Vida Sana
Nota de redacción: Sheila Lopez, de 48 años, es ingeniera eléctrica y vive en Phoenix, Arizona. De ascendencia mexicana y navajo, es la madre de Samantha, de 31 años; Emanuel, de 28 y Matthew, de 19. La revelación de que sus dos hijos mayores se identifican como LGBTQ marcó su camino hacia el redescubrimiento de sus tradiciones culturales indígenas y a comprender qué es el género y la fluidez de género. También la condujo a establecer el primer capítulo PFLAG indígena del país en el 2011. En el futuro, planea obtener una certificación en Salud Pública y acercarse más a la reserva del pueblo navajo, donde puede seguir educando a otras personas sobre asuntos LGBTQ. Esta es su historia, en sus propias palabras.
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¿Qué es “dos espíritus”?
- El término “dos espíritus” identifica el rol tradicional en las sociedades indígenas de Norteamérica de alguien que tiene el don de poseer un espíritu masculino y un espíritu femenino.
- Estas personas ocupaban posiciones que les merecían gran respeto, como líderes religiosos, curanderos, guerreros, cazadores, cuidadores, padres de cuidado temporal, maestros, consejeros, asesores, artistas, alfareros o cesteros. En esencia, la función de las personas con dos espíritus restablece el equilibrio y fomenta la sanación.
- El término no es sinónimo ni intercambiable con los conceptos “gai” o “LGBTQ”. “Dos espíritus” no describe la orientación sexual, sino un entendimiento del género.
- Se acuñó por primera vez para describir este rol tribal durante la Tercera Conferencia Anual Intertribal de Gais y Lesbianas de los pueblos indígenas de Estados Unidos y de las Naciones Originarias, que se celebró en Winnipeg, Canadá, en el 1990.
- De las palabras niizh manitoag de la lengua ojibwa nace el término moderno de “dos espíritus”, que se usa para referirse a una amplia variedad de expresiones empleadas en cientos de culturas indoamericanas para describir los distintos géneros, la fluidez de género y los roles que suelen adoptar estos individuos. No reemplaza los términos individuales utilizados por los pueblos indígenas.
Según la tradición del pueblo navajo, tener un hijo gai o transgénero es una bendición especial. Y estoy totalmente de acuerdo, porque mis hijos realmente me abrieron los ojos.
Mi madre es navaja, nacida en Greasewood, Arizona. Su padre —mi abuelo— era curandero. Mi padre es mexicano de Winslow, Arizona, donde nací y crecí en una época en que había mucha discriminación. Desafortunadamente, eso definió mi reacción cuando mis hijos se declararon gais, pues lo que creía sobre las personas gais o transgénero era que se trataba de algo “malo” o eran motivo de burla. Esas eran las dos cosas que conocía. Luego, tuve a mis tres hijos.
Cuando mi hija estaba en el último año de la escuela secundaria, pensé que se veía con una chica. Decidí que era hora de hablar.
“¿Estás saliendo con esa chica?”, le pregunté una tarde cuando la fui a buscar a la escuela.
“Sí”, me contestó.
Pensé: No puede ser; mi hija no puede ser lesbiana. No lo entiendo. Tal vez sea porque nunca ha estado con un chico.
“Estás confundida”, le dije.
Jamás olvidaré ese día. Cómo hubiera deseado haberme informado antes de preguntarle, pues mi reacción no fue buena. No estaba preparada para esa conversación.
Ese día, ella compartió dos cosas que nunca olvidaré. La primera fue: “Mamá, ¿por qué elegiría ser así cuando sé que la sociedad va a estar en mi contra?”. La segunda fue que tenía planeado esperar a irse a la universidad para decírnoslo. Ella estaba avergonzada porque, como dijo en sus propias palabras, “iba a ser una decepción”.
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