sin embargo, cuando él comenzó a sentir las mismas sensaciones, le dijo a su esposa que debía hacer una cita para ver al quiropráctico.

Era el verano del 2016, y Schaffer acababa de cumplir 57 años. Afuera hacía calor y había mucha humedad. Cada día el dolor de espalda aumentaba siempre que subía o bajaba las escaleras. El sábado 27 de agosto lo visitaron sus primos. Pasaron el día juntos y luego cenaron. Schaffer recuerda que “Me empecé a sentir un poco raro antes de comer”; sudoroso sin sudar, febril sin fiebre. Luego sintió un poco de indigestión durante la cena. Sin preocuparse aún, se sentó en el sillón a conversar con su primo. Cuenta que “El dolor empezó a aumentar”. Ya no sentía que se le exprimía el corazón, sino que ahora se aplastaba. “El dolor subió al hombro y a los brazos, y luego a la mandíbula.

Fue entonces cuando até cabos y me di cuenta de que estaba teniendo un ataque al corazón”.

Schaffer padecía de presión arterial alta incluso con los medicamentos para controlarla; no era tan “terrible” como en algunas de las personas cuya vida salvó (o no pudo salvar), pero era más alta de lo normal. Aun así, ni él ni su médico estaban alarmados. Schaffer era muy estricto con sus medicamentos y su visita al cardiólogo cada seis meses. “Estaba haciendo lo que debía hacer”.

Pero los resultados de Schaffer no contaban toda la historia. Como era director del departamento de EMT, estaba de guardia las veinticuatro horas, a veces en circunstancias terribles. En su ciudad, que era un suburbio al oeste de Nueva York, respondió a ataques terroristas, tiroteos masivos y los huracanes Sandy, Floyd e Irene. “Tenía un trabajo sumamente estresante”, indica Schaffer. Casi no tenía tiempo para comer, por lo que el almuerzo significaba algo rápido y poco saludable, como una hamburguesa o trozos de pollo empanados. “Mis hábitos alimentarios eran pésimos”.

Cuando Schaffer se dio cuenta de lo que estaba sucediendo esa noche de verano, le pidió a su esposa que llamara al 911. Sin embargo, no quería parecer enfermo ante sus colegas que podrían responder a la emergencia. “Quería salir a esperar al EMT para que no tuviera que subir las escaleras, pero tenía tanto dolor que tuve que acostarme en el suelo”. El primo de Schaffer lo ayudó a bajar las escaleras. Cuando llegaron los paramédicos, lo conectaron a una máquina de electrocardiogramas y le dijeron “Oye, Bill, estás teniendo un ataque al corazón. Relájate”.

Desde entonces, Schaffer se sometió a una operación a corazón abierto, y señala que tiene muy en claro que debe bajar la presión arterial, revisarla con frecuencia en su hogar y no dejar de tomar los nuevos medicamentos que el médico le recetó. Dice que “Ahora la presión arterial está muy bien”, y agrega que está mucho más baja de lo que alguna vez consideró segura, y que se siente mucho más tranquilo al consultar con el médico cuando nota cambios o siente algo fuera de lo normal.

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spinner image Susan Madero, sobreviviente de un ataque al corazón
Cortesía de Susan Madero

Susan Madero, 66 años, Los Ángeles

El día de San Valentín en el 2015, Susan Madero estaba en el cine viendo American Sniper cuando se empezó a sentir muy llena, como si hubiera comido mucho, lo cual era raro porque no había cenado. Luego sintió indigestión y la sensación de tener una persona muy grande sentada en el pecho. Comenzó a sentir tensión debajo de las costillas y le faltaba el aire para respirar. Pero Madero sabía que su esposo quería ver el final de la película y se dijo a sí misma que lo que sentía era porque le había caído mal lo que sobró de la comida china que había almorzado. “No pensé que había un problema grave hasta que comencé a sentir dolor en el hombro y el brazo derechos y luego dolor en el frente del cuello que subió hasta la mandíbula”, señala. Pero incluso en ese momento no dijo nada. “Por ser mujer, no quería hacer mucho alboroto por esto”.

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Después de que terminó la película, le dijo a su esposo que “Tal vez deberíamos ir al hospital”. Una vez allí, le hicieron un electrocardiograma que fue normal. Mientras esperaba por otros estudios, Madero se sintió mucho mejor, por lo que  decidió irse a su casa. Después de haber estado allí una hora, Madero firmó un relevo de responsabilidad que confirmaba que se negaba a recibir más tratamiento médico, y se marchó.

Más tarde esa misma noche, se despertó por los mismos síntomas inquietantes que había sentido en el cine, pero decidió “dejarlos dormir”. Cuando amaneció ya no podía negar que algo terrible estaba sucediendo. Se tomó la presión y tenía 192/98. Fue con su esposo al hospital, aunque hasta el día de hoy lamenta no haber llamado al 911. Si bien el ECG había sido normal, un segundo estudio indicó algo muy diferente. De hecho, Madero tenía un bloqueo del 100% en una arteria, del 98% en otra y del 50% en otras tres.

Madero explica que “Tenía un infarto de miocardio con elevación del segmento ST (STEMI)”. Este cuadro, que en inglés también se conoce como “widow-maker”, se caracteriza por presentar un bloqueo del 100% en la arteria descendiente anterior izquierda, que transporta una gran cantidad de sangre al corazón. Su bloqueo puede provocar que el corazón se quede sin oxígeno y deje de latir. “Nunca me voy a olvidar de la reacción del cardiólogo cuando vio esas arterias bloqueadas. Solo dijo ‘¡Caramba!’”.

También le preguntó si había estado sintiendo dolor en el pecho. De hecho, se había sentido sin aliento durante varios meses, pero no estaba preocupada. “Pensé que si todavía podía hacer ejercicio y correr en la caminadora, debía estar bien”, señala, y agrega que considera que su programa de ejercicios cada dos días la ayudó a ser lo suficientemente fuerte como para sobrevivir el ataque al corazón que casi le cuesta la vida.

Madero dice que ahora su misión es lograr que más mujeres tengan conocimiento de las señales y los síntomas del ataque cardíaco y la cardiopatía, y que “no los dejen pasar”.

spinner image Robert Neyhard,  sobreviviente de un ataque cardíaco
Cortesía de Robert Neyhard

Robert Neyhard, 70 años, Wilkes-Barre, Pensilvania

Una noche de octubre del 2018, Robert Neyhard sintió lo que describe como “el dolor más terrible en el pecho que, para ser sincero, pensé que era indigestión”. El locutor de radio local no quiso alarmar a su esposa, por lo que salió en puntillas de la habitación, bebió un vaso de 7-up y tomó unas pastillas antiácidas. “Después de un profundo eructo pensé que ya estaba todo bien”.

En los próximos días el dolor disminuyó un poco, pero regresaba de golpe y lo doblegaba. “Ni siquiera me podía parar”, recuerda Neyhard, y admite que estaba seguro de que no estaba teniendo un ataque al corazón porque no sentía dolor en los brazos. “No le dije a nadie, sino que lo oculté y tomé Motrin y Pepto-Bismol. Estaba en negación”.

O tal vez lo que Neyhard sentía era tan distinto al garrotazo que sintió en el pecho cuando tuvo el primer ataque cardíaco a los 49 años, que no vio la relación. En aquel momento supo de inmediato lo que sucedía: después de todo, su padre había muerto a los 63 años por un ataque al corazón, y su madre, a los 36. En aquella ocasión, Neyhard corrió a la casa de un vecino, un médico que vivía a unas pocas casas de distancia. Al referirse hoy a sus factores de riesgo cardíaco, dice que “Fue una combinación fatídica. Tenía predisposición genética, estuve expuesto al agente naranja en Vietnam, y no me cuidé”.

Señala que el dolor que lo sacó del sueño cerca de veinte años más tarde “era otro tipo de dolor. Era persistente”.

Su esposa insistió en que consultara con el médico, pero Neyhard sostenía que solo se trataba de una fuerte indigestión. Después de todo, se examinaba cada seis meses, se sentía más de 40 que de 70 y era muy estricto para tomar los medicamentos. Señala que “No tenía dolores ni molestias. Me hacía análisis de sangre cada seis meses. Si lo negaba, era porque me sentía bien”.

Pero su esposa sabía que no era así: cuando su esposo insistía en que tenía acidez estomacal, ella le respondió “¡No durante tres días!” y le hizo una cita médica por su cuenta. Neyhard dice que cuando entró al consultorio, el médico “Me miró y dijo ‘Debes ir al hospital de inmediato’”.

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Después de estar tan solo diez minutos en la sala de emergencia, los médicos estaban colocando catéteres y explicando que estaba teniendo un ataque cardíaco que había comenzado casi una semana atrás. Esto sucedió un viernes. Cinco días después, todavía estaba en la unidad de terapia intensiva esperando que le pusieran un chaleco desfibrilador para estabilizar el corazón. Fue entonces que tuvo un paro cardiopulmonar. “No me di cuenta de lo que sucedía hasta que sentí el golpe de las palas del desfibrilador un par de veces. Estaba muy oscuro y podía escuchar gritos a lo lejos”, es lo que recuerda sobre los dos minutos que el corazón no latió. “Finalmente me di cuenta de que el que gritaba era yo”.

Neyhard pasó ocho días en el hospital antes de que lo dieran el alta con un desfibrilador implantado que lo ayudaría en caso de que corazón se volviera a detener.

spinner image Cathie Lazarus, sobrevivió a un ataque cardíaco
Cortesía de Cathie Lazarus

Cathie Lazarus, 58 años, Manhattan Beach, California

Hacía dos meses que la productora de televisión Cathie Lazarus había comenzado su capacitación para ser voluntaria en Los Angeles Police Department Reserves, cuando pareció caer muerta en el piso del gimnasio. Recuerda que “Estaba haciendo entrenamiento por intervalos con un nuevo entrenador personal y acababa de terminar de lanzar una pelota ponderada hacia adelante y hacia atrás mientras hacía sentadillas”. Pero eso es prácticamente todo lo que esta madre divorciada con dos hijas adultas recuerda del incidente que casi le quita la vida a los 52 años. “Me contaron que luego de terminar me paré y dije ‘Uy’ y me desplomé. El corazón y la respiración se detuvieron de inmediato. ¿Te imaginas ser mi entrenador y pensar que acabas de matar a tu cliente? No recobré el conocimiento hasta un par de días después”.

Lazarus sufrió un paro cardíaco súbito (SCA), que se diferencia del ataque cardíaco en que es una cuestión eléctrica y no mecánica, y un fenómeno que mata con más frecuencia de lo que perdona. En pocas palabras, es como si se quemara un fusible y que ese fusible fuera el corazón. Señala que “El paro cardíaco causa la muerte súbita. Así que no sentí nada”. De hecho, la AHA informa que alrededor del 90% de los paros cardíacos son mortales. Solo el 25% de las personas que lo sobreviven pueden señalar alguno de los síntomas previos al paro.

Las personas que estaban en el gimnasio y luego los paramédicos pasaron cerca de treinta minutos tratando de reanimar a Lazarus con reanimación cardiopulmonar (RCP). Y los EMT continuaron haciéndolo hasta que el corazón finalmente comenzó a latir por sí solo en el hospital.

Lazarus tenía 18 años cuando supo que tenía un soplo en el corazón. Sin embargo, señala que nunca le dijeron que debía hacer un seguimiento. Después de sufrir el paro cardíaco, le diagnosticaron un trastorno denominado miocardiopatía hipertrófica (HCM). Lazarus explica que ahora tiene un dispositivo cardíaco implantado que funciona como un desfibrilador en caso de sufrir otro paro, y señala que “Si alguna vez escuchas que algún atleta joven cae muerto en la cancha, en general es porque tiene esta enfermedad”.

“Tuve mucha suerte”, dice, y advierte que solo cerca del 5 al 10% de los que sobreviven un paro cardíaco no quedan con deficiencias cognitivas a raíz de ello. “Me quedo sin aliento cuando pienso en ello”.

spinner image Angelo Keyes, sobreviviente de un ataque al corazón
Cortesía de Angelo Keyes

Angelo Keyes, 54 años, Dallas

Fisicoculturista. Fanático del gimnasio. Jugador semiprofesional de fútbol jubilado. Angelo Keyes es todo eso. Por eso, cuando en el 2014 el empresario levantaba pesas en el gimnasio para fortalecer los hombros y el pecho, no le dio mucha importancia a la tensión que sentía en esas áreas. Señala que “Uno se acostumbra mucho a sentir dolores, molestias, rasguños y golpes. Pensé que se había distendido un músculo en el pecho y en el hombro”.

Pero el dolor continuó. Keyes, que era un instructor capacitado en reanimación cardiopulmonar, llamó a su esposa. “Le dije, si no me equivoco, pensaría que estoy teniendo un ataque al corazón”. Ella le respondió que fuera directamente al hospital que estaba a una milla de distancia, pero él le dijo que iba a la casa a descansar. Pero antes debía hacer un breve mandado. “Eso me llevó cerca de cinco minutos, y para cuando había terminado casi no me podía parar. Me di cuenta de que realmente estaba sufriendo un ataque cardíaco”. Llamó a su esposa y le pidió que lo llevara al hospital.

Los signos vitales de Keyes eran normales. Sin embargo, una cateterización reveló que tenía bloqueos considerables en tres arterias. Relata que “El médico vino y me dijo que necesitaba operarme con urgencia”.

Al despertar en la unidad de terapia intensiva luego de una derivación vascular triple, Keyes relata que “Tenía el dolor más fuerte que jamás había sentido. Sentí que me ahogaba y no podía respirar”. Sin embargo, como se había sometido a ese procedimiento, cuando tuvo otro ataque un año después tampoco reconoció los signos. Cuenta que “Estaba otra vez en levantando pesas en el gimnasio. Llegué a casa y no me sentía bien, pero pensé que como me había hecho la derivación vascular, no había problema”. Pero no fue así. Señala que “Los médicos me reprocharon haber esperado tanto tiempo para ir al hospital. Pero el dolor realmente no era tan fuerte como la primera vez”.

Tampoco lo fue el dolor que marcó su tercer ataque al corazón en el 2017, cuando otra vez estaba haciendo ejercicio en el gimnasio. “Empecé a sentirme raro y esta vez no esperé”. Keyes se apresuró a llegar al hospital, donde le pusieron una endoprótesis vascular. Pero tres ataques cardíacos en un año era demasiado para que el cardiólogo de cabecera lo pasara por alto. Por lo que indicó un análisis lipídico avanzado que reveló una predisposición genética que hacía que produjera colesterol malo y coagulación. “Finalmente entendí el motivo de lo que estaba sucediendo”, señala Keyes, quien prácticamente ha abandonado la carne para alimentarse con una dieta esencialmente vegetariana. “Como un bistec quizás una vez por semana”, indica. “Me doy ese gusto”.

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