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Cuando llega el momento de recurrir a un centro geriátrico

¿Qué hacer si tu ser querido necesita una supervisión de 24 horas y siete días a la semana?


spinner image Hombre mayor junto a una enfermera - Cuando llega el momento de recurrir a un centro geriátrico
Las familias que prestan cuidados deben conversar sobre la posible necesidad de supervisión las 24 horas del día.
Getty Images

Cuando la llamada llegó por fin, me dejó asombrado. Me llamó un trabajador social del hogar geriátrico donde mi madre había estado en la lista de espera para ingresar por un año y medio. Dijo las palabras que yo había anhelado y temido: “Tenemos una cama para su madre. ¿Puede mudarse aquí mañana?”…

Sabía que había llegado el momento. En los nueve meses de espera, a mi madre la habían hospitalizado tres veces por confusión mental, así como por lesiones debidas a caídas. Me resultaba claro que ella ya no estaba segura viviendo sola en su apartamento.

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Por motivos de privacidad e incompatibilidad, no habíamos querido vivir juntos (además, las escaleras en mi hogar hubieran hecho casi imposible su mudanza). En su lugar, juntamos el dinero para contratar a auxiliares de cuidados en el hogar que estuvieran con ella por siete horas diarias. Pero todavía había 17 horas en las que las catástrofes podían suceder y sucedieron. Nunca dejé de preocuparme, ya sea que estuviera a su lado, en el trabajo o en la cancha de básquetbol. ¿Aparecerían los auxiliares? (No siempre). ¿Mi madre se caería incluso cuando estaba presente un auxiliar? (Sí). ¿Estaba siendo un buen hijo? (Cada caída posterior hizo que lo dudara más).

Una cama en un centro con supervisión las 24 horas del día brindaría mayor seguridad, pero también menos libertad para ella y más culpabilidad para mí. ¿Pensaría mi madre que me estaba deshaciendo de ella al dejarla allí? Por suerte, ella no lo vio de esa manera. Esa noche, cuando le ofrecí escoger entre mudarse al centro geriátrico o quedarse en su apartamento, rápidamente decidió mudarse.

A muchos cuidadores familiares les atormenta colocar a un ser querido en un hogar geriátrico. Algunos lo ven como una falta de voluntad o de esfuerzo para honrar los deseos de sus padres de permanecer en su propio hogar hasta el final. Otros lo ven como el máximo acto cariñoso y responsable cuando la seguridad se vuelve primordial. Algunos están de acuerdo con ambos puntos de vista y sienten un gran conflicto. A continuación encontrarás ideas para abordar las emociones que rodean esta difícil decisión familiar:

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1. No hagas promesas que no puedes —ni debes— cumplir. He escuchado a muchos cuidadores decir que ni siquiera considerarían un hogar geriátrico para sus padres. Esto suena noble, pero podría tener consecuencias perjudiciales. Si un padre padece un bajón repentino —por ejemplo, una fractura de cadera o un derrame cerebral—, la familia no estará preparada cuando el personal hospitalario insista en que el paciente no puede regresar al hogar y necesita estar en un hogar geriátrico. Para evitar esto, sugiero que las familias que prestan cuidados hagan planes para todas las eventualidades, incluso la posible necesidad de supervisión las 24 horas del día en algún momento. Lo ideal es que el padre y el hijo adulto visiten hogares geriátricos locales, sopesen las opciones y decidan lo que preferirían antes de que tengan que tomar una decisión apresurada debido a una emergencia.

2. Tu tarea es dar los cuidados apropiados, pero no siempre de la manera en que desean tus padres. Los “cuidados apropiados en su debida oportunidad” siempre se pueden debatir. Sin embargo, no deberían definirse solo de acuerdo a los deseos inalterables de un padre en relación con lo que por lo general son situaciones variables. Un plan “correcto” debe satisfacer las necesidades de un padre ahora y en el futuro, y debe tomar en cuenta las necesidades y capacidades de otros familiares. Si los cuidados que mejor cumplen con esa fórmula son los de un hogar geriátrico, esa es la opción prudente para todos.

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3. Vas a sentir muchas emociones. Cuando mi madre aceptó ir al hogar geriátrico, sentí un gran alivio mezclado con una pesada culpabilidad de que de alguna manera no había logrado hacer más para evitar esta mudanza. Y sentí una tristeza profunda. Era horrible que mi madre se hubiera deteriorado hasta el punto en que era fundamental que tuviera cuidados las 24 horas. Luego, como ella, empecé a preocuparme sobre cómo sería en realidad vivir en un hogar geriátrico. Estos sentimientos eran muy fuertes e incómodos, pero normales.

4. La manera de cuidar cambia pero continúa. En los últimos meses, mi madre se ha ido ajustando a su nueva situación de vivienda, al igual que yo. Ya no la levanto de la alfombra ni me siento con ella en la sala de emergencias, pero me aseguro de que su habitación en el hogar geriátrico esté limpia, de que los auxiliares de enfermería la atiendan y de que ella esté razonablemente satisfecha. Y todavía vivo de acuerdo al mismo mandato que he seguido por cinco años: ayudar a mi madre a vivir tan completa y seguramente como sea posible a medida que envejece.

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