Vida Sana
No es que ella no quería encontrarse con sus hermanas mayores. Para Navidad, Pascuas y en todos los cumpleaños, se llevaban bien. Pero cuando le sugerí a mi clienta Sabrina, de 52 años, que invitara a sus hermanas a una reunión familiar para hablar sobre la prestación de cuidados luego de escucharla quejarse de que ellas no ayudaban con el cuidado de su padre anciano, su respuesta sonó pesimista.
"No creo que vengan", dijo. Luego agregó: "Y si vienen, no le dirán a usted la verdad sobre qué es lo que van a hacer. Solamente me criticarán".
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La falta de confianza de Sabrina en ellas era impresionante. ¿No buscaban todas lo mejor para su padre y para ellas? Le sugerí que tratáramos de reunirnos de todas maneras. Después de algunas semanas, accedió a regañadientes.
La reunión que se llevó a cabo en mi oficina fue una sorpresa. Si bien todas estuvieron de acuerdo en que Sabrina era la cuidadora principal, ella estaba anormalmente callada, como si —en presencia de sus hermanas— se hubiera vuelto a convertir en la indefensa hermana menor. Pero sus hermanas, cuatro y cinco años mayores que ella, no expresaron críticas ni se mostraron autoritarias. Felicitaron a Sabrina por lo bien que se estaba ocupando del padre.
También dijeron que siempre pensaron en colaborar más pero no querían interferir con la labor de Sabrina, porque parecía que para ella era muy importante estar al frente de la tarea. Le pregunté a Sabrina si aceptaría ayuda de sus hermanas ahora. Ella afirmó con la cabeza. Dedicamos entonces el resto de la reunión a generar ideas sobre cómo podían ayudar efectivamente las hermanas.
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