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Yo nací después de la Segunda Guerra Mundial y soy parte de la generación del baby boom. Las historias de mi padre sobre su estancia en Francia durante la guerra formaron parte de mi infancia tanto como la mesa de fórmica amarilla alrededor de la que todos nos apiñábamos para cenar cada tarde a las seis en punto.
Mi padre, el teniente Donald K. Johnson era un Seabee, un ingeniero civil del Batallón de Construcción Naval, cuyos lemas son "Construimos, luchamos" y "¡Podemos lograrlo!". La mascota de los Seabees, un abejorro, lleva un taladro y una pistola.

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Papá desembarcó en la invasión del Día D y pasó cinco meses en el campamento de la Marina instalado en los acantilados sobre Omaha, una de las playas del desembarco estadounidense.
Le encantaba contar anécdotas de su estancia en Francia; por ejemplo, decía que el francés que aprendió en la escuela secundaria hacía que pronunciara s'il vous plaît como "silver plate" (plato de plata). Pero sonreía recordando la amabilidad y paciencia de los franceses ante sus intentos.
Mi historia favorita era la de un niño huérfano llamado Gilbert, a quien papá tomó bajo su protección. Gilbert vivía junto al campamento de la Marina con un cuidador, y papá vio al pequeño niño flaco y lo invitó a comer en el comedor de oficiales. Eso se convirtió en algo cotidiano, y papá y Gilbert se hicieron tan amigos que mi padre intentó sin éxito adoptar a Gilbert y llevárselo a casa.

Las historias de papá influyeron en mí de maneras profundas de las que no me di cuenta en ese entonces.
Estudié francés en la escuela secundaria y en la universidad, aunque vivía en California, donde el español era el idioma más práctico. Continué estudiando francés durante toda mi vida adulta, siguiendo una pasión que no podía explicar lógicamente.
Antes de que mi padre falleciera en 1991, volvimos a hablar de su tiempo en la guerra y mencionó a Gilbert. "Me pregunto qué le habrá pasado", dijo. Parecía tan melancólico, y eso me impresionó. Recordé entonces que papá había viajado a París una vez, en 1972, e intentó encontrar a Gilbert, pero no lo consiguió.

En busca de Gilbert
En junio de 1994, viajé a Normandía para aceptar una medalla en honor de papá como parte de las celebraciones del 50.º aniversario del Día D. Pasé un día recorriendo las playas del desembarco, visitando museos y aprendiendo, entre otras cosas, que fue la mayor invasión terrestre y marítima de la historia del mundo.
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