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‘The Beguiled’: Preciosismo ahistórico

Colin Farrell y Nicole Kidman atentan contra el sentido común.

DIRECTOR: Sofia Coppola
GUION: Albert Maltz, Irene Kamp y Sofia Coppola (basado en la novela A Painted Devil de Thomas Cullinan.
ELENCO:
Colin Farrell, Nicole Kidman, Kirsten Dunst, Elle Fanning, Oona Laurence, Angourie Rice, Addison Riecke y Emma Howard.
DURACIÓN: 93 minutos 

Aunque la controversia alrededor de The Beguiled se ha centrado en el “blanqueo” de una historia que, a pesar de estar centrada en plena guerra de Secesión, no incluye a ningún personaje de raza negra, la verdadera omisión de la película es de orden artístico y es típica de la directora: falta de contextualización. Lo mismo hizo con Marie Antoinette (2006) donde, aislada de su momento histórico, la narrativa sobre los reyes de Francia no pasaba de ser la de unos vacuos e insufribles adolescentes jugueteando en el palacio de Versalles. Algo habrá de tener Sofía Coppola además del apellido de su padre para justificar el enorme éxito que ha tenido, pero The Beguiled no es la mejor prueba de ello. El talento de la cineasta se expresa mejor en los filmes que reflejan un tema recurrente en su obra: la falta de brújula de las nuevas generaciones dado que las viejas están igualmente perdidas (en especial The Virgin Suicides, 1999; y Lost in Translation, 2003).

The Beguiled tiene lugar en un internado para señoritas en Virginia durante la Guerra Civil. En la ahora decrépita mansión ubicada en una apartada zona boscosa ya no quedan más que cinco alumnas. Un día, recogiendo alegremente hongos por el bosque, cual Caperucita Roja, una de las pupilas se encuentra con un lobo, es decir, un hombre; pero no cualquiera, sino un soldado del Norte, herido. La niña se compadece de él y lo lleva a la escuela. Martha, la directora (Kidman), y Edwina (Dunst), la única profesora que queda, consideran por un momento dejar al “yanqui” morir desangrado en el porche, pero “su deber como cristianas” —y, como después veremos, el hecho de que sea tan guapo— se los impide. Entre todas lo llevan adentro y atienden. Cuando John McBurney recupera la consciencia, la estricta Miss Martha le informa que en cuanto se recupere lo entregarán al ejército Confederado. Ante la amenaza de convertirse en prisionero de guerra, McBurney trata de seducir por separado a cada una de las solitarias mujeres.

La actriz Nicole Kidman en una escena de 'The Beguiled'

Ben Rothstein/Focus Features

Nicole Kidman en una escena de la película 'The Beguiled'.

Para entender lo que está mal con The Beguiled habría que remitirse a la novela original A Painted Devil de Thomas Cullinan, o a su primera adaptación en 1971 dirigida por Don Siegel y estelarizada por Clint Eastwood. La primera mujer a quien el soldado trata de seducir es a quien tendría que ser su aliada natural: la esclava negra del internado (después de todo, está luchando por su liberación), pero sus trucos no le funcionan ahí. Ella le dice que primero muerta antes que hacer el amor con un hombre blanco. Al final, es su género lo que pone al soldado en el bando contrario y la solidaridad de la esclava se queda con sus opresoras. Las otras, por el contrario, ceden sin el menor problema a los galanteos de McBurney, evidenciando un interesante contraste. En la versión de Coppola la esclava ha desaparecido, quitándole el principal peso simbólico a la historia.

El aislamiento geográfico no justifica, ni lógica ni argumentalmente, el que a tres años de comenzada la guerra (estamos en 1864), las “señoritas” no se hayan enterado de que las reglas del juego están cambiando y que su mundo de manteles blancos y buenos modales está a punto de desaparecer. Las protagonistas están en una burbuja, pero como lo revela perfectamente la cinta de Siegel, los vestigios de decoro están sostenidos únicamente por la lealtad y el trabajo de la esclava que las sigue atendiendo. Pero aun pasando por alto la importancia argumental de la esclava, la omisión de Coppola es absurda desde la lógica más elemental. ¿Hemos de creer que las delicadas señoritas sureñas que antes no podían ni vestirse sin ayuda, son capaces ahora ya no solo de cultivar sus propios alimentos, sino encargarse de que la mansión y ellas mismas sigan luciendo impecables con sus manteles blancos y vestidos de lino perfectamente limpios y planchados? El mismo convaleciente parece estrenar atuendo todos los días. Farrell aparece siempre con camisas de lino blanco de alta costura. Además, las cenas en las que departen señoritas y “prisionero” son suntuosas. ¿A qué hora cocinan, y de dónde sacan tan exquisitas viandas? Por otro lado, los personajes portando las pesadas vestimentas de la época jamás se muestran acalorados en el verano húmedo de Virginia. Si la intención de Coppola era crear un universo cerrado como en el teatro, habría que ver lo que hizo Lorca, por ejemplo. En La casa de Bernarda Alba las mujeres se refieren siempre al “calor” que sienten, doble expresión de una realidad climática y sexual.

El problema para detectar la impostura en estas películas de “arte” es que se ha vuelto un valor agregado el que no se “sobre explique” cada detalle como supuestamente hace el cine de Hollywood. Hacer lo contrario se toma ahora como un mérito en sí mismo. Pero la ambigüedad tendría que justificarse dependiendo de la historia y no dar por bueno cualquier filme que deje cabos sueltos, solo porque no hay que darle al público los “cacahuates peladitos y en la boca”. Valiéndose de esto, muchos guionistas ya no solo no se molestan en regirse por el sentido común, sino que ni siquiera siguen las reglas que sean congruentes en la lógica del universo particular de sus películas.

A The Beguiled hay mucho que reclamarle, pero más por sus carencias artísticas. Insultan más sus blanquísimos manteles que su falta de sensibilidad racial porque esos son crímenes contra el sentido común y atentan contra la inteligencia del público en general.