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Lucie Arnaz: “Mi padre nunca perdió su cubanidad”

La hija de Desi Arnaz recuerda el legado artístico y personal de su padre.


Fueron años de reflexión que le permitieron a Lucie Désirée Arnaz lidiar con todas las ramificaciones de ser la hija de Lucille Ball y Desi Arnaz, una de las parejas mitológicas de la industria del espectáculo. A los 65 años, la actriz, cantante y productora ha hecho las paces con el lado más oscuro de su pasado. Ha encontrado alegría y creatividad en la identidad cubana de su padre, una sensibilidad que la marcó para siempre. En un momento tan especial como es el centenario de Desi Arnaz, la Lucie Arnaz habló en exclusiva con AARP en español sobre el legado de un padre inolvidable.

¿Cómo pudo procesar el hecho de que sus padres fueron las dos leyendas llamadas Lucille Ball y Desi Arnaz?

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Si alguna vez escribo mi autobiografía, esa será la pregunta de la tesis. Es una buena pregunta, una pregunta inmensa. La continúo procesando a través de mi vida, a distintos niveles, porque cuando era chica ni siquiera me daba cuenta. Es como crecer en un palacio, o un campo de concentración. Puedes elegir la metáfora que prefieras. Uno no se da cuenta, piensa que tal vez todas las demás personas viven así.   

La única diferencia palpable era saber que mis padres no estaban disponibles porque tenían que asistir a eventos especiales. Entonces, cuando en la escuela había un baile para las hijas y sus papás, yo iba con el tío Kenny, que estaba disponible. O si había un almuerzo escolar, llegaba mi abuela en vez de mi madre.

Después, yo misma intenté formar mi propia familia y tuve que lidiar con la confluencia de la celebridad que desciende sobre ella. De por sí es difícil cuando hay un divorcio, alcoholismo, padres que trabajan. La fama le agrega una capa adicional, como si fuera una lupa.

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¿Y la influencia cubana? ¿Se percibía en la vida cotidiana de su padre?

Más allá de grabar un disco titulado Latin Roots, en varios de mis espectáculos a través del tiempo he elaborado la misma historia: cómo fue crecer con un padre latinoamericano. Hasta el divorcio de mis padres, vivimos una existencia cubana. Celebrábamos la Navidad el 6 de enero y en vez de pavo había un imponente lechón asado. Las celebraciones en casa eran fiestas con música en vivo.

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Mi papá decía que estaba muy orgulloso de ser estadounidense, pero nunca perdió su cubanidad. Por lástima, nunca tuve la oportunidad de visitar la isla, pero siempre tuve la sensación de saber claramente cómo era mi gente. Mi padre no se quejó nunca de todo lo que perdió con la revolución, que fue mucho. Vino a Estados Unidos, empezó de cero y nunca miró hacia atrás. Y cantaba las canciones, que es lo más importante. Trabajaba en un programa de radio de la CBS llamado Your Tropical Trip. La audiencia tenía la oportunidad de ganar un viaje a un paraíso tropical, y mi padre cantaba una canción relacionada a un país latino, sobre Santiago de Chile, por ejemplo, o Rainy Night In Rio.

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Lucie Arnaz celebra el trabajo de su padre, Desi Arnaz, quien fue un pionero en la televisión de Estados Unidos.
Bettmann/Getty Images

Estas eran las canciones que mi padre cantaba con su guitarra cuando volvía a casa. Fue sólo después que murió que sentí el deseo de estar arriba de un escenario, con una banda, interpretando esos temas. Encontré su música, sus arreglos, y esto fue un gran descubrimiento para mí. Era todo lo que quería hacer en ese momento. Ser una de esas chicas que cantan delante de una orquesta. De alguna manera, me convertí en la persona que él fue.

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¿No le llama la atención que su padre haya podido preservar la autenticidad cubana en toda la música que grabó?

Al principio le resultó difícil. En la década de los 40, el público estadounidense le tenía miedo a ese sonido; ni siquiera sabían cómo bailarlo. Mi padre me contó una anécdota de la época en que su orquesta alternaba con la banda de Buddy Rogers. Cuando le tocaba el turno a él, la gente se sentaba y dejaba de bailar. Entonces mi papá le pidió a Rogers que terminara su set tocando uno de sus temas —por ejemplo, “El manisero”— y que permitiera que sus músicos fueran reemplazados por el conjunto de mi padre uno por uno, de manera que la música no parara. La estrategia funcionó. Me da mucha risa pensar que el público se quedaba bailando si un director de orquesta blanco tocaba música cubana, pero no lo hacía con el otro.

Mi padre preservó siempre la autenticidad del sonido cubano. Tuvo que tocar temas de Broadway, del gran cancionero estadounidense, pero les agregó una sensibilidad latina. Cuando grabaron el tema principal de I Love Lucy, Marco Rizo, su orquestador y pianista, le insistió que agregaran maracas y bongó, para que lo representara mejor. Me encanta el talento que tenía mi padre para tomar cualquier canción e imprimirle un toque de energía latina.

¿Cuál es su recuerdo favorito —y el menos favorito— de su padre?

Los favoritos fueron los momentos cuando traía la guitarra a nuestro cuarto y se ponía a cantar. Esos recuerdos me acompañarán siempre, los amo con todo mi ser. Y también cuando me llevaba en su barco y me enseñaba a pescar.

Los recuerdos más dolorosos, claro, son cuando tomaba demasiado. Se transformaba en alguien que no era, y procesar eso de niña fue muy doloroso. Cuando tomaba, mi padre pasaba de ser el anfitrión más simpático del mundo a alguien enojado y paranoico. Y después, al día siguiente, se deprimía. Cada persona maneja la adicción al alcohol de una manera distinta. Fue una enfermedad que lo mató. Murió a los 69 de cáncer de pulmón, pero el estado de su cuerpo en ese momento hizo que fuera imposible batallar el cáncer. Una lástima, porque era un hombre generoso y afable. Una gran persona.

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