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Un comienzo espectacular

Cómo se superaron las “dudas y confusiones” iniciales.

Bebé con tarjeta del Seguro Social

The Granger Collection

Una bebita sostiene su tarjeta del Seguro Social expedida en 1963.

In English | Ochenta años después de su nacimiento en plena Gran Depresión, el Seguro Social está firmemente entretejido en la estructura de nuestra nación. Sin embargo, al principio las personas en Estados Unidos tenían dudas sobre un programa que parecía ir en contra de su fe en un individualismo inquebrantable. “Es difícil ahora entender por completo las dudas y confusiones entre las cuales planeamos este gran proyecto nuevo”, escribió luego Frances Perkins, la secretaria de Trabajo de FDR. En una conversación con el juez de la Corte Suprema Harlan Stone, Perkins, a quien Roosevelt le había encargado diseñar lo que en ese entonces parecía como un cambio radical de las ideas tradicionales sobre el papel del gobierno en la vida de las personas, Perkins le reveló su incertidumbre sobre cómo hacerlo funcionar dentro de los límites constitucionales. Stone le susurró la respuesta: “El poder impositivo del gobierno federal, querida; el poder impositivo es suficiente para todo lo que tú deseas y necesitas”.

En 1935, una época en la que los sistemas de apoyo británico y alemán aliviaban los peligros de la vejez, la izquierda y la derecha en Estados Unidos vieron razones para protestar contra la reforma de Roosevelt. Los liberales se opusieron a la retención de impuestos de los sueldos actuales para financiar los pagos de pensión. En vez de expandir la economía por medio de dadivas federales en un momento en que la depresión continuaba, el plan redujo el salario neto de los empleados al verter millones de dólares en un fondo que no colocaría el dinero en circulación hasta que los trabajadores se jubilaran. Además, no incluía a los trabajadores agrícolas, ni a los empleados domésticos, ni a los trabajadores de empresas pequeñas con menos de 10 empleados. Y quienes ya tenían más de 65 años se quedaban fuera.

Los conservadores se hicieron oír aún más. Los líderes de la industria se opusieron a una importante expansión del gobierno federal, y previeron un colapso financiero y “el abandono inevitable del capitalismo privado”. El dirigente de General Motors predijo que destruiría “la iniciativa”, desalentaría “la frugalidad” y sofocaría “la responsabilidad individual”.

Los republicanos de la Cámara de Representantes previeron la esclavización de los trabajadores: “El látigo del dictador se sentirá”, dijo uno. Otro vio calamidades en el futuro: “Este proyecto de ley abre la puerta e invita la entrada al campo político de un poder tan inmenso, tan poderoso como para amenazar la integridad de nuestras instituciones y para derribar las columnas del templo sobre las cabezas de nuestros descendientes”.

Roosevelt entendió la oposición al programa, en particular las objeciones de ambos lados del espectro político sobre los impuestos. Pero creyó que eran esenciales para conservar lo que fuera que se implementara. “Colocamos esos aportes de nómina ahí”, dijo, “para darles a los contribuyentes un derecho legal, moral y político de cobrar sus pensiones y sus beneficios por desempleo. Con esos impuestos ahí, ningún maldito político podrá descartar mi programa del seguro social”.

Pero “después de todos los alaridos y chillidos”, señaló Roosevelt, la mayor parte de los republicanos, reacios a estar en contra de la opinión de la mayoría, se unieron a los demócratas en ambas cámaras para votar por la medida.

Y lo que sorprendió a muchos de los que criticaron abiertamente el programa fue que ninguna de sus preocupaciones se hizo realidad. Cuando Roosevelt promulgó la ley el 14 de agosto de 1935, esta se unió a sus otras reformas sociales, tales como el seguro federal de depósitos para proteger las cuentas bancarias, y a reformas realizadas por presidentes posteriores, tales como el proyecto de ley de Medicare de 1965 de Lyndon Johnson para evitarles a las personas mayores la ruina económica. La ley no era inamovible; era un programa expandible que, para mediados de los cincuenta, cubría a casi todos los empleados, además de a los que trabajaban por cuenta propia. Además, estos cambios no pertenecieron solamente a las administraciones demócratas. Durante la presidencia de Richard Nixon, los beneficios del Seguro Social aumentaron el 50%.

Para el siglo XXI, el Seguro Social había ganado popularidad universal y ayudó a promover el punto de vista en EE.UU. de que los programas federales de asistencia social no son una amenaza para la libre empresa sino una manera de conservarla en un sistema industrial más humanitario. Propuestas para privatizar el programa se han quedado una y otra vez a mitad de camino. Parece claro que, cualesquiera que sean las deficiencias del sistema, ningún político —como predijo FDR— está en posición de eliminarlo.