Vida Sana
Jamie Lee Curtis me mira a través de la ventana del conductor de mi auto con una sonrisita torcida. Parece como que salió de la nada para abrirme el portón de su casa en Los Ángeles, que se esconde en un cañón a poca distancia del Océano Pacífico. Después de indicarme que estacionara bajo un pórtico, me toma de la mano y me saluda con entusiasmo.
"Dios mío, mira lo que acaba de suceder", exclama Curtis, destacando que está completamente vacunada contra la COVID-19 y que sabe que yo también lo estoy. "No levanté el codo. No traté de evitar el contacto. Me conecté contigo. ¡Es el primer apretón de manos que doy en más de un año!".
Subimos unas escaleras que dan a una terraza salpicada por el sol, donde hay una mesa puesta para dos personas, con té de menta y pastel de limón. "Eso fue fuerte", dice ella, arrimando una silla.
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Ya había conocido a Jamie Lee Curtis, pero hoy me encuentro cara a cara con una mujer que, diría yo, está en pleno apogeo. La actriz, autora de libros infantiles y filántropa ha superado su cuota de dificultades en la vida y, por fin, ha hallado el equilibrio entre el éxito profesional y la felicidad personal.
A los 62 años, irradia energía y entusiasmo. En dos días partirá rumbo a Budapest para el rodaje de Borderlands, después de haber pasado los últimos 14 meses en casa. No fue un aislamiento sedentario, de ninguna manera: desde el comienzo de la pandemia, Curtis ha lanzado numerosos proyectos de diversa índole. "Me despierto todos los días a las 4 de la mañana con tantas cosas en la cabeza", explica. "Estoy tan increíblemente emocionada y creativa en estos momentos. Y no quiero desaprovechar nada de eso".
Su "gran migración mental", como la llama Curtis, comenzó cuando tenía más de 50 años, después de haber superado una adicción a las drogas, criado a sus dos hijos y comenzado a leer muchísimo. Una voz en su cabeza le preguntaba con insistencia: Si no es ahora, ¿cuándo? Si no soy yo, ¿quién? Se dio cuenta de que el tiempo ya no corría a su favor y que sería trágico llegar a ese momento final —"nadie se va vivo de la vida", dice, parcialmente en broma— sin haber llevado a la práctica sus ideas.
"Saca la cinta métrica", aconseja. "Fíjate a qué edad murieron tus padres y qué edad tienes ahora. No es mucho tiempo. Ríete de eso un poco. Y luego cállate y ¡haz algo! Ahí es donde me encuentro en mi vida actualmente".
En una pared de su cocina se exhibe un cartel que dice: "Nota personal: sé amable, sé amable, sé amable". Es uno de los muchos mensajes que Curtis ha venido recopilando en sus recientes años de autodidacta a través de lecturas, estudios y observaciones en lo que ella llama "mi propia universidad Jamie". Muchos de esos refranes repercuten en su día a día.
La mente libre e investigadora del individuo es la cosa más valiosa del mundo.
Metamorfosis
Curtis fue la segunda hija de dos leyendas de Hollywood, Tony Curtis y Janet Leigh. Sus padres se divorciaron cuando ella tenía 3 años, y fue criada por Leigh y su cuarto esposo, el corredor de bolsa Robert Brandt. Curtis dice que su padre biológico tuvo poca presencia en su vida mientras crecía, y la relación entre ellos fue tumultuosa. Si bien Leigh y Brandt ejercieron una influencia estabilizadora, Curtis los describe como estrictos y rígidos.
"No hay nada más difícil que ser niño", dice Curtis con un suspiro, "y yo soy producto de muchos divorcios. Janet se casó cuatro veces. Bob, también cuatro. Y Tony, seis. Son cosas de la vida, pero creo que por eso yo siempre me identifiqué con los niños vulnerables". Eso explicaría por qué, durante muchos años, Curtis ha prestado apoyo a entidades benéficas que defienden a los niños y por qué, en 1993, se lanzó como autora de libros infantiles, de los cuales ya ha publicado doce. Y también explica por qué, en el 2003, no tuvo problema alguno en interpretar a una muchacha de 15 años atrapada en el cuerpo de una mujer adulta, en la película Freaky Friday papel que le mereció la nominación a un premio Golden Globe.
Por eso, cuando Curtis se topó, hace unos 10 años, con la cita de E.L. Doctorow sobre las ideas no examinadas, para ella fue una asombrosa revelación. "Me di cuenta de que se refiere a la calcificación", dice. "Habla de crear conformidad para no rebelarse. Así era yo. Yo fui una niña muy buena".
Desde que leyó las palabras de Doctorow, Curtis ha estado recalibrando aquellos aspectos de su vida que ya no se ajustan a ella. "Si algo no está funcionando y no lo examinamos, si no lo echamos abajo para comenzar de nuevo, entonces estamos perpetuando la misma fuerza intimidatoria a la que se refería Doctorow".
Sin embargo, en ciertos aspectos, Jamie Lee Curtis ha estado reinventándose durante mucho tiempo. En diciembre de 1998, mientras miraba por la ventana de la cocina de una casa vacacional en Idaho —propiedad de ella y de su marido, el actor, escritor y director Christopher Guest—, Curtis se tomó un puñado de pastillas de Vicodin con una copa de vino. Ese hábito se había iniciado casi 10 años antes, cuando le recetaron el analgésico tras una cirugía cosmética. Estaba parada ante la ventana, esperando "esa linda sensación que producen los opioides", según recuerda Curtis, cuando se le acercó por la espalda una amiga suya que había ido a visitarla —una brasileña especialista en sanación— y le dijo en un fuerte susurro: "Tú no eres Jamie".
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