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Cómo un diagnóstico tardío de trastorno bipolar cambió mi mundo

Después de décadas de luchar con mi salud mental, recibí el tratamiento adecuado.


spinner image Peter Gerstenzang
Con la medicación apropiada, los cambios extremos de estado de ánimo de Peter Gerstenzang se nivelaron y pudo disfrutar más de la vida.
WEBB CHAPPELL/AARP

|  Por la ventana se ven algunas estrellas; me meto en la cama, el perro a mi izquierda, a la derecha una radio que susurra "Moondance". Repaso las últimas 24 horas. Sin ataques de depresión angustiosa, tan profunda que duele hablar. Sin episodios de hipomanía en los que parloteaba tan rápido y con voz tan aguda como una ardilla que tomó Adderall. Sin pensamientos suicidas. En cambio, con una apreciación plena de mi café de la mañana, del cielo azul del Pacífico, de mi caminata de la tarde a la bodega de la esquina. En otras palabras, un buen día. Lo cual parece un milagro religioso considerando los innumerables días paralizantes que me han traído hasta aquí. Suficientes días de esos y uno queda tan desgastado que piensa que al final va a desaparecer completamente. Ese es el magnífico trabajo que hace el trastorno bipolar.

Después de dos semanas, mi mundo, que mostraba las cosas en un solo tono o en colores cegadores, comenzó a brillar suavemente.

spinner image Foto montaje de Peter Gerstenzang
Gerstenzang, visto aquí en su niñez y juventud, solo y con los hijos de sus amigos, recibió diagnósticos incorrectos por parte de los médicos la mayor parte de su vida.
CORTESÍA DE PETER GERSTENZANG

Desde la adolescencia, he tenido marcados cambios de humor. Tenía momentos de euforia en que mi cerebro brillaba, repleto de ideas para escribir, filmar, tocar la guitarra cinco horas al día. A esos momentos les seguía una oscuridad tan vasta que no podía siquiera identificar a la persona que realizaba estas tareas. Eso continuó hasta que alguien me diagnosticó estos cambios abruptos... después de cumplir los 61 años.

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Una respuesta elusiva

No sé por qué esto duró tanto, mi danza con una línea de innumerables profesionales de la salud mental. Hablé sobre mi infancia. Hablé sobre mis sueños. Volví a experimentar el trauma del nacimiento. Describí mis ataques de pánico lo mejor que pude. A cambio, me dieron Valium, varias formas de bencedrina, burdos antidepresivos primitivos. Ninguno de ellos tocó la enfermedad. Seguí adelante y me las arreglé para progresar en la universidad, los estudios de posgrado y varios trabajos en revistas. Mientras una vocecita me susurraba desde adentro: repárame.

De alguna manera sobreviví, hasta que por casualidad me encontré con la salvación. Linus Abrams, un psiquiatra con consultorio privado, no se adhirió al proceso estándar para después recetar trivialidades y Prozac. Me hizo preguntas que nadie me había hecho antes. ¿Tenía deseos repentinos e irresistibles de actividad, creatividad, sexo? ¿Llamaba a mis amigos a cualquier hora, desesperado por compartir alguna idea maravillosa? ¿Tenía largos períodos en los que no podía desempeñarme y tenía pensamientos suicidas? Sí. A todas.

El comienzo del alivio

Así, en algo como una hora, 45 años de infierno se elevaron hacia la luz. “Esto no parece para nada una depresión común”, dijo el buen médico. "Creo que sufres de trastorno bipolar, bipolar II, en realidad. Voy a recetarte algo nuevo. Creo que te va a ayudar". Vi como en una película todos los años que había estado arrastrando mi problema detrás de mí, como un animal negro pudriéndose. Las horas que pasé paralizado en la cama, con mi cuaderno de notas inútilmente al alcance. Las relaciones arruinadas cuando mujeres impacientes opinaron que yo era "muy voluble". Las imágenes de esos años pasaron ante mí tan rápido como los avances de una película. Y me puse a llorar.

Lo que el Dr. Abrams me recetó fue un medicamento llamado lamotrigina. Se descubrió accidentalmente que este fármaco, creado originalmente para detener las convulsiones, derrota a la hipomanía y a su despiadada contraparte, la melancolía. Lo que para otros es simplemente un triángulo blanco con una ranura en el centro, para mí es Dios en un frasco.

Según el sitio web sobre la salud y el bienestar Sharecare.com (en inglés), el trastorno bipolar es difícil de diagnosticar porque "no existe un simple análisis de sangre o una radiografía que indique con certeza un resultado positivo o negativo". Sin embargo, incluso con ese desafío, aproximadamente seis millones de adultos luchan con la enfermedad en Estados Unidos.

Están tan cerca como mis amigos más íntimos. 

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Kathy (no es su verdadero nombre, se cambió a solicitud de ella) no recibió diagnóstico ni tratamiento hasta pasados los 40 años. "Me las arreglé para eludir la enfermedad, o cubrirla, hasta después de los 30", dijo, "que fue cuando empecé a sentirla realmente. Primero, entraba en un estado maníaco. Trabajaba una cantidad ridícula de horas todos los días. Hacía salidas de compras descontroladas. Los puntos bajos eran ataques terribles de irritabilidad y depresión letal. Reaccionaba mal con la gente sin ningún motivo".

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Igual que yo, Kathy consultó un sinnúmero de profesionales que le recetaron varios medicamentos que no dieron resultado, hasta que finalmente encontró a un psiquiatra que le hizo más preguntas de sondeo sobre sus ciclos anímicos.

Una amiga terapeuta me contó sobre otro hombre mayor que sufría de trastorno bipolar y también se había sentido devastado por la enfermedad desde la adolescencia, hasta que finalmente encontró el tratamiento adecuado a los 64 años. Él puede muy bien haber pronunciado la afirmación definitiva sobre el diagnóstico tardío: sintió que había nacido de nuevo. “¿Por qué nadie pudo hacer esto cuando tenía 17?”, le preguntó a mi amiga. Parece que los dos tenemos sentimientos encontrados sobre la situación: estamos contentos de que nuestra enfermedad finalmente tenga un nombre, pero furiosos porque se descubrió cuando estábamos próximos a la edad de Medicare.

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El Dr. Mark Zimmerman, profesor de psiquiatría en Brown University, pudo desatar algunos de los cabos del nudo gordiano del trastorno bipolar. "Los pacientes tienden a consultarnos cuando su estado anímico es bajo. Muy a menudo pensamos que es una depresión clínica y los tratamos de acuerdo con eso", dijo. "Con frecuencia, estos mismos pacientes experimentan períodos de hipomanía en los que están energizados y pueden funcionar en forma brillante durante días sin necesidad de dormir. Como la gente suele disfrutar de ese estado, siente que es normal, no lo reporta. De modo que a menos que alguien vaya al médico en ese estado maníaco —lo que por lo general no sucede—, a menudo el paciente no recibe el tratamiento correcto durante años".

Finalmente, el descanso

Gracias a la nueva medicación, mis episodios depresivos y maníacos poco a poco dejaron de ser los dueños de mi persona. Después de dos semanas, mi mundo, que mostraba las cosas en un solo tono o en colores cegadores, comenzó a brillar suavemente. En tres semanas esos tonos se ajustaron hasta que brillaron con la luminosidad correcta. Mis estados de ánimo extremos se nivelaron. Como escritor y cinematógrafo, me preocupaba que el nuevo medicamento detuviera mis impulsos creativos. Pero las ideas siguieron surgiendo. 

Y empecé a hacer surf. Y a conducir velozmente en la autopista escuchando a The Smiths. Tuve conversaciones, lindas, matizadas, con diferentes personas. En otras palabras, a los 61 años comencé a tener una adolescencia genial.

Si bien el medicamento le envía señales de alegría a mi cerebro, debo acompañarlo con terapia conversacional. Y entiendo que mi vida nunca será un musical de Gene Kelly. Pese a la combinación correcta de fármacos, ejercicio y charlas de autoanálisis, yo sigo siendo yo. Sigo teniendo pensamientos oscuros. Me pregunto por qué mi trabajo puede parecer bueno unos días y grafiti de segunda clase otros. El aguafiestas que acostumbraba ser no ha desaparecido por completo. Y no debería. Puede haber sido mórbido, pero él podía identificar y escribir sobre muchos de los detalles memorables de la vida. Sabía escuchar. Tenía empatía. Un artista necesita eso. ¿Vale la pena el cambio? El tiempo lo dirá.

Y aquí es donde llegaste tú: yo, cubierto por un edredón hecho a mano; el perro durmiendo y ladrando bajito como si estuviera en alguna maravillosa cacería de conejos. Tom Waits gruñendo en la radio. Y mientras estoy aquí en la cama, con una vejez nueva, pienso en los años en que no podía experimentar estos modestos placeres. Y siento que me robaron, siento pesar. Pero no me quedo ahí mucho tiempo. Esta noche, con una tranquilidad nueva, vivo en el presente. Valoro el edredón, el perro, la música. Siento que me estoy quedando dormido. Y sonrío. 

Peter Gerstenzang, de 62 años, es productor de videos, humorista y periodista. Sus artículos se han publicado en Rolling Stone, el New York Times, Esquire y el Village Voice

En qué consiste

Es un trastorno cerebral que causa cambios inusuales en el estado de ánimo y en los niveles de energía y actividad.

Pronóstico

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Las personas con trastorno bipolar a menudo conviven con los síntomas por hasta diez años antes de recibir un diagnóstico acertado. Se considera una enfermedad de toda la vida.

Impacto

El trastorno bipolar causa en promedio una reducción de 9.2 años en la expectativa de vida del paciente; hasta uno de cada cinco pacientes con este trastorno se suicida.

Tratamientos

Los médicos tienden a emplear dos estrategias:

Medicamentos: las opciones por lo general incluyen estabilizadores del estado de ánimo, antidepresivos y antipsicóticos atípicos.

Psicoterapia: hay varias formas de terapia conversacional que se pueden combinar eficazmente con los medicamentos para reducir los síntomas. Esta interacción regular también brinda apoyo, educación y guía para los pacientes y sus familias.

Quiénes lo sufren

El trastorno bipolar afecta aproximadamente a seis millones de adultos en Estados Unidos, lo que equivale a alrededor del 2.8% de la población mayor de 18 años. La edad media de aparición del trastorno es 25 años, pero un estudio reveló que el 10% de los casos nuevos se dan después de los 50 años.

La enfermedad a menudo se presenta en una misma familia y los médicos han identificado ciertos genes asociados con el trastorno.

Mientras que es igualmente común en hombres y mujeres, las mujeres son más propensas que los hombres a experimentar los episodios en ciclos rápidos.

Tipos principales

Trastorno bipolar I

En este tipo de trastorno, la persona sufre episodios maníacos que duran al menos siete días y son tan intensos que requieren atención hospitalaria.

Por lo general, también se presentan episodios de depresión intensa que duran dos o más semanas.

Trastorno bipolar II

Una versión menos intensa, definida por una secuencia de episodios de depresión y episodios de hipomanía (altos niveles de energía e intensidad, pero sin llegar a generar un comportamiento maníaco total).

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