Vida Sana
El “divorcio gris” —el nombre desafortunado de los divorcios después de los 50— es cada vez más frecuente entre los baby boomers. De hecho, según el Pew Research Center (enlace en inglés), desde los años 90 la tasa de divorcios aumentó más del doble en las personas mayores de 50 años. La pandemia también parece haber acelerado esta cifra. Soy abogada de profesión y todos los abogados especializados en derecho de familia que conozco han estado totalmente inundados de casos de divorcio desde que comenzó el confinamiento por la COVID-19.
Mis padres se divorciaron cuando tenían cincuentaitantos. No fue un divorcio amistoso y ni siquiera toleraban estar juntos en la misma sala. Mi padre sufrió un ataque cardíaco justo antes de separarse y mostraba signos de deterioro de salud mental y abuso de alcohol. Confieso que me preocupaba pensar qué le depararía el futuro frente a otro problema serio de salud y quién lo cuidaría. Nunca hablé de este tema con mis padres y ojalá lo hubiera hecho. Yo tenía veintitantos, recién me iniciaba en mi carrera y esos temores me abrumaban.
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En última instancia fue mi mamá, y no mi papá, quien se enfermó. Una de las primeras cosas que dijo cuando se enteró de que le harían una operación de cerebro fue: "No le avises a tu padre". No quería que él apareciera y la angustiara más de lo que ya estaba. A pesar de sus problemas y distanciamiento, seguía siendo mi papá y fue duro sentir de repente que ya no tenía una familia con ambos padres. Sortear las dificultades de un diagnóstico de cáncer de cerebro de un progenitor y convertirse en su principal cuidador son acontecimientos trascendentales de vida para cualquiera, y en especial para alguien joven. Sentí que me faltaban parientes mayores en quienes apoyarme cuando necesitaba orientación y ayuda a lo largo del proceso.
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