Boricua de corazón
Aunque hablaba español a la perfección y permaneció siempre conectado a sus raíces puertorriqueñas, Eduardo Palmieri nació en la ciudad de Nueva York un 15 de diciembre de 1936. Sus primeros años en la música fueron marcados por la presencia de su hermano mayor Charlie, que también se dio a conocer en la música afrocaribeña como un formidable pianista y director de orquesta. “Mi hermano era el verdadero rey de las blancas y las negras”, me aclaró Eddie en varias oportunidades, sin considerar el hecho de que sus propias innovaciones fueron más importantes a la hora de definir la identidad de la salsa.
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Luego de foguearse en los escenarios acompañando a Tito Rodríguez, Palmieri entró en la música tropical por la puerta grande. A principios de los años 60, el debut de su conjunto La Perfecta incluía no solo las composiciones del pianista —influenciadas en igual medida por el jazz estadounidense y la música cubana— sino que también reemplazaba los acostumbrados violines de la charanga con el sonido aguerrido de dos trombones, y presentaba al mundo la importante voz del sonero puertorriqueño Ismael Quintana.
Desde el principio, Palmieri combinó su talento por el piano con un análisis de las fórmulas casi matemáticas que excitaban a los bailadores en la pista del mítico club nocturno neoyorquino Palladium. En 1965 graba “Azúcar”, tema de nueve minutos de duración en el que por primera vez toca un tumbao rítmico con una mano mientras improvisa un solo melódico con la otra. Un logro que la agregó sofisticación a la música que pronto sería conocida bajo el nombre de salsa.
Un año después grabó dos importantes LPs con el vibrafonista estadounidense Cal Tjader, aportando cimientos al género del Latin jazz. Pero fue durante la década del 70 —en plena ebullición de la salsa en Nueva York— que Palmieri extendió los límites de la música tropical. En discos como The Sun of Latin Music (1974), título que dio origen de su apodo, y Unfinished Masterpiece (1975), se mostró interesado en abandonar las estructuras de la música afrocubana para experimentar con la disonancia, los teclados electrónicos y los géneros del rock y el funk. Al citar una melodía de Los Beatles en “Una rosa española”, Palmieri reflejaba la estética de los jóvenes latinos que se interesaban con igual entusiasmo por la salsa y el rock.
Conocido por empezar sus conciertos con largas improvisaciones en los teclados acompañadas de sus tradicionales gruñidos y exclamaciones, Palmieri nunca dejó de provocar. En los 90, enojado con el status quo de la salsa, grabó una serie de infartantes LPs de Latin jazz. Patrocinó a la cantante boricua India en su primer disco y también grabó Masterpiece (2000) en colaboración con Tito Puente. A principios del nuevo milenio resucitó el repertorio de La Perfecta con la voz del excelente Hermán Olivera.
Palmieri siguió grabando y presentando conciertos hasta el final de su vida, pero la muerte de su esposa Iraida en el 2014 le agregó una profunda dosis de tristeza a sus últimos años, aunque nunca se apagó su gran sentido del humor.
“Fue mi novia durante 62 años”, me comentó en el 2018 durante una de nuestras últimas charlas. “Es un amor que durará hasta el día que me muera. Antes de morirse, me dijo: ‘no me vengas a buscar porque estaré con mi madre y tú no llegas a ese nivel’”. Eddie agregó con una de las carcajadas que lo caracterizaban: “Por eso me estoy portando bien, para poder verla allí arriba”.
Se desconocen los detalles de los arreglos fúnebres.
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