Mi nombre es Jennifer Taylor. Vivo en los suburbios de Chicago y soy profesional en el área de comunicación corporativa. Tengo a mi esposo, con quien he estado casada 28 años, y dos hijas adultas. Este verano me diagnosticaron el trastorno del espectro autista (TEA).
Siempre me he sentido diferente, y cuando tenía algo más de 30 años, me diagnosticaron un trastorno depresivo mayor, pero yo sentía que posiblemente había algo más. Mis dos hijas han estudiado psicología, y cuanto más me hablaban del autismo, la ansiedad y el trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH), más me dedicaba yo a investigar por mi cuenta.
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Tuve una charla con mi médica de atención primaria y ella me dijo que muchas mujeres de nuestra edad no obtenían un diagnóstico, recibían un diagnóstico equivocado o recibían más de uno. Y dijo que, en su opinión, era una buena idea que yo me hiciera una evaluación neuropsicológica.
Cómo fue el proceso de prueba y diagnóstico
Mi primera cita fue con una psicóloga. Me preguntó por qué quería hacerme la prueba y le expliqué algunas de las cosas que había sentido a lo largo de mi vida. Hicimos la prueba, que consistió en cinco sesiones de dos horas cada una en un lapso de varias semanas.
No busco hacer un juego de palabras, pero se trata de un espectro de pruebas. En una de ellas, te muestran rostros y te preguntan cómo describirías a la persona. ¿Feliz? ¿Triste? ¿Enojada? En otra prueba, te muestran una imagen y, después de 60 segundos, la retiran y te preguntan qué es lo que recuerdas haber visto en esa imagen. Completas rompecabezas simples y tareas de redacción. Es interesante, y también puede ser extenuante mentalmente. Además, te dan muchos formularios de autoevaluación para completar. Mi esposo también tuvo que completar una evaluación sobre mí.
Un psiquiatra estudió los resultados de las pruebas, y me volvieron a diagnosticar un trastorno depresivo mayor. También me diagnosticaron ansiedad, mayormente ansiedad social, y déficits de atención, en plural, pero no un trastorno pleno por déficit de atención e hiperactividad.
Los nuevos diagnósticos de ansiedad y déficits de atención no me sorprendieron, pero cuando la doctora dijo que también me ubicaba dentro del espectro autista... bueno, ese número no estaba en mi tarjeta de bingo. Los profesionales ya no usan el término “síndrome de Asperger”. Ya no clasifican el autismo en pequeños fragmentos diferentes. Incorporan todo dentro de un espectro. Pero a mí me correspondería un diagnóstico de Asperger, tal como se describía antes (autismo con inteligencia promedio o superior al promedio y sin retrasos del lenguaje).
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