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‘Gauguin’s Voyage to Tahiti’: Retrato gris de una vida estridente

La apasionada vida del pintor francés luce algo nublada en esta cinta.


Director
: Edouard Deluc
Guion: Edouard Deluc, Étienne Comar, Thomas Lilti, Sarah Kaminsky y Raphaëlle Desplechin        
Elenco: Vincent Cassel (Gauguin), Tuhei Adams (Tehura) y Malik Zidi (Henri Vallin)
Duración: 102 minutos

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Pocas vidas hay tan apasionantes como la del atormentado pintor postimpresionista francés, Paul Gauguin (1848-1903). Seguramente hay mucho de mito en su historia, pero si hemos de juzgar únicamente por la intensidad y el arrebato de su obra, el artista francés habría vivido una vida tan estridente como sus pinturas. El retrato del personaje tendría que realizarse con pasión análoga. Por el contrario, Gauguin´s Voyage to Tahiti nos muestra solo un paisaje geográfico y emocional de tonos grises. Quizás en su esfuerzo por alejarse del mito, la película acaba reduciendo a Gauguin a un ser humano como cualquier otro, sin nada que lo distinga excepto lo que sabemos de él. El director confía demasiado en que la reputación de Gauguin se encargará de teñir la percepción del público y no se esfuerza en mostrar otra dimensión del genio.

Se ha exagerado, tanto en el cine como en la literatura, el carácter tempestivo de Gauguin. En The Moon and Sixpence, la versión novelada de Sommerset Maugham, se le presenta como un exitoso corredor de bolsa que abandona una vida cómoda y sin sobresaltos en París para irse a vivir como un salvaje a un paraíso tropical donde descubre el verdadero amor. Cuando aparece en pantalla interpretado brillantemente por Anthony Quinn en Lust for Life (Dir. Vincent Minelli, 1956), se le muestra como un hombre cruel y despiadado que llevó a Van Gogh —quien lo consideraba un innovador adelantado a su época— a que se cortara la oreja después de una violenta disputa. Gauguin´s Voyage to Tahiti se apega más a los hechos.

Escena de la película Gauguin: Voyage to Tahiti

Gauguin Media Group

El inicio es prometedor. En el París de 1891, Gauguin, quien ya había renunciando al mundo financiero para dedicarse a la vida bohemia, se encuentra en graves aprietos económicos. Convencido de que para captar el mundo en su verdadera esencia tenía que alejarse de la civilización y volver a una forma de vida primitiva, con su personalidad arrolladora trata de convencer a otros pintores para que abandonen todo y lo acompañen a Tahití. No convence a ninguno. Gauguin también trata desesperadamente de que su esposa Mette-Sophie (a quien ama), y sus cinco hijos, se vayan con él. Es ella la que se rehúsa y no la que es cruelmente abandonada como cuenta la leyenda.  La película comienza a declinar justo en lo que tendría que ser el punto climático de la historia: su llegada al paraíso tropical. No hay una sola toma abierta que muestre el lugar como un contraste luminoso a las tabernas y miserables buhardillas parisinas llenas de humo de cigarro donde se movía Gauguin. Aunque filmada realmente en Tahití, las tomas son cerradas y muchas son de noche. Vemos a un hombre flaco y enfermo internándose en la jungla. No sabemos qué piensa, ni qué lo mueve. Hay una que otra voz en off en la que se escucha algún intercambio con su esposa (sacado de sus cartas).

Cuando finalmente conoce a Tehura, la nativa de la que se enamora, el diálogo entre ellos es mínimo. Ella no habla francés, para empezar, pero ni siquiera el diálogo de sus cuerpos es elocuente. No hay la voluptuosidad que sería análoga a la exuberante vegetación, ni una reflexión acerca de cómo esa pureza del “buen salvaje” que Gauguin confiaba que encontraría en Tahití, se confirma o resulta tan falsa como la vida en “civilización”. Hay un triángulo amoroso y ni siquiera ahí el “demonio verde” de los celos hace su aparición. Las escenas de mayor intensidad son las de Gauguin pintando o esculpiendo con una pasión que parece salida de la nada. En su esfuerzo para apegarse fielmente a los hechos, Gauguin´s Voyage to Tahiti bien podría haber sido solo una recreación de la biografía de Gauguin, pero realizada en un estudio y no en paisajes naturales.

Si hay algo que evoca el nombre de Gauguin es el primitivismo salvaje: trazos de brocha gorda, figuras desproporcionadas y colores chillantes. El supuesto paraíso tropical que pintó con tanta maestría durante dos intensos años tendría también sus tonos grises, y cualquier esfuerzo por capturarlos en un filme se agradecería. Pero es tan artificial la visión de un mundo de puros tonos ocres y oscuros como la de colores chillantes a los que estábamos acostumbrados. Como pintura, Gauguin´s Voyage to Tahiti sería el paisaje de una tarde gris y nublada; un retrato visual y emocional plano, sin matices.