Willie Rosario, un innovador de la salsa
A punto de cumplir 70 años de vida artística, el timbalero boricua sigue cosechando éxitos.
Desde el principio de su carrera, el timbalero puertorriqueño Willie Rosario se dio a conocer como “Mister Afinque”, apodo que describe el swing medido e implacable que caracteriza a sus discos de salsa. Rosario cumple 88 años en mayo, y el 29 de abril será homenajeado con el Premio Estrella durante el Día Nacional de la Zalsa, organizado en San Juan por la emisora radial Z-93. Desde su casa en Puerto Rico, Rosario nos habló sobre los comienzos de su carrera, sus innovaciones estilísticas y su disco favorito, entre otros temas.
Pronto se cumplen 70 años desde que formó su primera orquesta. ¿Cómo hizo para adaptarse a los cambios de las modas y las décadas?
Siempre digo que es la voluntad de Dios. Me ha dado buena salud y me hizo un individuo honesto y limpio. Alguien que no fuma, ni bebe, ni usa drogas. He sido siempre responsable al cien por ciento. Cuando doy la palabra, es así. He respetado a los otros músicos y también al público, porque cuando uno se sube a la tarima, debe tocar lo que le gusta. A Tito Puente le gustaba tocar solos y era un fenómeno, el músico más grande que nos haya dado Hispanoamérica. Yo nunca trato de buscar números comerciales, porque entonces no me divierto y uno debe disfrutar cuando está tocando su música.
Sus primeros pasos profesionales fueron como locutor de radio...
Cuando nos mudamos a Nueva York, no estaba pensando en la música. Estudié comunicaciones y como especialidad elegí el periodismo radial. De joven tenía una voz bien profunda y ‘microfónica’. Al graduarme, me dieron un trabajo en una de las emisoras de mayor audiencia en Nueva York. Fue un regalo de Dios, porque Nueva York es una ciudad cosmopolita con locutores hechos y derechos. Empecé con un programa de entrevistas con artistas del momento como Tito Rodríguez, Johnny Ventura y La Lupe. Se transmitía todos los jueves.
Muchos no saben que usted fue responsable de una de las innovaciones más radicales en la historia de la salsa: agregarle un saxo barítono a la sección de vientos. ¿Cómo se le ocurrió esa idea?
Viviendo en Nueva York, tenía un grupo de cuatro trompetas, algo que era muy común. Pero yo buscaba un sonido diferente para encontrarle la esencia a mi música. No quería usar trombones porque otros ya lo estaban haciendo. Pensé en incorporar un violín o un clarinete, pero no me decidía. En ese entonces —creo que era 1962— pasé un tiempo sustituyendo a Willie Bobo con el grupo de Herbie Mann. Fuimos a tocar al club Blue Note y el otro músico esa noche era un gran saxofonista barítono llamado Gerry Mulligan. Era la época de la bossa nova, que, aunque es brasileña, no deja de tener pasajes latinos. Entonces me fijé que había unos guajeos de piano y bajo en los que el barítono se acoplaba muy bien. Cuando oí ese sonido, me dije: voy a buscar un barítono. Fui a donde Bobby Valentín, que es considerado el mejor arreglista de la salsa. “El sonido está un poco raro”, me dijo, pero lo acomodó bien. El saxo barítono es un instrumento materialmente pesado, que se utilizaba en las big bands. Nunca había estado solo. Pues nada, lo traje yo [risas].
¿Y cómo desarrolló ese estilo tan personal que tiene para tocar los timbales?
Cuando formé mi grupo en los años 60, me acordé de un consejo que me dio mi abuelo: ‘Trata de ser siempre el primero’. Entonces, el rey del timbal era Tito Puente haciendo solos. Decidí formar un grupo compacto, bien afincado, con arreglos interesantes para que la gente pudiera bailar. No soy el rey del timbal. Soy el rey del afinque, según dicen.
De los muchos cantantes que pasaron por su orquesta, Gilberto Santa Rosa es quizás el más notorio. ¿Cómo lo descubrió?
Escuché a Gilberto por primera vez cuando regresé a Puerto Rico de Nueva York, en 1972. Él había grabado con una orquesta que se llamaba La Grande. Tendría como 16 años y me llamó la atención ese chico que inspiraba tan bien. Lo invité por primera vez cuando estaba con la orquesta de Tommy Olivencia. Yo en ese momento tenía a dos cantantes, Junior Toledo y Guillo Rivera. Gilberto me dijo: ‘No puedo ir. ¿Qué voy a hacer allá yo?’. Siempre andaba negociando. Lo llamé una segunda vez y ahí aceptó. Las cosas pasan cuando Dios lo dice. Quizás si venía la primera vez, no se hubiera proyectado tanto. Gilberto canta, inspira, conoce todas las canciones del mundo. Lo mismo canta un bolero que una salsa, lo que sea. Es una mega estrella.
Una pregunta tan injusta como inevitable: si tuviera que elegir un disco de todos los que grabó, ¿cuál sería su favorito?
Le confieso que mis discos no me gustan cuando están recién grabados. Siempre digo que podría haber hecho algo distinto aquí y allá. Después, con el paso del tiempo, me digo: ‘No, etán muy bien’, sin pecar de inmodesto. Hay un LP que se llama Infinito, de 1973. Siempre me ha agradado mucho. Tiene temas como “Arrepentíos pecadores”, “Juventud siglo 20”, y un instrumental en Latin jazz de “Last Tango in Paris”, de Gato Barbieri. En ese disco me acompaña Junior Toledo, que cantaba muy bien.
¿Por qué cree que la salsa de los años 70 continúa ejerciendo una fascinación inagotable?
Somos la generación que vino después de la era del mambo. Tocamos salsa, pero nos distinguimos el uno del otro. El sonido que tengo yo no se parece en nada al de Bobby Valentín. El Gran Combo suena distinto a la Sonora Ponceña, Roberto Roena o Tommy Olivencia. Cada uno tiene un estilo único y diferente.
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