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¿Sientes ira como cuidador familiar? No eres el único.

Cómo reconocer y afrontar las emociones difíciles.


spinner image  Ilustración de una persona en silla de ruedas y su cuidador con una cara en forma de emoji enojado.
COLLAGE DE FOTOS: AARP; (FUENTE: SARAH ROGERS; GETTY IMAGES(2))

Ser cuidador significa enfrentarse a un caleidoscopio de emociones en un día cualquiera. Por suerte, vivimos en una época en la que es más fácil hablar abiertamente de las alegrías y las dificultades que conlleva esta complicada y a menudo difícil función. Y, sin embargo, uno de los temas que rara vez veo surgir en las conversaciones sobre los cuidados es la ira. Así es, la ira.

Imagino que para algunos existe cierto sentimiento de vergüenza relacionado con las emociones o expresiones de ira, especialmente cuando se trata de cuidar a un ser querido. El simple término "cuidar" evoca en mi mente imágenes de ángeles abnegados y siempre alegres que rara vez se quejan, nunca se cansan y están encantados de desatender sus propias necesidades para servir a otro. Y sí, estoy siendo un poco irónica, porque los cuidadores son ante todo seres humanos. Y venimos con una gama amplia de emociones.

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Es comprensible que los cuidadores lidien con una buena dosis de ira y frustración por parte de sus seres queridos. Hay muchas razones por las que las personas que reciben cuidados se enfadan, ya sea por dolor y malestar, por la imprevisibilidad de enfermedades o lesiones, o por miedo y frustración en torno a la disminución de los actos cotidianos de la vida, por nombrar solo algunas.

Pero ¿qué ocurre con los sentimientos del cuidador cuando está en el extremo receptor de tantas emociones? También experimentan miedo e ira, y hay días en los que intentar mejorar eso para otra persona es muy agotador.

La ira es un tipo de protector, explica la psicoterapeuta clínica experta en traumas Meghan Riordan Jarvis, autora de End of the Hour: A Therapist's Memoir: "La ira entra, grita y hace mucho ruido como reacción a lo difícil que es todo, pero también casi como distracción. Si me centro en lo injusto que es que mi ser querido esté enfermo, o en que nunca planeé convertirme en cuidadora, en realidad eso evita que tenga que pensar demasiado tiempo en la impotencia de la situación".

La ira se manifiesta de forma diferente al dolor

Mientras procesaba mi duelo tras la lesión de mi marido en el 2006, noté que la gratitud que sentía por que estuviera vivo se estaba convirtiendo en rabia por lo que le había ocurrido a nuestra familia. Por ridículo que parezca culpar a alguien por resultar herido en una zona de guerra mientras hacía su trabajo, también había una parte irracional de mí que estaba enfadada porque su lesión nos había afectado a todos.

Recuerdo que en los tambaleantes primeros años de su recuperación, de repente me invadía la ira, sola en la seguridad de mi auto, y golpeaba el volante o soltaba un grito primitivo. La pena era diferente: esos ataques de llanto solían surgir de la nada, a menudo cuando estaba sola en la naturaleza. La ira era algo que tenía que salir, era rabia y un sentimiento de injusticia por nosotros, por él, por mí.

Pero no se me permitía decirlo en voz alta. Los cuidadores no tenemos "salas de rabia" en las que podamos entrar y romper unos cuantos platos, derribar una pared o dos y sentirnos mejor. Se suponía que debía estar agradecida. Mi esposo había sobrevivido a la explosión de una bomba. Muchos otros habían sufrido heridas mucho peores, y muchos ni siquiera habían vuelto a casa.

Cuando la persona a la que cuidas se enfada, tu trabajo es regular la situación, no empeorarla, por muchas maldiciones que oigas. Pero eso también significa que pierdes tu capacidad de responder en el momento y descargar la ira o la frustración. Y a veces una voz en mi cabeza se preguntaba: ¿Y yo qué? ¿Cuándo me toca a mí sentirme defraudada/triste/enojada? Por suerte, ahora esos momentos son poco comunes.

'Un papel complejo de equilibrar'

Donna Thomson, cuidadora, autora y educadora, señala que, como humanos, nuestros sentimientos de independencia vienen acompañados de expectativas de movernos por el mundo, pero también están relacionados con la dignidad. "Cuando la edad o la enfermedad obligan a alguien a depender de otro, el cuidador tiene un papel complejo de equilibrar y proteger la dignidad del receptor de los cuidados", dice Thomson. "A veces eso incluye hacer cosas que crean una sensación de independencia". Todo eso requiere una increíble cantidad de energía y positividad.

"El trabajo de los cuidadores consiste tanto en calmar la ira de un ser querido como en manejar sus propios sentimientos de desesperación y, a veces, de rabia", explica Thomson.

Sentir el peso de un trauma emocional

La familia Temple de West Dover, Vermont, está en medio de un ensayo clínico para un tratamiento contra el cáncer que podría cambiarle la vida a Paul Temple*, un esposo y padre de 52 años que fue sorprendido por su diagnóstico el pasado otoño. Con razón, Paul guarda su propia ira contra la enfermedad. Todavía está lidiando con la injusticia que supone el hecho de que, tras haberlo vencido una vez en la universidad, el cáncer haya esperado unas décadas para volver a atacarlo. Y un poco de rabia en la lucha contra el cáncer es una herramienta útil para unir mente, cuerpo y espíritu.

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Pero es la esposa de Paul, Charlotte*, de 51 años, quien soporta el peso de las emociones en casa, al tiempo que carga con sus propios miedos y preocupaciones. Charlotte es una cuidadora de la generación sándwich; tiene un hijo de 15 años en casa y supervisa el cuidado de sus padres y sus suegros. Charlotte compara su papel durante estos tiempos difíciles con el de ser el "volquete" de la familia. "La gente sigue llenando el volquete y yo hago lo que tengo que hacer, pero al final mi volquete se llena y la realidad es que tengo que vaciarlo", dice.

Charlotte es la primera en decir que no anda enfadada todos los días, pero a menudo llega al punto de sentir que ya no puede más. "A veces, la cosa más tonta me hace estallar, y termino insultando al aire acondicionado o maldiciendo como un marinero, y no soy una persona que hable así", dice.

Para ella, ayudar a su hijo a procesar el cáncer de su padre es la principal prioridad en su papel de cuidadora. "Cuando las cosas tal vez están tensas o molestas en casa, él tiende a tomárselo más a pecho, porque los niños procesan las cosas de forma diferente a los adultos". Ella señala que tienes que cuidar de ti mismo primero, pero algunos días saber esto y luego hacerlo son dos cosas muy distintas.

Mantener una salud mental y física positiva

Charlotte dice que ha aprendido a dejar a un lado sus propias emociones para lidiar con su esposo cuando está dolido o enfadado. "Muchas veces ni siquiera creo que sea consciente de que está de mal humor, lo que lo hace más difícil", explica. "No tiene control sobre lo que pasa en su cuerpo, y a veces puede hipercentrarse en eso, así que se fija en las cosas que hago mal, lo que me crea ira".

Ella describe su experiencia con el cáncer como "cuidados en esteroides". No es como cuidar de sus padres y suegros, donde puede asistir y luego marcharse. "Esto es 24/7... La única forma de descansar es marcharme físicamente, lo que no siempre es posible".

A Charlotte le resulta más difícil mantener un espacio mental positivo que intentar mantenerse físicamente sana. "Sonreír para ayudar a la persona [que cuidas] a mantenerse positiva puede parecer una doble tarea", dice. "Y al principio no tenía idea de lo agotador que sería".

Charlotte también reconoce que, como cuidadora por naturaleza, pedir ayuda es difícil. "Normalizar la necesidad de ayuda es un comienzo", dice Thomson. "Y especialmente en situaciones en las que hay ira de por medio, el humor también puede ser el mejor amigo del cuidador". Thomson también sugiere que "acordar de antemano una estrategia mutua para manejar la ira puede ser útil. Para algunas familias cuidadoras, eso puede significar tomarse un descanso o respirar hondo. Disculparse después, si es posible... es una buena manera de seguir adelante con la cabeza despejada y el corazón abierto".

Manejar los giros inesperados

Jean Doliber, de 69 años y residente de Silver Bay, Nueva York, sintió un rango de emociones cuando a su esposo, Peter, de 68, le diagnosticaron cáncer de colon hace unos meses. Dos familiares de Peter habían fallecido a causa de esta enfermedad, por lo que, aunque había estado atento a las revisiones, el cáncer siempre fue un temor debido a los antecedentes familiares. Pero tras el diagnóstico, cuando las pruebas demostraron que no tenía ninguna marca genética, la pregunta de por qué se planteó en su mente y le dio muchas vueltas. Aunque Jean reconoce que el cáncer no discrimina, esto no dejó de ser un golpe emocional.

"Siempre he sido bastante equilibrada", dice. "Habiendo trabajado en el ámbito del cáncer sin fines de lucro, pensaba que sabía lo que se sentiría al recibir el diagnóstico, pero no lo sabes hasta que estás allí. El cáncer no es un camino lineal. Hay muchos giros y altibajos, y eso fue muy frustrante al principio".

Igual que yo, Jean no es ajena al grito primitivo cuando está sola en el auto. "Pero sé que no puedo funcionar así todo el tiempo", dice. "Cuando voy por duodécima vez a la farmacia o a pasear al perro, algo que solía ser su trabajo, a menudo me recuerdo a mí misma que esto es lo que Peter necesita, y simplemente lo hago".

Jarvis dice que estos brotes de ira suelen producirse porque hay algo que realmente no podemos controlar o solucionar. "Nuestra capacidad para hacer cambios significativos es limitada, y la ira viene a mostrarte que aún hay algo que puedes hacer: enfadarte de verdad", señala.

Thomson sugiere que es una buena idea, en momentos de calma, hablar con un ser querido sobre la realidad de que todos en la familia, incluido el cuidador, experimentan momentos de ira. "Una reunión familiar puede ser útil para que todos reconozcan que la ira no tiene por qué ser el tema del que nadie quiere hablar y que cada uno tiene un papel que desempeñar para ayudar al otro a gestionarla".

*Se cambiaron los nombres para proteger la privacidad.

Combatir la ira del cuidador

Jean Doliber y Charlotte Temple, cuidadoras familiares, nos dan algunos consejos eficaces.

  • Busca a un amigo que conteste el teléfono en cualquier momento del día o de la noche para escucharte, ofrecerte ideas o permitirte despejar la mente de lo que te esté agobiando.
  • Sal al exterior una vez al día. Quédate frente a la puerta de tu casa si es lo mejor que puedes hacer. La naturaleza tiene poderes restauradores.
  • Haz una lista de las cosas mundanas y cotidianas que necesitas o quieres hacer. El acto de tacharlas es catártico. Además, con una vida ajetreada, las cosas que antes podíamos controlar mentalmente a veces se nos escapan. 
  • Permítete "sentir lo que sientes". La crudeza de las emociones durante la prestación de cuidados es real. Llora, grita, golpea una almohada. Luego respira y sigue adelante. 

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