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A nosotros también nos gusta así

Documental We Like It Like That traza la historia del boogaloo.

Los géneros bailables de la música latina han estado siempre repletos de personajes excéntricos, coloridas anécdotas y un emborrachador aroma de nostalgia. El boogaloo, que floreció en la ciudad de Nueva York a fines de los años 60 y rápidamente conquistó el resto de Latinoamérica, no es excepción.

Realizado con paciencia y cariño a través de varios años, We Like It Like That: The Story of Latin Boogaloo es un excelente documental que se enfoca en los protagonistas del género para trazar así la evolución de un movimiento que trascendió sus propias canciones.

La fascinación que el boogaloo ejerce sobre el director Mathew Ramirez Warren resulta evidente desde el comienzo del largometraje, mezclando imágenes de Nueva York en blanco y negro con los sonidos de Johnny Colón, Joe Bataán y el sexteto de Joe Cuba. Afortunadamente, la producción llegó a un acuerdo con el sello discográfico Fania, dueño de los éxitos fundamentales del boogaloo. La presencia de estas canciones imprescindibles le agregan peso al documental, además de las entrevistas con todos los artistas principales del género.

En su momento, el boogaloo significó una revolución estética y grito de libertad para los jóvenes latinos que no se identificaban con los mambos de Machito y Tito Rodríguez que habían cautivado a sus padres. “Todas las generaciones quieren poseer su propia música”, exclama en un momento el productor de música Harvey Averne. “Y si sus padres la detestan, todavía mejor”.

En la década de los 60, muchos de estos jóvenes crecieron en barrios donde las familias latinas y afroamericanas vivían en armonía. Inspirados igualmente por los sonidos del doo wop, soul y rhythm and blues —además de los ritmos bailables de la música afrocaribeña— estos músicos incipientes fusionaron ambos mundos, creando canciones latinas interpretadas en inglés. “El boogaloo tenía un espíritu de invención desde adentro hacia afuera”, explica el trombonista Johnny Colón. O como dice el poeta Felipe Luciano, “El boogaloo latino me incluía a mí”.

Los mejores momentos de la película se apoyan en recuerdos específicos. Como cuando el compositor boricua Ricardo Ray —que grabó el maravilloso “Lookie, Lookie”, uno de los himnos del boogaloo— explica la génesis del estilo, sentado al piano. O cuando Joe Bataán recuerda haber aprendido a tocar música gracias a un piano que se encontraba abandonado en el sótano de una iglesia. Ante la sutil presencia de las cámaras, el sacerdote a cargo de la parroquia en la actualidad le explica a un emocionado Bataán que el instrumento todavía está ahí, bajo llave y candado. El cura llama a una persona que aparece con un serrucho y libera el piano después de, podemos suponer, varias décadas. Bataán acaricia sus teclas y evoca su aprendizaje musical, cuando empezó improvisando tercamente con acordes en la clave de do mayor. “Empecé a tocar así y estos acordes casi sonaban como una canción”, cuenta. “Este piano no sabe todo lo que hizo por mi vida”.

Al compaginar el documental, Ramirez Warren tuvo la astucia de ir más allá de la música, examinando los componentes sociales y políticos de la época. Los creadores del boogaloo se encontraban marcados por Los Beatles, que desencadenaron un interés global hacia la experimentación artística. A su vez, la popularidad de las drogas, el movimiento por la emancipación de Puerto Rico y la guerra de Vietnam crearon una compleja realidad que afectó a esta generación.

La película habla también sobre las prácticas mercenarias de las compañías discográficas en esa época, que compensaban arbitrariamente a los músicos, falsificaban reportes de ventas o, sencillamente, compensaban a los artistas más populares con un auto deportivo en vez de dinero. El auge del boogaloo causó también un choque entre la nueva generación —dispuesta a presentarse en los clubes nocturnos por un sueldo mínimo— y los establecidos maestros del mambo que vieron a los jóvenes como una amenaza.

La única falencia del documental es la inclusión de unas escenas abstractas, filmadas en la actualidad, con bailarines sacudiendo sus cuerpos al ritmo de los viejos éxitos del boogaloo. Son escenas de indudable calidad profesional, pero no le agregan nada a la película.

La historia termina con la decadencia del boogaloo, tan repentina como su auge. Es fascinante comprobar que los entrevistados proponen distintas teorías para explicar su inmediata desaparición. Algunos señalan una presunta conspiración: el boogaloo aterrorizaba al status quo de la música latina, y había que matarlo de un día para el otro, sugiere Averne. Otros músicos favorecen una versión más medida: el boogaloo se quedó sin éxitos nuevos, y todos los estilos mueren cuando se acaban los hits en la radio. “Era una versión bastarda de música cubana con rock ’n’ roll y murió una muerte espantosa”, dice el pianista Larry Harlow con una sonora carcajada.

El boogaloo se fue, pero la salsa lo reemplazó con sabor y categoría. Gracias a este documental, su justo lugar en la música latina queda garantizado.

We Like It Like That está disponible digitalmente en el portal de iTunes. Una versión en DVD saldrá al mercado próximamente.