Cómo afecta a tus hijos el hecho de cuidar de tus padres
A los niños hay que permitirles ser niños, pero pueden jugar un papel importante en el cuidado de sus abuelos.
In English | Cuando les conté a mis hijos que sus abuelos se mudarían de Florida para instalarse a poca distancia de nuestro hogar, no dijeron nada, quizá porque eran adolescentes. Poco realista tal vez, pero esperaba que respondieran con más entusiasmo. En su lugar, en sus inexpresivos rostros percibí sus temores (que más tarde, en alguna medida, se confirmaron) de que nuestra vida familiar cambiaría. ¿Los estaba lastimando —me preguntaba con culpa— al imponerles mi decisión de ser un cuidador?
En esos momentos de ansiedad y apuro, cuando nos comprometemos a cuidar de nuestros padres ancianos, no siempre consideramos plenamente las consecuencias que esta decisión tendrá para los demás, en especial para aquellos que ya están a nuestro cuidado: es decir, nuestros hijos.
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Según una encuesta del 2009 de National Alliance for Caregiving/AARP, más de la tercera parte de las familias cuidadoras tenían hijos menores de 18 años viviendo en el hogar, y 1.3 millones de niños participaban en actividades vinculadas con la prestación de cuidados. Un estudio de University of Miami del 2014 halló que los cuidadores jóvenes dedican alrededor de dos horas en días de semana y cuatro horas durante los fines de semana a cuidar de miembros de la familia, en lugar de participar en actividades académicas o de esparcimiento.
Esos niños, por lo general, se ven afectados en forma positiva y negativa. Los efectos positivos incluyen aprender más profundamente el significado de familia al hacer sacrificios por aquellos que amamos. También pueden sentirse orgullosos de contribuir y hacer una diferencia positiva. Estos pueden ser poderosos estímulos para el crecimiento moral.
Entre los efectos negativos, los niños pueden perder algo de la despreocupación típica de la niñez. Sus padres, enfrascados en las obligaciones que derivan del cuidado, podrían no tener la misma disponibilidad que tenían antes. En el peor de los casos, los niños pueden terminar sintiéndose abandonados y desolados. Cuando los niños se hacen cargo de nuevos roles y responsabilidades para ayudar a sus abuelos, pueden sentirse agobiados, e incluso resentidos. Según un estudio del 2012 llevado a cabo por Donna Cohen, Ph.D., y otros colegas suyos —citado en el sitio web por la American Association of Caregiving Youth—, estos niños corren el riesgo de desarrollar depresión y ansiedad, especialmente si la persona que recibe los cuidados comparte el mismo techo con ellos.
En otras palabras, los niños en estas situaciones, como familiares involucrados en todo tipo de prestación de cuidados, pueden experimentar “logros y presiones”. Aquí van algunas ideas para que los padres maximicen los logros y minimicen las presiones:
Equilibra el compromiso con la protección
A los niños se les puede pedir que asuman una determinada tarea o que brinden compañía a un abuelo achacoso como parte del equipo cuidador familiar. Pero, salvo que la situación de la familia sea desesperada, los momentos de ocio y diversión propios de la niñez deberían ser celosamente protegidos; las tareas como cuidador deberían ser secundarias. Incluso cuando el niño exprese alegría en ayudar, el impacto de la prestación de cuidados en el curso normal de su desarrollo debería ser evaluado continuamente por los padres. Si a raíz del tiempo que dedica a cuidar de un abuelo, el niño disminuye su rendimiento escolar o comienza a tener problemas con sus amigos, entonces hay que reducir sus obligaciones familiares.
Usa la edad y la madurez como guía para la asignación de tareas
Sobra decir que los niños tienen distintas necesidades y destrezas según la edad. Adecua tus pedidos de ayuda al nivel de desarrollo del niño. A los niños pequeños no se les deberían asignar tareas de cuidado específicas, pero sí podría contarse con ellos para aportar alegría, entusiasmo y mucho amor a los miembros de la familia de más edad. Los adolescentes, si bien son más competentes y autosuficientes, podrían sentirse afectados por perderse de compartir tiempo con amigos y ponerse de mal humor y rebeldes. Habría que ofrecerles alternativas respecto de cómo les gustaría participar. Los niños de 7 a 12 años —mucho más capaces que los más pequeños, pero no tan reacios como los adolescentes— por lo general todavía quieren complacer a sus mayores. Tienen la edad ideal para encarar las responsabilidades de cuidador de manera colaborativa y confiable.
Utiliza zanahorias, no palos
Pedirle a un niño que ayude a un familiar de edad avanzada no es tan fácil y falto de emoción como asignarle un quehacer doméstico. Evita presionarlo demasiado para que colabore. Si no está cómodo, permítele que diga que no. Felicítalo o recompénsalo por la ayuda que esté dispuesto a brindar… y no lo hagas sentir culpable si no llena tus expectativas.
La mejor recompensa es tu tiempo
Una familia que dedica toda su energía durante meses y años a satisfacer las necesidades de uno solo de sus integrantes, es una familia desequilibrada. Más allá de las urgentes preocupaciones de los adultos mayores, los padres cuidadores, aunque estén estresados, deberían reservar tiempo para dedicar exclusivamente a sus hijos. Eso significa tomarse al menos un descanso semanal de los rigores y la tristeza de la prestación de cuidados para estar, jugar y divertirse con ellos. Los niños necesitan recibir el mensaje de que la familia es fuerte y que alguna apariencia de familia normal perdurará, aun cuando la vida de su abuelo se esté apagando.
Barry J. Jacobs, psicólogo clínico y terapeuta de familia, es miembro del AARP Caregiving Advisory Panel (Panel asesor sobre la prestación de cuidados, de AARP).