Vida Sana
En Caracas, hace muchos años, Oscar D'León se ganaba la vida conduciendo un taxi, tocando sobre el volante los ritmos de la música que lo hacía feliz: las viejas canciones cubanas de Celia Cruz y Beny Moré. Cuando D'León empezó a cantar profesionalmente con la orquesta venezolana La Dimensión Latina, la historia de la salsa cambió para siempre.
Con más de 50 discos en su haber y una feroz orquesta con la que se presenta a través del mundo, D'León ha recibido el reconocimiento del Latin GRAMMY con el codiciado Premio a la Excelencia Musical. “Es una cosa fuera de los niveles”, comenta. “Lo agradezco muchísimo… por esa creencia en mi carrera”.
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Y sigue reinventándose. Sus muchos fans conocerán un nuevo lado del cantante cuando a principios de año presente su nuevo disco, totalmente en inglés. Aquí un resumen de nuestra conversación con el gran salsero venezolano:
P: Tiene un entendimiento absoluto del swing, del vértigo que define a la mejor música afrocaribeña. Y sin embargo, no es músico de conservatorio. ¿Cómo lo consigue?
R: Es un entendimiento que lo tuve siempre, de la música que me gustaba. Yo nunca pensé que iba a ser famoso. Nomás estaba tratando de ganarme la vida. Pero cuando fui con la Dimensión Latina, desde el primer ensayo me di cuenta que había nacido para esto. Y no estaba equivocado. Aquí estoy hablando contigo.
P: Sus discos de los años 70 y 80 con los grupos La Dimensión Latina, La Crítica y La Salsa Mayor tienen una elegancia refinada, con el sonido de los trombones y extensos solos de piano. En la década del 90 grabó para la disquera RMM y algo de todo eso se perdió. ¿Por qué?
R: Tienes toda la razón. Siempre acepté las cosas que me imponían las disqueras, aunque a regañadientes. Y sabía qué era lo que hacía que le gustaba a la gente, ese sonido mío. Ahora voy a retomarlo, trabajando en los arreglos con una computadora. Antes, claro, mi computadora era [los arreglistas] César Monge o ‘Culebra’ Iriarte. Desde esos días no he vuelto a hacer producciones de verdad. Una que otra, por ahí, pero nunca entregado de lleno a eso. Creo que ahí está el detalle.
P: En concierto su orquesta no hace pausas entre canciones durante más de dos horas, el repertorio es improvisado, y usted le indica a su banda con señas cuál es la canción que sigue. ¿Cómo lo logra?
R: Ensayo mucho. No me despreocupo del tema. No digo, “la orquesta suena y ya está”. Es una búsqueda constante. Todos los días y a cada rato estoy pensando en eso. Me acuesto consultando con mi almohada... ¿qué tema me hace falta? Me hago una película en la mente: este tema, uniéndolo así con este otro, sería un palo en la tarima. No dejo nada de eso al azar. Cuando estoy cantando, por la sonrisa del público cambio inmediatamente. Trabajo con señas porque la gente lo disfruta mucho. Como dice mi manager, Oswaldo Ponte, soy un pentagrama viviente.
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