Vida Sana
La científica María Elena Bottazzi y el Dr. Peter Hotez están nominados al Premio Nobel de la Paz 2022 por haber desarrollado la vacuna Corbevax contra la COVID-19. Esta es la primera vacuna que no requiere de una patente, a un bajo costo y con la posibilidad de distribuirse en grandes cantidades; lo que representa una esperanza para detener la pandemia en los países pobres. AARP conversó con la Dra. Bottazzi acerca de lo que representa este logro científico a nivel personal y para la salud pública a nivel mundial. Aquí te traemos una versión editada de lo que nos dijo:
Su niñez en Honduras
Crecí en el Departamento de Olancho en Tegucigalpa, Honduras. Una zona rural con mucha agricultura y ganadería, pero también con mucha pobreza y deficiencia en el área de cuidados de salud. Estuve expuesta a ver cómo la gente sufría por no tener buenos servicios médicos. Vivir esas dificultades, creó mi interés en no solo entender cuáles son las enfermedades, sino también las patologías que las causan y cómo buscar soluciones adecuadas para esas poblaciones de los países pobres.
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La misión profesional
El enfoque de mi carrera siempre ha sido buscar soluciones, como el desarrollo de vacunas que puedan ser accesibles a cualquier persona y en la esquina más remota del mundo. La creación de este centro de desarrollo de vacunas dentro de un hospital infantil tiene tres objetivos principales. El primero es educar a las nuevas generaciones de vacunólogos; el segundo, resolver problemas de salud en los niños; y el tercero, y fundamental, es que podamos transferir nuestras tecnologías y permitir que las creaciones de los productos que nosotros inventamos en nuestro laboratorio puedan ser producidos a gran escala.
Cómo se desarrolló la vacuna Corbevax
Para llegar a la tecnología que eventualmente creó Corbevax nos enfocamos en modelos sencillos con el uso de tecnologías convencionales, como las proteínas recombinantes que se producen en levaduras a través de una producción un poco vegana, digámoslo así, sintética, un método que ya había sido usado para otras vacunas, como, por ejemplo, la de la hepatitis B. Eso nos permitió que los procesos fueran ampliamente conocidos por otros manufactureros y que la transferencia del conocimiento y de la tecnología fuera rápida.
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