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‘Beauty and the Beast’: Una caricatura

Disney trae a la pantalla una nueva versión del clásico infantil.

DIRECTOR: Bill Condon
GUION: Stephen Chbosky y Evan Spiliotopoulos (basado en la historia original de Jeanne-Marie Leprince de Beaumont)
ELENCO:
Emma Watson (Belle), Dan Stevens (Beast), Luke Evans (Gastón), Kevin Kline (Maurice), Josh Gad (LeFou), Ewan McGregor (Lumière), Ian McKellen (Cogsworth), Emma Thompson (Sra. Potts), Stanley Tucci (Maestro Cadenza)
DURACIÓN: 129 minutos 

Suntuosa producción visual que revive el clásico animado de 1991 de Disney. Lo menos que se podría esperar de esta nueva versión de Beauty and the Beast es que al sustituir a los dibujos con actores, esta fuera más “humana”. Paradójicamente, no es así. La película de Bill Condon intenta con su extraordinaria dirección elevar el nivel de la anterior (acentuada además con el recurso de la 3ª dimensión), pero la complejidad se queda en los decorados. Para entender las limitantes de esta versión de Beauty and the Beast, habría que preguntarse lo mismo que debió hacer la casa Disney: ¿Qué añadiría una combinación de acción real y computación animada que no tuviera la versión anterior?

La trama de Beauty and the Beast es (al igual que en la del ‘91), la adaptación de Disney de una historia de Jeanne-Marie Leprince de Beaumont. Ubicada en un pequeño pueblo de Francia, Belle, una hermosa jovencita, atrae la atención de Gastón, un guapo y vanidoso militar que está acostumbrado a que las mujeres se rindan a sus pies. Belle, una romántica a quien le encanta leer, puede ver más allá de la agradable apariencia de Gastón y lo rechaza terminantemente. Aunque en el pueblo la tachen de extraña y solitaria, Belle vive feliz con su sencillo y amoroso padre, Maurice. Un día, Maurice se pierde en el bosque y va a dar a un castillo tenebroso que parece congelado en el tiempo. Ahí habita un príncipe que fue hechizado en castigo por su vanidad y arrogancia y se ha convertido en una bestia horripilante. Maurice es capturado por la Bestia y Belle acaba tomando su lugar confiando en que su juventud la ayudará a enfrentar mejor el cautiverio y a escapar, eventualmente. La convivencia hace que Belle vaya descubriendo que detrás de su horrible aspecto, la Bestia esconde un alma buena.

Emma Watson en una escena de La Bella y la Bestia, 2017

Walt Disney Co./Cortesía Everett Collection

Emma Watson en una escena de La Bella y la Bestia, 2017

Beauty and the Beast se convirtió en uno de los mayores éxitos de Disney en la etapa de su resurgimiento. A tal grado de que las reglas del Óscar se cambiaron desde entonces para dedicar una categoría al mejor largometraje animado. Han pasado 26 años y la tecnología ha avanzado, pero se necesitaba algo más que una mezcla de actores, computación animada y 3ª dimensión para actualizarla. Se ha dicho también que se modernizó incluyendo por primera vez a un personaje abiertamente homosexual en una producción de Disney, pero LeFou, el escudero de Gastón, se queda en el nivel de una simple caricatura.

Entonces, ¿cuál era el propósito? Traer a la vida un estupendo musical sería perfectamente aceptable si es que eso estuviera en el corazón de la primera cinta, pero no es el caso. La música en la versión animada era solo el recurso “de rigor” para toda producción de Disney. En la nueva versión hay dos o tres canciones que son memorables y que quedan como momentos aislados en la historia: “Be My Guest”, por supuesto, y la canción titular. Lo más preocupante de que estas sean las mejores escenas de la película es que no son encabezadas por los protagonistas. Lumière (Ewan McGregor), Cogsworth (Ian McKellen), Sra. Potts (Emma Thompson) y Maestro Cadenza (Stanley Tucci), se roban la escena cada vez que aparecen. Otro mal indicio es que la secuencia más espectacular, “Be My Guest”, es animada.

Lo más probable es que la intención de Disney fuera apostarle a la combinación ganadora de la talentosa Emma Watson y el galán de Downton Abbey, Dan Stevens. Y era una buena idea. Hacen una pareja muy atractiva, pero  eso no sirve de nada si la relación entre Belle y la Bestia no se siente real. En lugar de ir progresando paulatinamente de forma orgánica a la trama, pasa de forma abrupta del odio y la desconfianza a la atracción.

La elección de Condon era muy atinada si Beauty and the Beast en el fondo fuera un gran musical. Condon demostró que puede manejar muy bien ese género en Dreamgirls (2006). Y ni se diga de su magistral drama Gods and Monsters (1998). Pero la limitación estaba en que no se intentó ir más allá de una reproducción exacta de la película original. Lo peor es que mientras que el filme de 1991 era un encantador cuento que no pasaba de los 84 minutos, esta versión, con los mismos elementos, se extiende hasta los 129. Le sobra una media hora.

Dicho esto, la encantadora historia, extraordinaria producción y brillante reparto compensan de muchas maneras las fallas de Beauty and the Beast. De hecho, están tan bien diseñados que la historia parece perderse entre el barroquismo de su estilo dieciochesco. En especial, es digno de mencionarse el castillo de la Bestia. Filmado entre sombras y en tonos grisáceos, el complicado laberinto de pasillos y escaleras nos recuerda al diseñado como metáfora del inconsciente en la versión psicoanalítica de Hamlet de Laurence Olivier (1948). Lástima que el romance central de la historia se siente tan frío como los helados salones del palacio donde habita la Bestia.