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Las memorias de Rita Moreno

La estrella cuenta los altibajos de su carrera, desde la discriminación al reconocimiento a sus logros.

Será que nunca me ha interesado la vida de las estrellas de Hollywood o tal vez era secreto hasta hace muy poco, pero yo no sabía que Rita Moreno se moría por Marlon Brando. No lo sabía hasta que lo leí en su honesto y descarnado libro autobiográfico Rita Moreno: A Memoir, que acaba de salir a la venta.

No solo se moría, en el sentido más romántico de la palabra, sino que casi se muere. Literalmente. Una noche, despechada y emocionalmente quebrada luego de un aborto que no deseaba pero que el actor exigió, Moreno se tomó un puñado de pastillas que encontró en el baño de Brando. Una asistente del actor la descubrió inerte y le salvó la vida. Moreno dice que Brando fue el primer gran amor de su vida, uno de solo dos hombres que lograron colarse en su corazón.

El segundo fue su esposo, Leonard “Lenny” Gordon, un médico afable y protector con quien permaneció casada durante 46 años, a pesar de que la felicidad duró apenas una década. El matrimonio acabó cuando Gordon murió a los 90 años en el 2010. Atrás dejó a la muy querida hija de ambos, Fernanda, y dos nietos que, según Moreno, son el regalo más grande que la vida le ha otorgado.

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Rita Moreno firma su libro 'Rita Moreno- Una memoria' en la librería Barnes & Noble en Los Angeles, California.

Valerie Macon/Getty Images

El libro es fascinante, fácil de leer y entretenido. Moreno despliega un sorprendente sentido del humor y un profundo conocimiento de la historia y la época en que desarrolló su estelar carrera, siendo una de poquísimos actores que han logrado cuatro de los premios más importantes del mundo del espectáculo: Grammy, Oscar, Emmy y Tony.

Rita Moreno nació en 1931 en Juncos, un municipio de Puerto Rico, y su nombre real es Rosita Dolores Alverio. A los cinco años, su mamá, que apenas tenía 22 años, la sacó del mundo idílico de su infancia —donde criaba pollitos, jugaba en la tierra y corría descalza por el campo— y la trajo al Bronx, en Nueva York.

Fue, cuenta Moreno, como en la película el Mago de Oz que empieza en blanco y negro y enseguida cambia a colores intensos. Pero en su caso fue a la inversa. En Puerto Rico quedaron los colores, el calor y la familia y, lo que más entristeció a la niña, su pequeño hermano, Francisco, el cual, inexplicablemente, la madre abandonó. Moreno nunca más lo vio.

En el Bronx aprendió a defenderse de pandillas y a hablar inglés sin acento. A los seis años empezó a tomar clases con un famoso bailarín español, Paco Cansino, el tío de la actriz Rita Hayworth. A los nueve debutó con él en un club de Nueva York, y cuando la niña sintió los aplausos y la luz del escenario, comprendió que era su destino. A los 13 años actuó en Broadway, y a los 16 se fue a Hollywood con su madre y un hermano —fruto de un tercer matrimonio de su madre— a trabajar en el sistema de estudios que controlaba la industria cinematográfica en esa época.

Y he aquí lo más interesante del libro y lo más trágico: las vejaciones que tuvo que sufrir haciendo papeles “étnicos” para ganarse la vida porque Hollywood solo la veía en esos roles, el maquillaje de cuerpo que se ponía para aclarar su piel canela, y los reiterados episodios de acoso sexual, al punto que fue violada por un agente cuando apenas era una adolescente.

En una ocasión, Rita huyó de una fiesta en Hollywood cuando el dueño de la casa la apretó de forma obscena en un baile. Cuando llegó al jardín, se encontró a los jardineros mexicanos que ya se iban y les pidió que por favor la ayudaran. Cuenta que, sin hacerle preguntas, le pusieron una chaqueta sobre sus hombros y la llevaron a casa. Esos hombres fueron, recuerda, los únicos caballeros que se encontró esa noche.

Uno de los grandes hitos de su carrera, el Oscar que ganara con su papel de Anita en West Side Story, no cambió sus inseguridades. Cuando estaba embarazada le preocupaba que su hija fuera a heredar los genes africanos de su familia y tuviera la piel oscura. Sin embargo, hoy puede contarlo todo sin pudor y contarlo bien. A sus 81 años no le queda nada por probar.

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