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4 viajes increíbles al extranjero

Conoce los destinos internacionales favoritos de estos escritores especializados en turismo.

spinner image Castillo Neuschwanstein, Alemania
Los visitantes pueden disfrutar las vistas espectacualres del castillo Neuschwanstein, en Alemania.
SORIN COLAC / ALAMY STOCK PHOTO

(Algunos enlaces en inglés)

¿Qué te viene a la mente cuando piensas en viajar al extranjero? ¿Una aventura inolvidable que viviste con tus seres queridos? ¿Un destino de la lista de lugares que siempre has querido visitar? 

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Según la AAA, las reservas de viajes internacionales aumentaron un 40% entre el 2022 y mayo del 2023. Si tienes pensado hacer un viaje al extranjero, tenemos algunas ideas para inspirarte. 

A continuación, cuatro escritores especializados en turismo recuerdan sus viajes internacionales favoritos y los motivos por los que estos destinos dejan una huella imborrable. 

spinner image A la izquierda varios renos sobre el hielo en Svalbard, Noriega. A la derecha Heather Greenwood Davis y su esposo.
La escritora Heather Greenwood Davis viajó en crucero con su esposo a Svalbard, Noruega.
MAURITIUS IMAGES GMBH / ALAMY STOCK PHOTO / CORTES'ÍA DE HEATHER GREENWOOD DAVIS

Svalbard, Noruega 

No puedo creer que siga levantada. De niña, me resistía a acostarme a las 9:30. De adulta, cada vez lo acepto más. Incluso en la noche de Año Nuevo, apenas abro un ojo y me vuelvo a dormir. Así pues, el hecho de que me encuentre en la cubierta de un crucero pasada la medianoche, habiendo recién cruzado el círculo polar ártico y con una sonrisa de oreja a oreja, es casi milagroso. Pero es una ocasión que hay que conmemorar.  

​Estoy a bordo del MS Trollfjord donde los apacibles días entre puertos me llevaron a este momento. Los barcos de Hurtigruten llevan 130 años transportando pasajeros y mercadería por la costa noruega en sus rutas de la línea Coastal Express. Sin embargo, este itinerario por Svalbard es la versión modernizada de una ruta más utilitaria que operó de 1968 a 1982. El Svalbard Express transporta pasajeros con comodidades de primera categoría desde Bergen hasta Honningsvåg (la ciudad más septentrional del territorio continental) antes de cruzar velozmente el mar de Barents hasta Spitsbergen, Svalbard, la isla más grande de un archipiélago noruego que se encuentra a unas 850 millas del polo norte y es el hogar de la comunidad más septentrional del mundo.  

En el transcurso de nuestro crucero de diez días hacia el norte, pararemos en un puerto cada día, lo que nos dejará tiempo para sumergir los pies en las frías aguas del Ártico o pasear por una comunidad declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Me asombraré ante la majestuosidad de altísimos fiordos, me estremeceré en presencia de glaciares azulados y contemplaré crías de reno de pelaje blanco en las laderas de las montañas.  

El momento que he estado esperando llega cuando nos acercamos a Svalbard. Es la noche en que el sol de medianoche —algo que ocurre entre abril y fines de agosto— se conjugará con el cruce del círculo polar ártico.  

Las líneas de cruceros que se desplazan tan al norte celebran la travesía de distintas maneras. En Hurtigruten hay brindis con aquavit, narraciones de un miembro de la tripulación ataviado como un príncipe noruego... y un cucharón ceremonial lleno de agua helada por la espalda.  

Disfrutamos mucho del tiempo a bordo, pero el momento más memorable aún está por llegar. A medianoche, salgo a cubierta con mi esposo a mi lado y nos quedamos en completo silencio, mirando el agua que brilla bajo el resplandor dorado del sol, sobrecogidos por la belleza del momento.  

Quedarme despierta hasta pasada la medianoche no había tenido tanta magia desde mi niñez.  

Heather Greenwood Davis colabora frecuentemente con las revistas Travel + Leisure, Conde Nast Traveler y Afar. Vive en Toronto. 

spinner image A la izquierda el escritor Adam Pitluk y su familia. Y a la derecha la estatua de Hans Christian Andersen frente a la catedral de Saint Canute en Odense, Dinamarca.
El lugar de nacimiento de Hans Christian Andersen, autor de numerosos cuentos de hadas famosos, dejó una huella imborrable en el escritor Adam Pitluk.
CORTESÍA DE ADAM PITLUK / FRANK BACH / ALAMY STOCK PHOTO

​Odense, Dinamarca 

Considera lo siguiente: durante más de un siglo, los padres han acostado a sus hijos con el cuento de una sirenita que deseaba abandonar el mar y vivir en tierra firme. Años más tarde, cuando esos niños tenían dudas sobre su apariencia, les contaban el cuento de un patito feo que se convertía en cisne. 

Mis hijas están creciendo, y una de ellas está a punto de abandonar el hogar para ir a la universidad. Quería vivir una experiencia que nos llegara al corazón y nos hiciera reflexionar sobre el rumbo que hemos elegido. 

Elegí Dinamarca para nuestras últimas vacaciones familiares. Quisiera aclarar que no somos daneses ni tenemos amigos a quienes visitar. La decisión se debió a que mis padres nos contaban a mi hermana y a mí los cuentos de hadas de Hans Christian Andersen. Una generación más tarde, les conté esos mismos cuentos a mis dos hijas. Un viaje a Dinamarca —la cuna de Andersen, creador de algunos de los cuentos de hadas más famosos— conmemoraría dos extremos del tiempo perfectamente unidos: el paso generacional de la antorcha, por así decirlo. 

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Llegamos al aeropuerto de Copenhague después de las 9 de la noche y el sol aún brillaba, ya que en los meses de verano hay más de 17 horas de luz diurna. Desde el aeropuerto, tomamos un tren Eurail hasta la ciudad de Odense, en la isla de Fyn, y nos registramos en el Hotel Odeon. El hotel es una estructura de vidrio, ladrillo y acero con amplias vistas de las iglesias circundantes de la ciudad y de los numerosos tejados cubiertos de hierba, una forma de arquitectura sustentable que marca el comienzo de la próxima generación de vida ecológica.​  

Durante los dos días siguientes seguimos los pasos de uno de nuestros escritores favoritos. Literalmente. Las huellas de Andersen comienzan en la casa en la que nació y pueden seguirse por toda la ciudad, pasando por muchas de las famosas catedrales que inspiraron sus cuentos de hadas, como la iglesia y catedral gótica de San Canuto, que se construyó en el siglo XIII y se erigió como centinela de Odense durante toda la vida de Andersen.​ 

​Desde allí, paseamos por el jardín Eventyrhaven (jardín de cuentos de hadas). Rodeados de dalias primaverales, bulbos y plantas perennes, mi esposa, mis hijas y yo contemplamos los patos y su reflejo en el río.  

La parte más emocionante del viaje fue un paseo por el museo Hans Christian Andersen, donde vimos una recreación del guisante y los colchones del cuento “La princesa y el guisante”. 

En la última noche, cenamos en familia en Storms Pakhus, un enorme mercado gastronómico en la calle. Les recordé a mis princesas que, aunque estos momentos de viajes serían cada vez menos frecuentes a medida que iniciaran sus propios viajes con su propia familia, la moraleja de los cuentos de Andersen valdría para sus hijos, como valió para mí y para mis padres que nos precedieron. 

Y pensar que todos pudimos seguir sus pasos juntos en familia.  

Adam Pitluk es un galardonado periodista, autor de libros y editor de grupo de Midwest Luxury Publishing y Groom Lake Media. 

spinner image A la izquierda unas palmeras al borde del mar en una de las playas de las islas Marshall. A la derecha la escritora Pam Leblanc
La escritora Pam LeBlanc sintió un profundo aprecio por la cultura local y las lagunas de las islas Marshall.
GREG VAUGHN / ALAMY STOCK PHOTO / CORTESÍA DE PAM LEBLANC

Islas Marshall 

​Estoy flotando en aguas cristalinas frente a la diminuta Bokanbotin, una de las más de 1,200 islas salpicadas de palmeras que integran las islas Marshall

Por debajo, una manta de anémonas claras y rojizas se mece en la corriente. Una docena de peces payaso del tamaño de un pulgar —como la estrella naranja y blanca de Finding Nemo​— ​anidan al abrigo de los tentáculos protectores de las anémonas.  

​Es fascinante y precioso, y un marcado contraste con el trágico pasado de esta remota cadena de islas situada a mitad de camino entre Hawái y Australia.  

Entre 1940 y 1960, los oficiales de las Fuerzas Armadas estadounidenses probaron armas nucleares en estas islas, y sus habitantes siguen sufriendo las repercusiones. En la actualidad, los habitantes de esta cadena de islas de baja altitud deben afrontar nuevos problemas: el nivel del mar está subiendo, las inundaciones son más frecuentes y las reservas de agua dulce se están llenando de agua marina. Algunos expertos señalan que parte de las islas podrían ser inhabitables dentro de 30 años. 

Quería visitar las islas, uno de los países menos visitados del mundo, antes de que me fuera imposible hacerlo. 

Resulta sorprendente lo fácil que es llegar a las islas Marshall, que se esparcen como relucientes monedas sobre 750,000 millas cuadradas de océano. La mayoría de los vuelos van de Honolulu a Majuro, una isla de 25 millas de longitud donde vive la mitad de la población del país, unos 55,000 habitantes. 

Al salir del aeropuerto, pasarás inmediatamente por un gigantesco basural. Gran parte de la calle principal está bordeada de bloques de hormigón y automóviles abandonados, y no verás deslumbrantes complejos turísticos ni playas arenosas.  

No dejes que eso te desanime. Durante mi viaje, descubrí que en la vida real siguen existiendo islas frondosas y casi intactas, como Bokanbotin.  

Me alojé en el sencillo Hotel Robert Reimers de Majuro, pero para disfrutar de una estadía más lujosa, los visitantes pueden alquilar una pequeña cabaña en lo que fue una plantación de cocoteros en la Isla Bikendrik, a un corto tramo en barco.  

​Un día crucé la bahía en una canoa con estabilizador que habían fabricado los alumnos de Canoes of the Marshall Islands. Otro día escuché música y contemplé los barcos pesqueros soltar su pesca durante la celebración anual del Día del Pescador. Comí coco cocido en hojas de plátanos que preparaban los lugareños. Comí pescado fresco asado en la playa. Nadé en una laguna con falda y camisa (los trajes de baño no se consideran apropiados fuera de las zonas turísticas), mientras la lluvia me salpicaba la frente. 

Conocí personas amables que hacían un gran trabajo. Me reuní con las integrantes de una organización local de mujeres llamada Kora In Okrane, que colabora con una empresa estadounidense llamada Sawyer para suministrar filtros de agua a los residentes que utilizan sistemas de captación de agua de lluvia para su consumo diario. Su trabajo ha reducido los índices de enfermedades transmitidas por el agua. 

Eso me recordó que viajar no consiste en hoteles lujosos ni sábanas con gran cantidad de hilos. Se trata de conocer pueblos de diferentes culturas, aprender sobre sus puntos de vista y volver a casa con una nueva apreciación de lo que tenemos. 

​Pam LeBlanc es una escritora independiente de Austin que se especializa en aventuras y fue redactora del Austin American-Statesman.  

spinner image A la izquierda Robert Annis y su esposa durante un recorrido en bicicleta. A la derecha una vista de los alpes en Baviera, Alemania.
Una excursión en bicicleta por Baviera puede conducir a la ruta romántica, que fue lo más inolvidable de su viaje para el escritor Robert Annis y su esposa, Dee.
CORTESÍA DE ROBERT ANNIS / FILMFOTO / ALAMY STOCK PHOTO

Baviera, Alemania 

​​Dos de mis aficiones favoritas en el mundo son el ciclismo y la cerveza, así que en agosto del 2015, mi esposa, Dee, y yo recorrimos medio mundo para visitar un lugar que se destaca en ambas: Baviera. 

Dee y yo comenzamos nuestra aventura en Múnich, donde tomamos prestadas unas bicicletas de paseo en nuestro hotel y nos dirigimos a una de las cervecerías más emblemáticas de la ciudad. Nos sentamos en la cervecería original Hofbräuhaus y bebimos grandes jarras de “hefeweizen” rodeados de otros turistas, mientras una banda musical interpretaba una alegre melodía tras otra. En busca de un lugar más tranquilo, pedaleamos hasta el Englischer Garten (jardín inglés), el parque más grande de Múnich, similar al famoso Central Park de Nueva York. Allí, como habrás adivinado, buscamos sus famosas cervecerías al aire libre. Nos sentamos a una mesa con vistas a uno de los lagos, bebimos cerveza “dunkel”. y contemplamos a los visitantes arrojar trocitos de pretzel a los cisnes. 

No fue sino hasta salir de Múnich e internarnos en la magnífica campiña del sur de Alemania cuando realmente sentimos que estábamos en Baviera. Alquilamos un automóvil y nos dirigimos al Hotel Kaufmann en Roßhaupten, que se convirtió en nuestra base durante los dos días siguientes. El hotel era sensacional, y su arquitectura moderna contrastaba perfectamente con las vistas intemporales de la frondosa campiña. 

​A la mañana siguiente, nos dirigimos al oeste hacia los Alpes y las aldeas de Oy-Mittelberg. Dee iba en su bicicleta de carretera personalizada que había traído de casa, mientras que yo me vi obligado a alquilar una híbrida desvencijada. Las primeras millas fueron un poco difíciles y se me fruncía el ceño con cada vuelta de la rechinante manivela, pero el malhumor duró poco. Al fin y al cabo, se supone que andar en bicicleta es divertido, y el paisaje que nos rodeaba era simplemente espectacular. 

Imagina una ciclovía, separada del tráfico de vehículos, con pavimento liso y abundante señalización que te guíe a tu destino y a docenas de otros. Es casi imposible perderse. Subimos algunas colinas ondulantes, pero casi todas las cuestas de la carretera eran bastante planas. Pedaleamos a la sombra de los Alpes bávaros rodeados de bosques y tierras de cultivos, disfrutamos del paisaje y charlamos tranquilamente. En las colinas se oía la serenata de los pájaros y el chasquido de los cambios de marcha. Nos cruzamos con docenas de ciclistas —algunos iban de excursión por el día como nosotros, otros viajaban larga distancia cargados de alforjas (cestas y bolsas)—, pero casi todos llevaban la misma expresión de júbilo que nosotros.  

Cada tantos kilómetros, llegábamos a un pueblo pintoresco que parecía arrebatado de otro siglo y congelado en ámbar. La única consigna de aquel viaje era detenernos en las cervecerías de todos los pueblos. Tan pronto como la camarera nos servía nuestras jarras de cerveza y tal vez un plato de escalope vienés, nos invadía al instante la sensación de “gemütlichkeit” o buen humor.  

Estudié alemán durante dos años en la escuela secundaria y confiaba en saber lo suficiente para desenvolverme, siempre que nos limitáramos a pedir más cerveza o averiguar cómo llegar al baño más cercano. Por suerte, casi todas las personas con las que nos cruzamos hablaban mucho mejor inglés que yo alemán. 

​En nuestro segundo día, pedaleamos hacia el sur junto al lago Forggensee hasta la Romantische Straße (ruta romántica), que se extiende 354 kilómetros (220 millas) desde Wurzburg hasta Füssen. Sin embargo, solo pedaleamos una fracción de esa distancia porque Dee quería ver legendario castillo de Neuschwanstein, que posiblemente sea el castillo más famoso del mundo, ya que en él se inspiraron para construir el castillo de la Bella Durmiente, en Disneyland. Era tan hermoso como sugieren las fotos. De pie en la ruta romántica, contemplamos el pintoresco castillo, abracé a mi esposa y la atraje hacia mí para darle un beso fugaz.  

​En el camino de regreso al hotel, entramos en otra cervecería al aire libre donde recordamos los mejores momentos de nuestro viaje con varias jarras llenas de cerveza “schwarzbier” y “pilsner”. Quizá nos bebimos todo nuestro peso en cerveza durante esos días, pero todo lo que recorrimos en bicicleta contrarrestó todas esas calorías, ¿verdad? Había hecho viajes mucho más arduos en bicicleta, pero esta excursión por Baviera fue sin duda la más divertida. 

Robert Annis es un galardonado periodista de turismo al aire libre. Sus artículos han aparecido en numerosas publicaciones y sitios web, como National Geographic, Outside y Travel + Leisure.​​

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